Cuando ya se han apagado los ecos de la concentración provida del 25M quiero recuperar un artículo para incidir en el siguiente aserto:
Luis Mª Sandoval mantenía en el XI Congreso Católicos y Vida Pública una tesis muy interesante en el asunto más polémico en la defensa de la Vida:
La vida, convertida en cuestión política
En rigor el derecho a la vida, con todas las salvaguardas que incluye en sus distintas casuísticas (así la reproducción asistida, el aborto o la eutanasia), como derecho natural no puede ser objeto de la acción política, sino que debe ser servido por ella. Lo que corresponde a la política son las formas y medidas de gobierno para alcanzar mejor el bien común de una sociedad concreta.
La causa provida, en sentido intelectual y propio, es no política por ser prepolítica. Y en tanto que prepolítica, también, debe ser asumida por la política.
Otra cosa es que en la realidad de nuestros tiempos el debate político incluye, desde hace mucho, la discusión de aquellas cosas que debiera aceptar como previas y superiores, en otras materias ya antes que en ésta. La idea de que la irrestricta voluntad de los hombres, definida abusivamente como libertad, configura lo que es bueno y malo, lleva dos siglos de aplicación en el mundo occidental en nombre del liberalismo.
Aborto, eutanasia y otros abusos son tentaciones que han existido siempre de modo particular. Y que han podido ser atendidas, también privadamente, por personas o asociaciones pequeñas y discretas. La existencia de una causa provida, tal y como la conocemos, es consecuencia de la tentativa –y de la consumación– de respaldar tales crímenes por la ley positiva.
En este sentido, de realidad práctica, la causa de defensa de la vida, enfrentada a la de la libre elección ilimitada al servicio de la muerte, sí es una cuestión política. Es, incluso, una de las cuestiones claves en el debate público y las decisiones políticas contemporáneas. Y los Papas más recientes han hecho de ella uno de los baremos irrenunciables de la acción política.
La causa provida, de hecho y en el sentido común del término, es una cuestión política, tanto o en mayor medida que asistencial.
Ineludibilidad de la política en la causa por la vida
Sin la aquiescencia de las leyes, estos crímenes contra la vida (es decir, los crímenes contra la vida allegada y débil) cometidos por conveniencia moderada y no por odio o codicia [1] no se habrían multiplicado exponencialmente. La promulgación de leyes al respecto ha sido el punto crucial en el arranque de estas plagas mortíferas.
Así, la impunidad legal ha permitido la difusión de tales conductas; y la mera existencia de tales leyes tiene un efecto pedagógico pervertidor de las conciencias, que ha hecho de las conductas despenalizadas algo socialmente respetable; la legislación en tal sentido fue el objetivo real y simbólico de las fuerzas liberalizadoras progresistas, e igualmente, la movilización provida se ha suscitado por reacción al anuncio y la perpetración de tales leyes tiránicas.
Por eso se debe repetir que la promulgación de leyes contra la vida ha sido, y es, el punto crucial de toda esta cuestión. Pero impedir que avance tal legislación, o efectuar su revocación [2], sólo compete a los legisladores, que son uno de los poderes del Estado. Y la actividad de las cámaras legislativas es claramente política. Sin política, la causa por la vida quedará en un pataleo banal que no alcanza la clave de la cuestión.
La inmensa mayoría de las actividades que consideramos provida son solamente acciones sobre la opinión pública. Es cierto que en un régimen democrático la modificación de la opinión pública trasciende normal, directa y rápidamente al ámbito de las decisiones políticas, por lo que podemos considerar las acciones de opinión orientadas a la política, aunque no lo sean en exclusiva.
Es claro que, junto a la acción política, la modificación de las costumbres es el otro elemento necesario para el buen fin de la causa. Lo que hace falta es no caer en la omisión de ninguno de los dos. Es estúpido, o cobarde, relegar la necesidad de la política a la presunta mayor potencia de la restauración social, y emprender ésta en exclusiva. Si las malas leyes tienen un efecto pedagógico negativo, no es posible entender que se niegue el efecto pedagógico positivo de las leyes a favor de la vida [3] , sin olvidar el efecto inmediato que éstas tendrán de salvación de las muchísimas vidas condenadas y ejecutadas por obra de la impunidad legal.
Las costumbres sostienen las leyes, que si no caen en el descrédito. Y las leyes salvaguardan las costumbres de la erosión del pecado original y sus consecuencias. Ambas crecen reforzándose recíprocamente. Y ambas han de crecer en la realidad simultáneamente.
Las acciones por la vida: específicas e indirectas
Es un hecho que la amenaza de la legislación cataliza muchas más reacciones que el simple conocimiento de los cambios sociales (sean noticias de casos destacados o publicación de estadísticas). Y es otro hecho que esas reacciones se dirigen contra dichas “leyes” [4] mucho más que a participar directamente en la salvación de vidas concretas. Aunque puede ser también que tales reacciones no deriven en ningún avance real de la causa por la vida.
Convendrá analizar la naturaleza exacta de la acciones propias de la causa provida. Limitémonos al crimen del aborto. Respecto a él existen sólo tres grandes géneros de acciones favorecedoras de la vida.
Son las acciones singulares realizadas para salvar a un nasciturus concreto que corre el riesgo de ser abortado. Acciones dirigidas a la madre concreta para persuadirla, ayudarla y acompañarla hasta que de a luz y acepte al hijo o lo de en adopción. Ayuda médica, psicológica, económica y afectiva para ella y el grupo familiar [5] . Y, ayuda fundamental que se suele omitir, de orientación moral: no se trata sólo de “te ayudamos si quieres”, sino de “te explicamos que no debes”. Obra de misericordia principalísima, repetida pero siempre singular.
Para realizar estas acciones directamente salvadoras de vidas concretas se crean asociaciones pequeñas, activas y discretas (y además pobres, por todo ello), centradas todos los días en las vicisitudes de las embarazadas en riesgo de cometer aborto [6] en ese momento. Para ello se complementan los anuncios dirigidos a las embarazadas, los teléfonos que atienden el día completo llamadas de embarazadas que quieren abortar (o que están deseando recibir un apoyo para no hacerlo), los voluntarios y los profesionales que las atienden desinteresadamente, y las residencias –generalmente religiosas– donde muchas terminan siendo acogidas.
El fruto de esta acción es innegable, directo y visible, aunque sólo crece de unidad en unidad. Esta acción requiere el compromiso de nuevos voluntarios (faltan manos y hay tarea para todas las que se presenten) y donativos (mejor si son regulares para asegurar mínimamente un presupuesto continuo).
• La segunda es la acción general política
Es la acción desarrollada en las instituciones públicas para “eliminar las leyes inicuas” [7] , y promulgar las justas leyes que convienen al caso: sociales de protección de la maternidad, el nasciturus, la infancia y la familia, y penales de persecución de los implicados en el crimen del aborto según su responsabilidad [8] . Acción que se completa velando por la debida aplicación de las normas. En cambio, no es acción propiamente política el libramiento de subvenciones a las asociaciones privadas provida desde las diversas instancias públicas [9] .
La acción provida política, para llegar a efectuarse, requiere un arduo empeño preliminar: presentar candidaturas de neto programa provida, y desarrollar las campañas electorales precisas para acceder a los cuerpos legislativos.
Lo más característico de la acción política es su gran envergadura. El cambio de legislación sin duda salvaría decenas de millares de vidas anuales, incluso si existiera el nivel de abortos clandestinos que propalan los abortistas; y muy probablemente salvaría más vidas todavía. Ningún militante de las asociaciones asistenciales provida abriga ninguna duda al respecto [10] . Como contrapartida, el fruto no puede ser gradual: la recompensa de un cambio político será enorme, pero brusca: hasta que consiga el éxito, el esfuerzo acumulado no hará sino reclamar nuevas inversiones de esfuerzos.
Se puede comprobar que los dos géneros de acciones que realmente salvan vidas (la tentación de escribir frases abstractas y ampulosas, como “hacen avanzar la causa de la vida” debe ser evitada) son realmente complementarias y simultaneables:
- La acción asistencial requiere voluntarios cotidianos y tiene muy poco lugar para que los simpatizantes pasivos contribuyan a la causa; por el contrario, los voluntarios de la acción política –posiblemente de actitudes todavía más pugnaces que los voluntarios asistenciales–, sólo necesitan para cosechar fruto que los simpatizantes más tibios les voten simplemente un día de tarde en tarde.
Subrayemos que colaborar en la acción asistencial requiere un auténtico compromiso en donativos y en horas de voluntariado idóneo que no todos pueden ni están dispuestos a prestar [11] . En cambio, el prometedor fruto de la acción política procede, simplemente, de que un número suficientemente amplio de simpatizantes haga uso del derecho al voto en un sentido determinado, sin esfuerzo adicional.
La propaganda, en sí misma, es común a muchos otros objetivos, incluso opuestos, y comprende los variadísmos métodos empleados para la difusión de las ideas y objetivos del movimiento provida: folletos, películas, conferencias, cachivaches, charlas, manifestaciones, amén de todo tipo de iniciativas originales que se le pueda ocurrir a alguien, ya fuera “Colores por la vida” o “Sonidos por la vida”, “Universitarios por la vida” o “Guarderías por la vida”.
Posiblemente es ésta la parte de la causa provida más visible para todos, la que acapare una gran proporción de esfuerzos, y, sin embargo, la que, por su propia naturaleza, nunca ha salvado ni salvará directamente una sola vida, sino sólo en cuanto desemboca en favorecer una de las dos anteriores.
Esto último es una verdad incómoda que pocos se resignan a aceptar, insistiendo en la utilidad de este género de acción, que no negamos, sin comprender lo que verdaderamente queremos decir. Pero así como es una verdad incómoda, es, mucho más todavía, una verdad que es necesario enunciar y tener en cuenta.
La difusión de sus ideas, por sí misma, no hace avanzar la causa provida. La mera simpatía no ayuda si no se traduce en acción. Se trata de mover a los que reciben la propaganda contra el aborto a actuar contra él. Una manifestación de concurrencia masiva no es un triunfo si no se traduce en voluntarios y donativos para las asociaciones asistenciales, y en votos a las listas que se comprometen a remover la ley del aborto.
Se dirá que siempre será bueno que las ideas provida estén más difundidas. Pero no hay que ver nunca la difusión sin considerar su fruto, como un fin en sí mismo. Ni se puede caer en la espiral de hacer propaganda para llenar manifestaciones que, a su vez, permitan más medios para propaganda más elaborada que convoque concentraciones mayores..., y así sucesivamente, sin plantearse nunca el fin natural de toda propaganda, divulgación o “concienciación”: promover una acción.
Lo que se necesita es impulsar las acciones contra el aborto descritas antes. Una charla o una película puede atraer y entretener, y hasta convencer, pero se trata de que mueva a obrar apoyando las acciones sociales y políticas antes descritas. Si llamar explícitamente a esa colaboración no se convierte en el estribillo con que se cierre toda propaganda antiabortista de cualquier género, se estaría fomentando el lamentable equívoco de aquéllos que, después de haber hablado (o concurrido a una manifestación), creen haber obrado.
La propaganda no es un fin en sí misma. La nutrida audiencia no es un éxito en sí mismo. Lo será sólo cuando desemboque en una acción: voluntariado (la más exigente), donativo puntual o regular (que no tiene por qué ser gravoso), y voto (la más fácil y espaciada, la que puede tener una repercusión mayor, y la más traicionada).
Veámoslo de otra manera. ¿Quién hace más por la causa provida? ¿El que no se pierde manifestación pero no colabora con su tiempo ni su dinero, o el que no puede ir a ellas –o no lo necesita– pero no falla en su compromiso regular de uno u otro género? ¿El que abunda en pegatinas y folletos pero el día de votar se abstiene por pereza o mantiene su apoyo al mal [12] , o el que sin ostentación vota indefectiblemente a candidatos contrarios al aborto para que finalmente lleguen a ser elegidos? Lo más triste que puede existir es una persona que hace profesión provida 364 días al año y no vota provida el único día en que podía hacerlo.
Recapitulando: una pequeña (y barata) actividad de la que salen dos nuevos voluntarios, treinta donativos y veinte intenciones de voto es mucho más fructífera [13] que una manifestación masiva donde los donativos no llegan a cubrir los gastos y en la que ningún orador hace alusión siquiera a la necesidad de comprometerse personalmente y de votar bien [14] .
Sin el anterior planteamiento, la propaganda provida produce y producirá autoengaños. No se trata de que la gente grite a coro durante un rato “¡Viva la vida alegre y divertida!” y crea haber hecho algo, sino de que interiorice la necesidad de un compromiso, aunque no lo grite. No se trata de que las publicidades tengan diseños atractivos (lo cual es bueno), ni de que las afluencias crezcan (que es muy bueno) y ahí se quede todo, sino de que las acciones que salvan vidas, la asistencial y la política, se fortalezcan como consecuencia.
Al revés incluso: puede suceder que la propaganda se convierta en un fin en sí misma, en un compromiso que repetir periódicamente aunque absorba las energías de la organización con independencia de su fruto, y también en objeto de encariñamiento y vanagloria inconsciente para los organizadores. Las acciones propagandísticas deben estar clara y eficazmente al servicio de las acciones provida específicas y directas en todo momento.
Acciones directas contra el aborto sólo hay dos, y cuanta propaganda no encamine expresa e insistentemente a ellas redunda en pérdidas de tiempo, desvío de los escasos fondos, y mayor conformismo con las leyes tiránicas y quienes las mantienen.
Una aplicación práctica: Las manifestaciones provida y el apoliticismo
Un caso concreto permitirá trasladar las nociones de esta comunicación en aplicaciones prácticas, tal y como acabamos de abogar.
En las manifestaciones provida se plantean más de una vez incomprensiones por su pretendida apoliticidad. Acuden, con sus insignias y propaganda, partidos políticos de programa provida que molestan, al parecer hasta la ofensa y ofensa grave, a las asociaciones convocantes que se dicen heridas en el apoliticismo propio y en el de la causa provida en sí. De ello surgen incomprensiones y heridas recíprocas.
Las asociaciones sectoriales provida alegan el apoliticismo de su causa, un aprovechamiento injusto, y pretenden distanciarse al máximo.
Analicemos cada punto.
¿Es virtud el apoliticismo?
Las asociaciones sectoriales provida, siendo todas católicas aun las que se presentan como aconfesionales, parecen no haber escuchado a los Papas alabar y alentar el compromiso político, lo cual no es sino de orden natural.
El apoliticismo no es un bien natural. No se encontrará en ningún catálogo de virtudes. Ni tampoco en ninguna lista de mandamientos. De suyo la apoliticidad, respecto de aquello que puede ser político [15] , es una carencia o una renuncia. En cambio, el compromiso político –siempre por una opción determinada, pues no puede ser de otro modo– sí es una virtud y nos es exhortada por la Iglesia.
La virtud que corresponde aquí a las asociaciones sectoriales provida no es el apoliticismo, sino el apartidismo, la neutralidad. Desde luego, no la neutralidad entre los partidos políticos provida, los indiferentes, y los rabiosamente promotores de la elección de la muerte. Sólo la neutralidad entre los partidos oficial y expresamente provida.
Si la organización de una actividad no es precisamente la de uno de esos partidos –lo que también ocurre– parece que debería tratarse en ella a todos por igual, pero igual de bien. ¿O es que no se desea que los partidos asuman la causa provida?
Siendo un partido político una asociación lícita, y si su compromiso no es falaz, no cabe en justicia discriminarle respecto a cualquier otra adhesión colectiva. En realidad, a veces parece que lo que se quiere es guardar otra neutralidad: entre los partidos que concurren y los que no lo hacen ni lo harán porque programáticamente no defienden la causa provida, si acaso representan el mal menor. En ese caso, son los organizadores los que incurren en la injusticia de la discriminación por motivos inconfesables, y en el error, además, de “esperando agradar a los que no venían”, defraudar a los que son providas por derecho [16] .
Si sólo comparece como provida un partido, bien en una manifestación, bien en la entera vida pública de una nación, no por ello su diligencia debe ser ocultada en lugar de ensalzada o respetada. Siempre se puede aludir a los hoy presentes junto a los que no han podido venir, o pueden existir. Pero vetarlos, echarlos o silenciarlos, ¡no!
Aprovechados y tacaños
“Si quieren tener su manifestación que se la organicen ellos, pero que no se aprovechen de la nuestra”. Éste es el otro argumento recurrente en la cuestión.
Ahora bien, como nos hemos detenido en explicar primero en abstracto, lo propio de las actividades propagandísticas provida es que den fruto para las actividades asistencial y política, y no se queden en sí mismas. Si la organización de un acto no facilita a los asistentes información acerca de las asociaciones con las que pueden colaborar o los políticos a los que puede votar –que sería lo deseable–, ¿debe también impedir que se conozcan como tales y contacten entre sí? Que otros saquen provecho del acto, si éste se desarrolla según lo esperado [17] , ¿en qué perjudica a los organizadores? Se trata de un fruto colateral de la reunión de personas de intereses semejantes que de otro modo se perdería sin beneficio para nadie.
En una sociedad en que la conciencia ecológica del reciclado de los objetos materiales es tan valorada, resulta chocante mantener el principio de que ciertas oportunidades legítimas de propaganda no deben ser aprovechadas. Más que a los “aprovechados” debería denunciarse a ciertos tacaños hasta de sus sobras, puesto que en lo que no pueden aprovecharlas vedan a otros hacerlo en nombre de cierta propiedad privada sobre los asistentes y lo que éstos deben ver [18] .
Es cierto que sí debería evitarse o impedirse tal aprovechamiento si fuera para una opción política que sólo buscara captar votos pero no mantuviera realmente un programa provida, pero no suele ser ése el caso que tanto excita a los apolíticos; todo lo más sucede que los partidos que concurren como tales a los actos provida –y también los organizan– poseen un programa propio y más amplio, o no son parlamentarios, pero ninguna de esas circunstancias es legítimamente descalificadora [19] .
Lo cierto es que los que no quieren “aprovechados” desean en realidad un “aprovechamiento” –mayor o menor– unilateral y en sentido contrario: que los partidos programáticamente provida movilicen a sus militantes para que éstos, a “título personal” engrosen las iniciativas apolíticas.
El fondo: una cuestión política, moral y eclesial
Ni el apoliticismo ni el presunto parasitismo son argumentos justos ni sólidos porque no son las razones verdaderas de fondo, sino subterfugios. Es a muy determinados partidos políticos, por su identidad, a los que se rechaza.
Y ello por mantener ideas lícitas y con el agravante escandaloso de la proximidad real de los rechazados, en las ideas y las personas. Los partidos que ofenden tanto a los providas apolíticos resultan estar constituidos íntegramente por providas convencidos, y entre sus militantes el porcentaje de voluntarios provida que actúan en asociaciones del género es muy superior a su peso electoral. Es como si por estar seguros de que su compromiso es seguro se les pudiera maltratar y preterir.
¿Por qué el apoliticismo sesgado de tantas asociaciones provida?
• Por la afición al disimulo en nombre de propósitos buenos y la supeditación de la justicia a la táctica. Se trata de repetir el mantra del apoliticismo y la aconfesionalidad [20] para obtener los resultados que abiertamente se creen inalcanzables. No importa que no se engañe a casi nadie, sino a los propios; un poquito de voluntad de engañar para atraer... se considera justificado. Camino en el que todo es empezar.
• Para no contaminarse con los réprobos –lo sean por justo motivo o sin él– lo más seguro es unirse a los censores establecidos. Algo así como “si a ese partido lo tildan de extrema derecha, para no ser contaminados debemos extremar nuestro distanciamiento de él”. La actitud del provida apolítico respecto del provida político está mucho más allá de la superioridad del fariseo sobre el publicano (Lc. 18,11): en la de unirse a la expulsión del chivo expiatorio (Lv. 16,20-22).
Benedicto XVI, clara, reciente y dolidamente, lo ha expresado así:
Sin duda, uno de esos grupos es la “extrema derecha” católica y política.
De todos modos, creemos que la causa es más profunda que un desorden afectivo y moral de cualquiera de los dos géneros anteriores. Tales defectos pueden concurrir, pero sobre una divergencia ideológica de fondo. La expuso con claridad Jean-Louis Bruguès, Secretario de la Congregación para la Educación Católica:
La primera corriente ha resultado ser la predominante luego del Concilio; ha proporcionado la matriz ideológica de las interpretaciones del Vaticano II que se han impuesto a fines de los años sesenta y en la década siguiente. Las cosas se han invertido a partir de los años ochenta, sobre todo –pero no exclusivamente– por la influencia de Juan Pablo II. La corriente “conciliadora” ha envejecido, pero sus adeptos detentan todavía los puestos claves en la Iglesia. La corriente del modelo alternativo se ha reforzado considerablemente, pero todavía no se ha convertido en dominante. Así se explicarían las tensiones del momento en numerosas Iglesias de nuestro continente” [22] .
Reconciliación católica
Las tensiones dentro del movimiento provida reflejan esas posturas. Lo que se precisa, y está pendiente, es la reconciliación interna de los católicos y la inserción armónica de la causa exclusivamente provida en el conjunto de la obra de restauración católica de la sociedad, de la que forma parte natural, junto con muchas otras obras, igualmente dignas e importantes, entre ellas la política.
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Como acción política eventual, y meramente provisional, debe añadirse el apoyo a disposiciones abortistas más restricitivas que las vigentes, según la enseñanza de Juan Pablo II (Evangelium vitae, § 73). Aunque es de destacar que las restricciones con que el Papa enuncia la posibilidad, ante el concreto problema de conciencia que se suscita al apoyar un mal verdadero, siquiera sea menor, son omitidas por algunos divulgadores interesados: se trata de un voto parlamentario ante un proyecto de ley, no de un voto popular a una candidatura con postura restrictiva en vez de abrogadora; cuando no sea posible abrogar completamente la ley; y cuando sea pública –es decir, cuando no se actúe con subterfugios– la absoluta oposición personal al aborto.
Y tampoco es sectario: bastará con recordar a cuantas asociaciones existen y concurren, y a cuantas candidaturas han comunicado su postura provida. Si eso se hace siempre y sin discriminaciones existirá la conveniente orientación sin sectarismo ninguno.
El Deuteronomio ya decía: “no pondrás bozal al buey que trilla” (Dt. 25, 4), como establecía que los dueños no fueran exhaustivos en la recolección, permitiendo el espigueo (Dt. 24, 19-21).
En cambio, las justas circunstancias descalificadoras cuadran perfectamente con mantener el provecho que los partidos del mal menor –que no son provida– obtienen del voto de los providas por desconocer la existencia de alternativas políticas provida. Se trata de una complicidad cierta, jaleando a esos partidos por cualquier participación “a título personal”, pero invisible en cuanto omisión.
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