Leo en estos días la noticia de que un grupo de 350 sacerdotes austríacos llaman a la rebelión eclesial. Hasta tal punto es grave este hecho que el mismo Papa ha hecho alusión a ellos en uno de sus discursos en esta Semana Santa.
En línea con estas palabras del Papa me permito dirigirme a ellos y decirles: Queridos hermanos sacerdotes: Os considero como hermanos por nuestro común carácter sacerdotal, lo cual no quita que os diga con toda claridad lo que pienso de este movimiento que habéis iniciado.
¿De verdad creéis que vais a tener resultados positivos en vuestra iniciativa y que el pueblo de Dios la va a secundar? Es cierto que la Iglesia necesita cambios (y siempre los necesitará) pero pienso que el primer cambio que necesita, es la obediencia que, por parte de algunos, todavía está sin estrenar. Me da la impresión de que con vuestra manera de actuar estáis como pretendiendo formar una Iglesia mejor y más perfecta. Pero, repito: ¿creéis que el pueblo de Dios os va a hacer caso?
Habéis desobedecido e invitáis a los sacerdotes de todo el mundo a que desobedezcan, con vosotros, “decisiones definitivas del Magisterio; por ejemplo, en la cuestión sobre la ordenación de las mujeres, sobre la que el beato Juan Pablo II ha declarado de manera irrevocable que la Iglesia no ha recibido del Señor ninguna autoridad sobre esto” como acaba de señalar el Papa.
Os invito a una reflexión en serio. Supongo que, como expertos en teología, sabéis que atacáis un punto concreto de la fe de la Iglesia. Es lógico que hayáis leído bien las palabras magisteriales del Beato Juan Pablo II cuando habla de la imposibilidad del sacerdocio de las mujeres. Os las recuerdo, no tanto por vosotros cuanto por el pueblo cristiano que os puede seguir sin valorar debidamente la gravedad de lo que decís. Dice así:
1: Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión... que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia,
2: En virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos,
3: Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres,
4: Y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.
Si falta algo para que estas palabras sean consideradas como una enseñanza definitiva de la Iglesia, decid qué es lo que falta. ¿O es necesario para que su enseñanza sea magisterial y definitiva, que se ponga la tiara o la mitra y hable desde la cátedra de San Pedro en una misa solemne en presencia de los cardenales, obispos y fieles?
Sed sensatos, queridos sacerdotes, y aceptad el magisterio pontificio que, por otra parte, ha sido también objeto de una definición del Concilio Vaticano I. Y si ni siquiera ningún otro papa puede rechazar esa enseñanza, perdonad que os formule la siguiente pregunta: ¿con qué autoridad rechazáis una sentencia que el Papa da como definitiva sobre algo que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, y que el Papa enseña, según él mismo dice, en virtud de su ministerio de confirmar en la fe a los hermanos?
¿Recordáis que si no aceptáis esa enseñanza de la Iglesia, os separáis de ella porque negáis uno de sus dogmas, y os habéis convertido en herejes? Y ante un sacerdote que se ha convertido en hereje, ¿pensáis que el Papa y los respectivos obispos no deben actuar?
No sé lo que harán vuestros obispos. ¿Queréis que os diga lo que haría yo si fuese vuestro obispo? Los que me conocen ya lo saben. Os llamaría uno a uno y dialogaría con vosotros. Lógicamente os urgiría a que rectificaseis cuanto antes y públicamente; y si no lo hacíais, no tendría más remedio que prescindir de vosotros para cualquier cargo eclesial y pedir para vosotros la excomunión. ¿Creéis lógico que siga ejerciendo el ministerio un hereje? Y vosotros lo sois
Me podríais llamar lo que quisierais, (no me preocuparía en absoluto), pero yo cumpliría con mi deber como pastor de la Iglesia, con caridad, pero también con verdad y prestando un servicio a los fieles para que se mantuviesen en la fe, ya que quien se aparta de la fe se aparta de la Iglesia.
Es posible que si leéis esta carta, os parezca dura. Pero pensad que estáis rechazando la fe de la Iglesia. Y ¿recordáis lo que decía san Pablo a quienes predicaban en contra de su enseñanza, es decir, una fe distinta?: “Hay algunos que os perturban y quieren deformar el Evangelio de Cristo. Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!" (Gál. 1, 7-9).
¿Se os podría aplicar estas palabras a vosotros? Aparte de no obedecer, estáis rechazando la fe de la Iglesia y estáis predicando otra fe no sólo distinta, sino contraria a la predicada por la Iglesia. Es muy grave.
(CONTINUARÁ)
José Gea