LA CRUZ, MISTERIO DE AMOR
No podía ser otra la causa y origen primero de la Redención, sino la caridad eterna de Dios, como nos lo ha declarado el mismo Jesucristo (Jn 3,6): “Así amó Dios al mundo, que no paró hasta dar a su Hijo unigénito, a fin de que todos los que creen en él no perezcan, sino que vivan eterna”. Y el Apóstol, en su carta a los de Éfeso: “Dios, que es rico en misericordia, movido del excesivo amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por el pecado y éramos objetos de su cólera, nos dio vida juntamente en Cristo” (Ef 2,4-5).
Jesucristo, muerto en la Cruz, no es un vencido, una víctima vulgar de los odios humanos, sino una víctima amorosa, que voluntariamente se ofreció por amor a los hombres para salvarlos, como de él dijo el profeta Isaías (53,7): “Fue ofrecido en sacrificio porque él mismo lo quiso; y no abrió su boca para quejarse: conducido será a la muerte sin resistencia suya, como va la oveja al matadero, y guardará silencio sin abrir siquiera su boca delante de sus verdugos, como el corderillo está mudo delante del que le trasquila”.
El Divino Maestro declaró con frase encendida el fin de su misión, diciendo: “Yo he venido a poner fuego en la tierra. Y ¿qué quiero sino que arda?” (Lc 12, 49). Vino Dios al mundo para merecer de nuevo el amor que por tantos títulos le debíamos; pero el amor no se conquista sino con el amor. Por eso, se presentó entre nosotros vestido con el traje de amador, con el traje de nuestra propia mortalidad, semejante a nosotros según la carne; y después de una carrera de suavísimos amores, entretejida de penas, de trabajos, de hambre y de sed, y de persecuciones, destierros y cárceles, soportados por nuestro amor, quiso darnos la última prueba, muriendo en una afrentosa Cruz por amigos y enemigos, y con tanta prontitud de voluntad y con tanto gozo de su amantísimo Corazón, que en el Cantar de los Cantares (3,1), al día de su Pasión y Muerte se llama él de su alegría, en que quedó colmado de júbilo su corazón. Sobre lo cual, el santo Maestro Juan de Ávila, como fuera de sí por el ímpetu de amor agradecido, habla así con Jesús Crucificado:
“¿De qué te alegras entre azotes, y clavos, y deshonras y muerte? ¿Por ventura no te lastiman? Me lastiman, cierto y más a Ti que a ningún otro, pues tu complexión era más delicada. Mas porque te lastiman más nuestras lástimas, quieres Tú sufrir de muy buena gana las tuyas, porque con aquellos dolores quitaban los nuestros”.
“El fuego de amor de Ti, que en nosotros quiere que arda hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos en Ti, Tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos hiciste, y lo haces arder en la muerte que por nosotros pasaste. ¿Y quién hubiera que te amara, si Tú no murieras de amor por dar la vida a los que por no amarte están muertos? ¿Quién será leño tan húmedo y tan frío, que, viéndote a Ti árbol verde, del cual quien come vive, ser encendido en la cruz y abrasado con fuego tormentos que te daban, y del amor con que Tú padecías, no se encienda en amarte aún hasta la muerte? ¿Quién será tan porfiado que se defienda de tu porfiada recuesta en que tras nos anduviste desde que naciste del vientre de la Virgen y te tomó en sus manos y brazos, y te reclinó en el pesebre, hasta que las mismas manos y brazos te tomaron cuando te quitaron muerto de la cruz y fuiste encerrado en el santo sepulcro como en otro vientre? Te abrasaste, porque nos quedásemos fríos; lloraste, porque riésemos; padeciste, porque descansásemos; y fuiste bautizado con el derramamiento de tu sangre porque nosotros fuésemos lavados de nuestras maldades; y dices, Señor: “¡Cómo vivo en estrechura hasta que este bautismo se acabe! (Lc 12, 50). Dando a entender cuán encendido deseo tenias de nuestro remedio, aunque sabías que te había de costar la vida… Una hora, Señor, se te hacía mil años para haber de morir por nosotros, teniendo tu vida por bien empleada en ponerla por tus criados… De manera que más amaste que sufriste, y más pudo tu amor que el desamor de los sayones que te atormentaban, y por esto quedó vencedor tu amor, y como llama viva no la pudieron apagar los ríos grandes y muchas pasiones que contra Ti vinieron; por lo cual, aunque los tormentos te daban tristeza y dolor, muy de verdad tu amor se holgaba del bien que de allí nos venía, y por eso se llama día de alegría de tu corazón”.
Hasta aquí el P. Maestro Ávila (Audi Filia, III parte, capítulo 69).
¿Quién había de pensar que en esta porfía amorosa había de poder más la criatura miserable que el Todopoderoso? ¿Que ardiendo el árbol verde, Jesucristo, permaneciera el hombre sin arder, como leño húmedo y frío? Esto es, ¿que amándonos Dios gratuitamente a nosotros, objetos de ira, no amásemos nosotros a Él, infinitamente amable, en cuyo amor, además, está toda nuestra grandeza, todo nuestro descanso y felicidad?
Sin embargo, el suceso ha sido muy diverso; porque mientras los unos, como debía ser, se han rendido al amor de Cristo Crucificado, los otros, en número infinito, se han escandalizado, haciendo de Él objeto de burla y hasta de persecución.
Carta pastoral de Cuaresma ante la Cruz de Cristo, Redentor del Mundo
Siervo de Dios Manuel Irurita Almandoz (1876-1936), Obispo de Barcelona,
mártir de la persecución religiosa, que sufrió el martirio el 3 de diciembre de 1936