Me contaron que B, llamémosle así, invitó a A a las fiestas de su pueblo. B estaba muy ilusionado pues es muy devoto de la patrona del lugar, cuyas fiestas son famosas y se preparan con mucho tiempo. Llegado el día todo sigue el guión establecido, según las costumbres más arraigadas. Arranca el paso y todos acalaman a la Virgen por donde va. La procesión acaba en la iglesia, pero B no entra en ella. A, sorprendido, le pregunta: “¿Tú no entras?”. Y B, con naturalidad, responde: “No, la iglesia es sólo para las mujeres…”. A lo que A le responde certeramente: “Extraña forma de honrar a la Madre… insultando al Hijo”.
Yo he visto mucha gente como B, que durante 364 días al año no se preocupan lo más mínimo de Dios ni de lo que ha dicho, ni de lo que quiere para él, ni de cómo es su cristianismo, no se plantean cómo avanzar en su Fe, ni buscan ayudas, grupos… Pero el día de la Virgen de su pueblo, ¡ay, ese día!, ese día se desboca con una Fe que más se parece a una piadosa costumbre que a otra cosa.
Para terminar pondré un caso contrario al anterior: cuando estuve en Lourdes visitamos la gruta, tuvimos nuestro acto a la Virgen, hicimos la ofrenda y participamos en la procesión de las Velas. El domingo fuimos a Misa en el propio Santuario y el sacerdote empezó con estas palabras: “Este acto (la Misa) es el momento central de vuestra peregrinación, el más importante de todos”. Menudo ejemplo.
Aramis