Conviene recordar, cuando hay tanto intérprete libre, y a conveniencia, de las Sagradas Escrituras, cual es el criterio para entender los textos bíblicos.
Un amigo me recuerda dos encíclicas de referencia, para leer completas y tener siempre presentes, y resalta unos párrafos que recogen el espíritu de éstas
“En efecto, los libros que la Iglesia ha recibido como sagrados y canónicos, todos e íntegramente, en todas sus partes, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error.
Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia definida solemnemente por los concilios de Florencia y de Trento, confirmada por fin y más expresamente declarada en el concilio Vaticano, que dio este decreto absoluto: ‘Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, íntegros, con todas sus partes, como se describen en el decreto del mismo concilio (Tridentino) y se contienen en la antigua versión latina Vulgata, deben ser recibidos por sagrados y canónicos. La Iglesia los tiene por sagrados y canónicos, no porque, habiendo sido escritos por la sola industria humana, hayan sido después aprobados por su autoridad, ni sólo porque contengan la revelación sin error, sino porque, habiendo sido escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor’.
Por lo cual nada importa que el Espíritu Santo se haya servido de hombres como de instrumentos para escribir, como si a estos escritores inspirados, ya que no al autor principal, se les pudiera haber deslizado algún error.
Porque Él de tal manera los excitó y movió con su influjo sobrenatural para que escribieran, de tal manera los asistió mientras escribían, que ellos concibieran rectamente todo y sólo lo que Él quería, y lo quisieran fielmente escribir, y lo expresaran aptamente con verdad infalible; de otra manera, Él no sería el autor de toda la Sagrada Escritura.
Tal ha sido siempre el sentir de los Santos Padres. (…) pero lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error”.
“Y no discrepan menos de la doctrina de la Iglesia – comprobada por el testimonio de San Jerónimo y de los demás Santos Padres – los que piensan que las partes históricas de la Escritura no se fundan en la verdad absoluta de los hechos…”.
Es decir, que la Biblia contiene parábolas y similares, pero no es una parábola, ni un cuento con moraleja, ni son cuentos moralizantes, sino que son hechos reales, y con más base historiográfica que cualquier otro texto de la época.