Se acaba de publicar en Italia un libro dedicado a la vida del fraile capuchino Guillermo Massaja, que con el tiempo alcanzaría el cardenalato. Dedicado en alma y cuerpo a llevar el Evangelio a los etíopes, la vida de Massaja (18091889) es apasionante. En sus viajes cruzó el mediterráneo ocho veces y el Mar Rojo doce, vio la muerte cara a cara en innumerables ocasiones y se adentró en terreno hostil sin armas, compañía o dinero para llevar el mensaje de Cristo a nuevas tribus.
La Etiopía en la que desarrolla su labor evangelizadora Massaja es una tierra habitada por coptos, musulmanes y animistas, sacudida por continuas guerras fraticidas y golpeada por el tribalismo, esa plaga que llega hasta la actualidad y que Benedicto XVI denunció valientemente en su viaje a Benín, la poligamia, que condena a las mujeres a unas condiciones humillantes y la trata de esclavos, a la que Massaja se opuso no sólo con la predicación, sino comprando los esclavos que podía para luego liberarlos. Por último, en palabras del buen fraile, la última plaga y quizás la más terrible: la mentalidad mágica y supersticiosa de los africanos.
El esfuerzo del padre Massaja para erradicar esta mentalidad fue enorme. Primero con la predicación de un Dios que no se confunde con las criaturas ni con los astros, sino que es su Creador. Luego desenmascarando a los brujos y magos que vendían bendiciones o maldiciones, aterrorizando a la gente y provocando conflictos entre vecinos y entre tribus. Escribe el misionero: “si quisiera reseñar todos los casos horribles de discordias en las familias, de guerras horribles, de enemistades personales provocadas por las falsas revelaciones de estos magos no tendría bastante con un libro”.
Para denostar a los magos se hace agrónomo, zoólogo, botánico, herborista y médico. Planta vides y patatas, que se hace enviar desde Europa. Para enfrentarse a una devastadora epidemia de viruela, consigue que le envíen vacunas desde Italia. Luego consigue producir vacunas en la propia Etiopía a partir del pus de los animales. Pero a veces las mentalidades están demasiado enraizadas. “La gente –escribe Cristina Siccardi-, viendo que inyecta el suero con un poco de saliva, considera a esta última como el vehículo de la magia. Pero en la mentalidad de muchos africanos quien puede hacer magia beneficiosa puede también hacer maleficios. Así, cuando aparecen focos de fiebre amarilla y mueren tres enemigos de la misión, algunos piensan que es debido a una maldición del propio Massaja”.
No se cambia una cultura en un par de generaciones (al contrario, se necesitan siglos), pero tampoco el hecho de haber nacido en una civilización forjada por la fe cristiana nos asegura la clarividencia. Escribe el padre Massaja en referencia a una Europa que le parece cada vez más decadente (¡hace ya más de un siglo!) que “existe hoy una Secta que no ve nada más allá de la materia y que avanza intentando negar cualquier traza de ley natural”.
La superstición africana sigue viva, aunque seguramente más débil que en tiempos de Massaja; la superstición materialista europea, en cambio, no ha cesado de extenderse a pesar de los frutos de muerte y destrucción que ha ido dando a lo largo del siglo XX. Los “massajas” siendo pues, incluso más necesarios hoy que hace siglo y medio.