En cuanto materia de reflexión, me ha parecido interesante una carta al director publicada en el diario italiano Il Foglio, a mediados del mes de marzo de 2012, sobre la reducción de las personas a «perfiles virtuales» y las consecuencias relacionales que de ello se deriva (ofrezco la traducción al castellano elaborada por el autor de este blog).
Es verdad que quizá el tono de la carta firmada por Andreas Emmanuele Cappelli, de la ciudad de Forlì, tenga un tono más bien pesimista, pero también es verdad que la ciberdependencia es una patología cada vez más extendida. ¿Cómo esa adicción afecta el modo de concebirse a sí mismo y concebir a los demás? ¿De qué manera esa dependencia condiciona el modo de vivir, aprender y comunicarse? Una caricatura publicada recientemente en The New Yorker tomaba pie precisamente del punto de los perfiles para hacer una broma: «Te ves como tu perfil de foto».
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Pues sí, ahora mi mundo es Facebook. Al interior de esta social network llevo mi vida virtual. He renunciado a mi humanidad, a mi «ser hombre», para convertirme simplemente en un «perfil». No me verán sonreír más, llorar o moverme. Ahora soy sólo una imagen estática, mono expresiva. Cuando encuentren el clásico punto verde al lado de mi foto significa que estoy «on line», que estoy viviendo. Cuando, por el contrario, me vean por Forlì, o sentado en el bar fumando o leyendo el periódico, estaré «off line», o inexistente.
Por otro lado, antes de juzgar mi elección, intenten reflexionarla: ¿dónde han terminado las chicas? Desde hace tiempo no las veo en torno. Están todas en Facebook, dentro de sus álbumes llenos de fotos, intentando realizarse a través del «me gusta». Los jóvenes también no piensan ya. O mejor: la palabra «pensamiento» al día de hoy induce al error; se llama «estado», y no puede ser más largo que 500 caracteres. Y es gracias a ese espacio virtual que se escribe lo que se piensa, comunicándolo gracias al botón «publica». Reflexiones breves, a menudo fútiles y superficiales.
Piensen también en lo difícil que es olvidar a un ser querido, excluirlo de nuestra vida. Sobre todo si, escarbando dentro de nosotros, descubrimos sentir todavía algo por un amor terminado prematuramente o nunca correspondido. En Facebook, con un simple botón es posible «remover» cualquiera al que se desee, para verlo desaparecer literalmente.
Su foto de perfil, sus «estados», todo aquello que publica, desaparecido en la nada. Con un solo botón se nos ha dado la facultad de cancelar a un individuo de nuestra vida. Y día tras días, año con año, la vida continúa fluyendo al interior de una computadora, siguiendo su camino ordinario, esperando que un imprevisto apagón sirva como juicio universal, apagándonos y anulándonos a todos.
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