Uno de aquellos inmensos pabellones repletos de libros (pero ya se hablaba de la muerte del libro en papel, que entonces iba a dejar paso a los CD-Rom) era el pabellón internacional, donde los expositores de cada país se agrupaban por zonas. Cada zona tenía un estilo propio, reflejo de su país de origen. Los japoneses, repletos de manga y de figuritas de origami; los países del Este, recién salidos del túnel del comunismo, con pocos libros, además en cirílico, y ofreciendo al visitante licores autóctonos… La zona italiana era bien curiosa: editores izquierdistas barbudos mezclados con monjitas en medio de una nube de humo de cigarrillo (sí, en aquella época, la gente aún fumaba en recintos públicos y cerrados). Esa convivencia cordial entre religiosas y barbudos me pareció un remedo de la entrañable relación entre Don Camilo y Peppone y un reflejo de la realidad sociológica de aquel país, dividido entre católicos y “laicos” (en terminología al uso en Italia).
¿Y a qué viene todo esto? Pues a que el sociólogo turinés Franco Garelli acaba de publicar un libro, editado por Il Mulino, titulado Religione all’italiana. L’anima del paese messa a nudo, sobre qué piensan los católicos italianos. El resultado es, en opinión de Garelli, que los católicos transalpinos son católicos, sí, pero a la italiana. Veamos en qué consistiría ese modo de ser católico.
Los creyentes siguen siendo ampliamente mayoritarios en Italia: un 83% lo son. El número de ateos y agnósticos está estancado desde hace veinte años y crecen algo los seguidores de otras religiones debido a la emigración. El 26,5% van a misa todas las semanas (una práctica dominical cinco veces superior a la de sus vecinos franceses) y un 42% al menos una vez al mes.
Estos porcentajes de práctica religiosa, sólo superados en Europa por Polonia y Malta, contrastan con el hecho de que Italia ostenta el récord mundial de menor natalidad. Y es aquí donde entra en juego el adjetivo “a la italiana”, que puede resumirse en dos rasgos:
- Bajo seguimiento de la moral de la Iglesia católica: más de un 70% reconocen que no siguen a la Iglesia en materia de moral sexual y afirman que se puede ser buen cristiano sin seguir el Magisterio.
- Nula contestación eclesial: de hecho supera también el 70% los que dicen que la Iglesia debe mantenerse firme en sus enseñanzas y ser exigente en materia de aborto, eutanasia o sexualidad.
En definitiva, les parece muy bien el Magisterio de la Iglesia pero no lo siguen. ¿Por debilidad? ¿Por un cierto aburguesamiento de su fe? ¿Por una cierta deformación de las conciencias?
Eso sí, hay una franja del 10% de los italianos que pertenece a movimientos de la Iglesia (un porcentaje altísimo y sin parangón en el mundo entero) y otro 10% implicado asiduamente en la vida de su parroquia, que conforman el 20% de núcleo duro cuyo comportamiento no es “a la italiana”, sino que se esfuerzan por seguir las indicaciones del Magisterio en el plano moral.
Y por último un indicador que creo que no es precisamente para sacar pecho: el ser católico no es una variable significativa, explica Garelli, para la moral individual, el voto político o el comportamiento en asuntos de moral social. El 80% que se declara católico se comporta igual que el 20% que se declara ateo o de otras religiones. A los primeros cristianos les distinguían porque obraban de modo diferente al del resto de sus conciudadanos.