Algunas de las medidas que el Gobierno ha tomado para adelgazar el déficit que nos atenaza y que da alas al fantasma de la intervención internacional al rescate de España están relacionadas con el recorte de subvenciones que ha afectado a instituciones de naturaleza diversa. 

Se han reducido, en alguna medida, partidas destinadas a los partidos políticos, los sindicatos, la patronal y de organizaciones, asociaciones y plataformas de muy diverso pelaje, valga la expresión.

De todos ellos, ha habido quienes, pese al evidente perjuicio para el desarrollo de sus actividades, han comprendido la urgencia y necesidad del momento. Algunos otros, los más alejados de las bases de pensamiento del PP han visto en los recortes formas de manipulación o, incluso, venganza ideológica. También se ha dado el caso de quienes desde posiciones teóricamente más cercanas al Gobierno, han expresado su malestar por los recortes. 

No entraré en si algunos tienen más o menos razón en función del campo ideológico en que se muevan o si su actividad es asistencial, o divulgativa, educativa o de ocio. Entiendo la queja de algunos, pero no en su totalidad. 

Es evidente que hay entidades que merecen ser arropadas de alguna forma desde las instituciones, aún más cuando realizan una labor que favorece la cimentación y el desarrollo de estructuras de virtud en nuestra sociedad. 

Es más, deberían ser lo suficientemente previsoras para entender que el maná puede acabarse por multitud de contingencias y que fiarlo todo al cheque estatal no es sino una temeridad. No se puede cigarrear a la espera de que las estaciones se sucedan sin término. 

En los Estados Unidos de América, donde existe un cuerpo social mucho más activo y vigoroso, la subvención es vista por las asociaciones con más vergüenza que consuelo. 

Desde esa perspectiva, hay que señalar que algunas quejas están fuera de lugar. Mucho más cuando se trata de entidades que pretenden influir de algún modo para lograr un cambio cultural y que dicen representar a muchos miles de personas.

La captación de fondos es una práctica muy extendida en otras sociedades con mayor tradición democrática. Y funciona si se hace bien. Las asociaciones a las que nos referíamos anteriormente, que aseguran representar a decenas de miles de personas, debieran tomar nota. 

Si hicieran uso de estas herramientas lograrían, antes de lo que esperan y con casi total seguridad, un presupuesto aún superior del que hasta ahora disponían por arte de birlibirloque subvencionario. 

Tal vez no se han parado a pensar que, si logran el compromiso de un par de euros al año por cada una de las personas que dicen representar, la dependencia del poder político de turno desaparece. Y se alcanza un grado muchísimo mayor de acción. 

Porque la subvención, cuando se trata de asociaciones que pretenden influir de algún modo en el ámbito público, mata la libertad.