Desde que tengo uso de razón he buscado a Yaveh. Desde muy temprana edad he deseado sabiduría, verdad y discernimiento. No la sabiduría humana, técnica y material, sino la otra. La sabiduría del bien vivir y la del buen morir. La ciencia ancestral y espiritual que me guíe por los senderos de la vida hacia la paz y la serenidad. He aplicado mi oído a los sabios de mi pueblo, que me han enseñado la ley del todopoderoso. He aplicado mis ojos a las escrituras, que me han abierto el conocimiento del creador. Las normas y la voluntad del Dios de nuestros padres y su aplicación a mi vida, han sido mi preocupación noche y día. Me conozco todas las sentencias, dichos y leyes de la Torá. Conozco y escudriño los rincones de la ley de Moisés que Dios reveló a nuestro pueblo para su conocimiento y seguimiento, y a eso me he dedicado toda mi existencia. Soy un levita, un donado, un sacerdote de la tribu de Leví, consagrado a Yaveh y dedicado al culto y a la enseñanza.
Me dirijo a Jerusalén, en busca del gran rey Salomón. Necesito su ayuda y su sabiduría para discernir un conflicto surgido en mi clan. Necesito saber si mis opiniones y visiones son suscitados por el espíritu de Yaveh o estoy siendo engañado por mi propia vanidad. Necesito saber si la incomodidad que surge entre los míos por mi culpa se debe a mi error o estoy siendo instrumento del todopoderoso para el bien. En mi interior siento una seguridad serena, afianzada en mi rectitud de intención, pero el principio de la sabiduría es la prudencia. Debo encontrar alguien con discernimiento de espíritus con gran experiencia y pienso que nadie mejor que el rey sabio para ayudarme. Durante mi viaje he oído cuentos e inventos sobre el Gran Salomón, que al final de sus días ha entrado en la perversión y la idolatría, pero no doy crédito a las envidiosas habladurías.
Llego ante el pórtico del templo donde me esperan, mi condición de sacerdote me ha facilitado el acceso. Soy recibido por los secretarios del rey Elihaf y Ajías, que me saludan con la paz y me ofrecen refigerio y aseo después del largo camino recorrido. Me comentan que a la hora tercia podré ver al rey y me invitan a descansar hasta entonces en una estancia cómoda y fresca dónde poder hacer mis oraciones y prepararme para la entrevista. Mi espíritu queda algo inquieto, he detectado cierta preocupación en mis anfitriones.
Dos horas después vienen ha buscarme, el momento ha llegado. Me hacen salir a un largo corredor cuyo final no alcanzo a ver. A mi derecha se abre una puerta de la que sale el sacerdote Azarías, que me saluda con la paz y me invita a seguirle. Caminamos en silencio por el largo pasillo hasta que me hace pasar a un estancia pequeña y oscura.
—Lo que vas a ver es el ocaso de un gran rey, el final de una era, la ofuscación de la sabiduría.
Después sus oscuras palabras, Azarías pone su mano sobre un ventanuco estrecho a la altura de los ojos y mirándome con tristeza lo abre.
—Acércate y mira en silencio.
Me siento completamente azorado e incómodo. Venía en busca de respuestas y me temo que voy a encontrar más preguntas.
Miro.
Ante mis ojos aparece un gran salón ricamente ornamentado. En el centro una gran tumbona donde el cuerpo de Salomón yace inmóvil. Alrededor de él, concubinas de todas las razas y bellezas, tocan instrumentos, preparan alimentos, ríen y conversan entre ellas o simplemente están recostadas junto a su señor.
Nunca jamás me esparaba ver algo así.
De repente el rey se levanta como poseído, con cara de rabia y furia. Mantiene un díalogo consigo mismo, mientras hace aspavientos con los brazos como si quisiera matar moscas que revolotean a su alrededor. Su locura desemboca en un puñetazo sobre una mesita cercana que la parte en dos. Las mujeres andan asustadas abrazándose unas a otras. El rey se calma por sí solo, poco a poco. Cae de rodillas y algunas mujeres se acercan, con cuidado le levantan y le llevan de nuevo al catre, mientras le acarician y le susurran palabras tranquilizadoras.
El ventanuco se cierra ante mis ojos. Estoy estupefacto. Mi mente está bloqueada.
El sacerdote me invita a sentarme en un banco de madera, que es el único mobiliario de la estrecha estancia dónde nos encontramos.
—El corazón del rey se ha pervertido. Ha sido seducido por los ídolos, por la lujuría y por los placeres y ha sucumbido a miedos y locuras. No siempre está así. Le has visto en plena crisis—Azarías me habla con gran tristeza en su alma—...Pero sigue siendo el rey. Yaveh no le ha rechazado del todo, en honor a su padre David, y por eso lo mantenemos oculto del pueblo y procuramos mantener la normalidad... vivimos tiempos decepcionantes.
—¿Pero como ha sido posible esto?—mi pregunta es más, un grito de desesperación.
—Su corazón se volvió arrogante y altivo. Se apartó de Yaveh.
—¿Pero cómo?¿Cuál fue la raíz?
El sacerdote pone su mano sobre la puerta para disponerse a salir, mientras murmura:
—Dejó de pensar en su pueblo. Buscó su propio interés.
Sale y me deja solo con mis pensamientos. Estoy abatido, apesadumbrado y fundido. Las habladurías del camino habían resultado ser ciertas. La sabiduría se había perdido. Israel anda sin pastor. El pueblo de Dios no tiene guía.
Salgo de palacio sin recomponerme. Monto en mi pollino e inicio el camino de vuelta a mi casa con el corazón sobrecogido. Medito sobre lo visto y oído, razono y rezo. Leo, escruto la palabra y clamo a Yaveh. Después de unas horas de viaje me detengo a descansar bajo la sombra de un árbol. Como un poco de pan duro y un dedo de vino y me preparo para las oraciones del atardecer. Me fijo en un hormiguero que hay cercano y observo a las pequeñas obreras. Hacendosas, obedientes a su tarea... unidas. Contemplo el grupo, el equipo, el engranaje de unas con otras y pienso que algunas respuestas sí me han sido dadas. Pienso que los hombres vamos y venimos, pero la sabiduría de Dios permanece y es más grande que nuestras humanidades. Pienso que todos tenemos una tarea encomendada en nuestras vidas y debemos llevarla a cabo con fidelidad y generosidad y la ayuda del espíritu de Dios. Pienso que la intención de los corazones deben estar orientados siempre al bien de los que nos rodean y no al propio interés. Pienso que es importante la obediencia a nuestros guías y educadores, pero sin idolatrías que nos escandalicen de las limitaciones humanas. Pienso que hasta el último día de nuestras vidas debemos estar vigilantes sobre nuestra alma. Pienso que un gran don implica una gran responsabilidad. Pienso que una gran responsabilidad implica una gran pureza de intención. Pienso en que las respuestas sobre los conflictos con los míos han sido alcanzadas. Pienso en la motivación de mis actos... y vuelvo tranquilo y sereno.
En el corazón de los hombres se encuentra el destino de los pueblos.
Mis amigos pueden descansar tranquilos porque en mi corazón no habita la doblez.
Espero que así se lo haga ver, Yaveh.
Espero que Dios me respalde.
Espero...



“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1Cor 12, 4)


"Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas" (Ef 5, 10)