Sor Emmanuelle es sobradamente conocida en Medjugorje, y en todo el mundo por sus numerosos escritos. Ella fue una parisina conversa, que encontró a Diosa través de la Virgen, reina de la Paz, y lo entregó todo. Desde hace años desempeña una gran labor evangelizadora desde Medjugorje, en donde vive habitualmente.

              Le leí un artículo que publicó en la revista “Sol de Fátima”, en donde contaba la increíble historia de Paul, un pobre hombre enamorado del Señor, al que trataba con el corazón. Ofrecemos aquí el relato para que aprendamos a orar con el corazón.

         Cómo orar con el co­razón?• es una pre­gunta que hacen con frecuencia los peregrinos, y ellos se sienten aliviados al descubrir, en contacto con la gran sencillez de Medjugorje, que, sin saber, ya sabían. Llegan aquí con preguntas de carácter inte­lectual y parten con el sóli­do sentido común de los niños, de los pequeños a quienes son revelados los misterios del Reino.

Hace algunos días, en la iglesia, un sacerdote ilustró de manera maravillosa la oración del corazón, cantándonos un hecho ocurri­do en París:

Paul pasaba la mayor parte de su tiempo afuera y sentía especial predilección por la iglesia Saint-Jacques, bajo cuyo pórtico mendi­gaba. Es necesario aclarar que la botella era su fiel compañera y la cirrosis del hígado Centre otras enfer­medades) testigo perma­nente de aquélla. Su tez no presagiaba nada bueno, y la gente del barrio, aunque sin interesarse demasiado por su suerte, sabía que cualquier día no lo encon­traría más allí.

Sin embargo, una buena alma de la parroquia, la señora N., afligida al verlo tan atrozmente solo, había iniciado con él cierto diálogo. Ella se había dado cuenta de que, dejando su lugar en el atrio, por la mañana, él entraba en la iglesia (cró­nicamente vacía) y se sentaba en prime­ra fila, frente al sagrario. Así nomás... sin hacer nada.

Ella le hizo entonces esta pregunta:

-       Paul, me he dado cuenta que entras frecuentemente en la Iglesia. ¿Pero qué haces allí sentado durante una hora? No veo que tengas ningún rosario o libro de oración, incluso a veces te quedas medio dormido... ¿Qué haces allí entro?¿Rezas?

-       ¿Cómo quieres que rece? ¡Olvidé todas las oraciones que me enseñaron, cuando de chico iba al catecismo! ¡Ya no sé nada! Entonces, ¿qué hago? Pues es muy sencillo: voy hasta el sagrario, allí donde está Jesús, solo en su cajita, y le digo: -“¡Jesús! ¡Soy yo, Paul! ¡Vengo a verte!”. Y me quedo un rato... ¡Cuestión de estar allí, pues!...

     La señora N. se queda muda. Pasan los días, sin mucho cambio, pero ella no se olvida de las palabras de Paul. Y lo que tenía que suceder, sucedió: Paul de­sapareció del atrio. ¿Enfer­mo? ¿Muerto tal vez? Ella averigua, sigue su rastro hasta el hospital, y va a vi­sitarlo. El pobre Paul está extremadamente mal, co­nectado a mil tubos, la tez color ceniza, muy caracte­rística de quien está a pun­to de morir. El pronóstico es grave...

La buena samaritana vuel­ve al día siguiente, espe­rando que le den la triste noticia... Pero no, Paul está sentado sobre su cama, bien erguido, recién afeita­do, la mirada radiante. ¡Una verdadera metamorfosis! Una expresión de felicidad emana de su rostro, casi una luz.

                 La señora N. se refriega los ojos... ¡Pero sí! ¡Es él!

       —¡Paul! ¡Es increíble! ¡Has resucitado! No eres el mis­mo hombre. ¿Qué pasó?

Pues, fue esta mañana. ¡Me sentía tan mal!... Y de repente vi a alguien pa­rado ahí al pie de mi cama. Era hermo­so... ¡Pero tan hermoso!... ¡No puedes ni imaginarte! Me sonrió y me dijo: ¡Paul! ¡Soy yo, Jesús! ¡Vengo a verte!-

¿Orar con el corazón? Es dirigirnos a Dios como somos, con todo lo que te­nemos. Y cuando no tenemos nada, ir hacia él sin nada. Al igual que la viuda in­digente del Evangelio, Paul, seguramen­te, había consolado a Jesús como nadie lo había hecho...  ■



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