Falta menos de una semana para que Su Santidad Benedicto XVI emprenda un nuevo viaje a América. En esta ocasión serán México y Cuba los países afortunados de poder acoger al vicario de Cristo. La presencia del Papa es siempre un don, no sólo para la comunidad católica sino para la nación que lo recibe. Él es siempre un mensajero de paz y esperanza, un hombre santo y sabio que tiene como único interés servir a Dios y al prójimo.

 Las autoridades de ambos países están haciendo un esfuerzo por garantizar el éxito de la visita, en lo que a estructura se refiere. Aunque en Cuba se oyen voces que hablan de dificultades a los católicos que viven fuera de La Habana para ir a la capital, no parece que hasta el momento esas críticas hayan sido corroboradas por las autoridades eclesiásticas. En México, en cambio, se ha logrado una tregua en el insensato y sanguinario enfrentamiento entre las bandas de narcotraficantes, lo cual aunque es poco ya es un primer fruto de la visita papal; fruto que hay que pedir a Dios que se mantenga.

Pero, ¿para qué va el Papa a México y Cuba? Para lo mismo que tanto él como su predecesor emprenden este tipo de viajes: para fortalecer y confirmar en la fe a los católicos de los países visitados. El Papa no va a México a apoyar al PAN en las elecciones, ni siquiera a contribuir a que acabe el narcotráfico. Va a animar a los católicos a que sigan siendo fieles a Cristo y a que se impliquen en la vida pública de forma coherente con su fe. Si eso tiene consecuencias políticas o sociales, será un fruto lógico y añadido. En cuanto a Cuba, Su Santidad no se desplaza a la isla caribeña para darle un empujón a la dictadura asesina de los Castro. Va a animar a los católicos, que llevan décadas perseguidos y acosados por la tiranía marxista, para que no se rindan en su esfuerzo por ser fieles a Cristo. Está claro que corre el riesgo de ser manipulado por el régimen comunista, pero también lo corrió Juan Pablo II cuando visitó el Chile de Pinochet o la propia Cuba de Castro. Toda la espiritualidad cristiana se basa en la encarnación y no en la huida. Hay que estar donde están los problemas, donde hace falta que se note la presencia del pastor. No se puede huir ante el lobo cuando éste ataca a las ovejas y eso es lo que hace el Papa. A veces el resultado será más halagüeño y en otras ocasiones más pobre, pero lo que cuenta es hacer lo que Dios quiere. Y eso exactamente es lo que hace Benedicto XVI.

Y nosotros. Al menos debemos acompañarle con una oración intensa. Ver a este anciano de 85 años cruzar el Atlántico y desafiar a narcos y a tiranos, es algo que no sólo conmueve sino que anima. No tengamos miedo. Nuestros pastores no lo tienen.

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