Hoy, Jueves Santo 5 de abril del año 2012, vale la pena hacer un alto en el camino y, desde ahí, reflexionar ampliamente sobre el contenido de la Homilía que el Papa Benedicto XVI ha pronunciado, con claridad y valentía, durante la Misa Crismal. Posiblemente, se trata de una de sus mejores enseñanzas desde que asumió la cátedra de Pedro, pues aborda temas espinosos y dramáticos, a los que les da un giro realista, lanzando nuevas propuestas que reflejan gran parte de la situación actual en la que se desenvuelve la Iglesia, especialmente, en lo que se refiere a los sacerdotes.
A continuación, veremos algunos fragmentos muy significativos. El primero de ellos se refiere a la obediencia, la cual, no está muy de moda entre algunos sectores eclesiales. En efecto, el Papa menciona el llamado a la desobediencia que fue propuesto por un grupo de sacerdotes en Austria:“Recientemente, un grupo de sacerdotes ha publicado en un país europeo una llamada a la desobediencia, aportando al mismo tiempo ejemplos concretos de cómo se puede expresar esta desobediencia, que debería ignorar incluso decisiones definitivas del Magisterio…”. Sin duda, se trata de un Papa que afronta los problemas de frente.
Una vez que hace mención de la realidad, maneja una serie de argumentos en los que aparece la importancia de vivir la obediencia como el único camino que realmente conduce a Jesús: “Pero la desobediencia, ¿es un camino para renovar la Iglesia? Queremos creer a los autores de esta llamada cuando afirman que les mueve la solicitud por la Iglesia; su convencimiento de que se deba afrontar la lentitud de las instituciones con medios drásticos para abrir caminos nuevos, para volver a poner a la Iglesia a la altura de los tiempos. Pero la desobediencia, ¿es verdaderamente un camino? ¿Se puede ver en esto algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de toda renovación, o no es más bien sólo un afán desesperado de hacer algo, de trasformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas?”. Por “afán desesperado” queda claro que por más difícil o compleja que sea la situación actual, no se puede hacer una rebaja o minimizar el significado de la identidad católica. ¿Qué sería de la Iglesia si dejara de remar contra corriente al defender la verdad?
Una vez que hace mención de la realidad, maneja una serie de argumentos en los que aparece la importancia de vivir la obediencia como el único camino que realmente conduce a Jesús: “Pero la desobediencia, ¿es un camino para renovar la Iglesia? Queremos creer a los autores de esta llamada cuando afirman que les mueve la solicitud por la Iglesia; su convencimiento de que se deba afrontar la lentitud de las instituciones con medios drásticos para abrir caminos nuevos, para volver a poner a la Iglesia a la altura de los tiempos. Pero la desobediencia, ¿es verdaderamente un camino? ¿Se puede ver en esto algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de toda renovación, o no es más bien sólo un afán desesperado de hacer algo, de trasformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas?”. Por “afán desesperado” queda claro que por más difícil o compleja que sea la situación actual, no se puede hacer una rebaja o minimizar el significado de la identidad católica. ¿Qué sería de la Iglesia si dejara de remar contra corriente al defender la verdad?
La Homilía no es negativa o excluyente. Al contrario, lanza una invitación llena de realismo, alegría e ilusión: “En este contexto, siempre me vienen a la mente aquellas palabras de san Agustín: ¿Qué es tan mío como yo mismo? ¿Qué es tan menos mío como yo mismo? No me pertenezco y llego a ser yo mismo precisamente por el hecho de que voy más allá de mí mismo y, mediante la superación de mí mismo, consigo insertarme en Cristo y en su cuerpo, que es la Iglesia. Si no nos anunciamos a nosotros mismos e interiormente hemos llegado a ser uno con aquél que nos ha llamado como mensajeros suyos, de manera que estamos modelados por la fe y la vivimos, entonces nuestra predicación será creíble. No hago publicidad de mí, sino que me doy a mí mismo. El Cura de Ars, lo sabemos, no era un docto, un intelectual. Pero con su anuncio llegaba al corazón de la gente, porque él mismo había sido tocado en su corazón”. ¡Llegar a las personas!, es decir, lejos de asumir un discurso contrario al magisterio de la Iglesia, se trata de contemplar el rostro de Cristo y de transmitir a los demás lo contemplado, siempre con un tono alegre y cargado de esperanza. El sacerdote no se pertenece a sí mismo, sino que se entrega a Dios a través de la Iglesia. Oponerse a lo que ella dice o señala, con el afán de imponer sus criterios y opciones personales, es adentrarse en un callejón sin salida. Se vale ser críticos. Incluso el Papa Benedicto XVI, antes Cardenal Ratzinger, llegó a serlo, sin embargo, siempre con la mirada puesta en el celo por la salvación de las personas y nunca para destruir la identidad del conjunto eclesial.
Profeta no es aquél que quiere abolir el celibato, promover el aborto, garantizar el acceso de las mujeres al sacerdocio, etcétera, sino el que ha descubierto en Cristo la fuerza y la vitalidad suficiente para darlo a conocer en el mundo de hoy. En síntesis, la homilía de la Misa Crismal, hace un llamado a la obediencia por amor a Cristo y por el celo que se debe tener a favor de la salvación de la humanidad. No solo en el orden eterno, sino también en la dimensión temporal, velando por darle un lugar privilegiado al amor activo y efectivo.