¿POR QUÉ HACER SACRIFICIO? Las falsas razones

            La sociedad del bienestar ha cambiado de tal modo la mentalidad de la gente que el concepto del sacrificio está totalmente desdibujado, y puede aparecer incluso como irracional y contraproducente. Incluso los católicos practicantes, no sin culpa de los sacerdotes, han abandonado en gran medida las prácticas de penitencia más fundamentales. Sin embargo, el tiempo de crisis que vivimos hace más urgente la necesidad de comprender el sentido del sufrimiento humano, de las dificultades y penalidades cotidianas a las que tenemos que hacer frente. Porque si nos vemos obligados a experimentar carencias a las que no estamos acostumbrados y no estamos preparados ni psicológica ni espiritualmente, el efecto puede ser devastador. No nos engañemos, no sólo en tiempo de crisis sufrimos, el dolor acompaña siempre la vida del hombre, pero en tiempos difíciles hay que estar preparado para todo.

Pero más allá del misterio del dolor, que es una cuestión universal y actual en todas las épocas, es apremiante aprender el sentido de sacrificarse por los demás, de luchar para alcanzar las metas propuestas, es decir, no sólo tener la capacidad para aceptar y superar los obstáculos, sino adquirir la generosidad suficiente para abrazar voluntariamente el sufrimiento. Este es precisamente el sentido del “sacrificio cristiano”, el misterio central del cristianismo, el mensaje de la “CRUZ” que sigue siendo para unos, escándalo, y para otros, necedad o locura. Jesucristo aceptó y ofreció voluntariamente un dolor espiritual y físico terrible ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué los cristianos debemos imitarlo en esto? Nos detendremos hoy a explicar las falsas razones y los siguientes post empezaremos a explicar las verdaderas razones por las que un cristiano se sacrifica.

En primer lugar, el cristiano no se sacrifica porque le agrada sufrir, porque encuentra algún tipo de satisfacción física o espiritual. No es masoquismo. Seguramente si a una persona no creyente y con algún matiz anti cristiano le preguntamos qué le parece la penitencia física cristiana, responderá que es un absurdo masoquismo. Pero, dado el ambiente de permisivismo total, si le preguntamos qué piensa del sadomasoquismo sexual, es posible que responda: “bueno, si a ellos les gusta, nadie se lo puede reprochar”. Pues bien, aunque debería ser respetada la decisión de practicar la penitencia porque “nos gusta”, según los criterios actuales, el cristiano no lo hace por esa razón. Una persona equilibrada no encuentra placer en el sufrimiento.

Tampoco se hace por un placer espiritual. Es cierto que los monjes budistas, en su deseo de alcanzar una vida más espiritual, someten el cuerpo a grandísimos ayunos y otras penalidades. Es verdad también que sometiendo el cuerpo, el espíritu se haya más libre para la meditación, y que en esta liberación de todo deseo físico, se puede experimentar cierto sosiego y quietud espiritual, una especie de paz profunda nunca antes sentida. Aunque el cristiano pueda tener alguna experiencia semejante en el silencio del retiro y la austeridad de la vida, este sentimiento placentero no puede ser, o al menos no debe ser, la razón para practicar el sacrificio. Me puedo sentir mejor cuando hago sacrificio, parece extraño pero es así, sin embargo el “sentirme bien” no debe ser el motivo principal.