El insólito testamento de Jean Guitton
El famoso filósofo francés J. Guitton quiso dejarnos un insólito testamento que simula ser escrito, o formulado, en su lecho de muerte, en su entierro y en el juicio celestial, y en diálogo con celebres personajes históricos, como Blas Pascal, Bergson, Pablo VI., De Gaulle, Sócrates, Blondel, Dante… En esas conversaciones soñadas al pie de la cama en sus últimas horas de vida, o contemplando su propio entierro, Guitton va desgranando su pensamiento sobre temas de gran interés para el hombre de hoy. Debo reconocer que el diálogo en muchos momentos se eleva hasta entrar en niveles metafísicos, teológicos, o filosóficos. Pero con la humildad que caracteriza al buen intelectual, podemos incorporarnos como oyentes, escondidos en un rincón, y disfrutar de esas conversaciones que tratan de buscar luz en temas muchas veces obscuros, y que al final de la vida uno quiere aclarar. Intentaré espigar un poco para hacerlo inteligible y ameno al lector. El título del libro es “Mi testamento filosófico”.
Estamos en plena ceremonia del entierro de Guitton. El féretro está en el pasillo, cerca de las gradas del altar. Pero nuestro filósofo, en un alarde de imaginación, no está encerrado en el féretro, sino siguiendo la ceremonia de su propio entierro desde una de las gradas de la iglesia. Y a lo largo de la liturgia fúnebre, Guitton sigue dialogando con sus amigos, los intelectuales de todos los siglos. En esta ocasión se hace presente nada menos que Sócrates, que, dando un salto de siglos, quiere intercambiar con el filósofo francés, un dialogo profundo antes que los restos mortales vuelvan a la tierra. En estos momentos del funeral está predicando la homilía Mons. Vingt-Trois. Al terminar un coro magnifico de voces mixtas canta el ofertorio. Yo me pongo para ambientarme el Miserere Mei - Allegri - One Hour Extended.
Con voz sigilosa para no romper el sigilo de la ocasión, Sócrates se hace presente ante Guitton:
- ¡Sócrates! ¡Qué sorpresa!
- ¿Le sorprende mi presencia?
-Desde hace tres días nada me sorprende. Pero he de decirle que a pesar de todo no esperaba verle.
--¿Y por qué?
- ¡El Príncipe de los filósofos!...
- ¿Me creía usted en el infierno Tal vez?
-Qué quiere que le diga. Un pagano…
-Desengáñese. Aún sigo en el purgatorio.
- ¿Todavía? ¿Desde que bebió la cicuta?
-Desde el. 319 antes de Cristo.
-Es espantoso! ¿Y hasta cuando se quedará allí?
-Hasta el fin del mundo, a menos que un filósofo santo que llegue al paraíso interceda por mí delante del rostro de Dios.
-Ya veremos, ya veremos… ¿Pero ¿cuáles son los pecados que pueden exigir una purificación tan larga?
-Tres motivos: primero, orgullo intelectual, segunda falta de espíritu de paternidad; tercero, ironía cruel.
- ¿Era usted así? ¡Pero ni mis colegas ni yo mismo hemos enseñado nunca nada de eso en la Sorbona!
-Me ha dicho usted orgullo intelectual… Todos pensábamos que era usted modesto.
-Usted sabe bien Guitton que el orgullo nada tiene que ver con la falta de modestia.
- ¿Cuál es ese orgullo, Sócrates?
- ¿No lo sabe usted? El orgullo es creerse Dios… Imaginar que nuestra mente fabrica la verdad en lugar de ajustarse a la realidad. Imaginar que podemos decretar el bien y el mal. No querer pensar más que por uno mismo, no confiar nunca en nadie y no querer depender de nada.
-Este es el orgullo que impide a todo el mundo tener fe.
- ¿Qué sígnica ser libre?
-Ser Dios.
-Entonces Sócrates, ¿qué orgullo le han reprochado?
-Haber defendido que toda verdad estaría desde siempre presente en el fondo de mi alma y que me bastaría con reflexionar para sacarla a la luz.
- ¿Y no es verdad?
No lo es mas que en parte. Lol esencial viene del exterior y sobre todo de otro… Lol esencial es el amor. Pero el amor es un lazo real entre usted y todo lo que no es usted y que nace del don que le hace otro. Por eso, si es usted cerrado e independiente, no comprenderá nada de nada.
-Y ¿Qué más le han reprochado Sócrates?
-Habert pretendido que nadie es malo voluntariamente
¿Y no es verdad? Siempre he pensado que los hombres son más tontos que malos
-Guitton es nuestra maldad la que nos hace tontos.
La Misa de funeral sigue su ritmo. Jean Guitton le ruega a Sócrates que le hable del segundo motivo. ¿Por qué dijo usted “falta de espíritu de paternidad”?
Y el diálogo funerario discurre tranquilamente mientras los celebrantes oran en el entierro de nuestro filósofo. Pero ya continuaremos ofreciendo esta insólita conversación en donde el muerto se muestra vivo para dialogar con otros vivos que están muertos, y en esas largas conversaciones dejarnos su testamento filosófico.
Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com