Si en otros días nos hemos referido a la presencia de los ángeles en las Escrituras, corresponde hacerlo hoy a la de una categoría especial de ángeles que son los archiángeles o arcángeles (más que ángeles, como “archiduque” es más que duque, o “arzobispo” es más que obispo),
“Estos son los nombres de los santos ángeles que vigilan: Uriel, uno de los santos ángeles, que es el ángel del tueno y del temblor; Rafael, uno de los santos ángeles, el encargado de los espíritus de los hombres; Ragüel, uno de los santos ángeles, el encargado de los espíritus de los hombres; Miguel, uno de los santos ángeles, encargado de la mejor parte de los hombres y de la nación; Saraqael, uno de los santos ángeles, encargado de los espíritus del género humano que hacen pecar a los espíritus; Gabriel, uno de los santos ángeles, encargado del paraíso, las serpientes y los querubines; Remeiel, otros de los santos ángeles, al que Dios ha encargado de los resucitados. Y éstos son los siete nombres de los arcángeles” (Hen. 20, 1-7)
Como se observa, todos los arcángeles tienen un nombre terminado en la partícula “el”, partícula presente en otros nombres judíos como Manuel, Elías, etc. y que no significa otra cosa que Dios. Uriel es “la luz de Dios”. Rafael, que es el ángel que sanó a Tobías, es “Dios sana” (raf=sana; El=Dios). Ragüel es “el deseo de Dios”. Miguel, por último “quién como Dios” (mi=quién; ka=como; El=Dios). Gabriel es “la fuerza de Dios” (gabar=fuerza, El=Dios) o también “el varón de Dios”.
Dentro del cristianismo, el primero en hacerlo es San Pablo, bien que lo haga una única vez, en su Segunda Carta a los Tesalonicenses:
“El mismo Señor bajará del cielo con clamor, en voz de arcángel y trompeta de Dios, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (Tes. 4, 16)
A partir de Pablo los arcángeles vuelven a aparecer mencionados en el gran tratado angélico “De coelesti hierarchia” atribuido a San Dionisio Areopagita, pero probablemente escrito hacia el s. IV, esto es, tres siglos después de que aquél existiera. Y a partir de ahí en todos los escritos sobre el tema de los grandes autores cristianos, sólo a modo de ejemplo, San Gregorio Magno (590-604) y Santo Tomás de Aquino (n.1225-m.1274) que lo hace en su Suma Teológica.
Pues bien, no obstante la no utilización de la palabra, de autoría paulina como vemos, esta categoría de ángeles especiales o más que ángeles es atribuída en la Biblia a siete personajes, ni uno más ni uno menos, aunque, como verá el lector, no de una manera muy clara. En el Antiguo Testamento, el Libro de Tobías lo hace con estas palabras:
“Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor” (Tb 12, 15)
Y en el Nuevo, el Apocalipsis lo hace con éstas:
“Juan, a las siete iglesias de Asia. Gracia y paz a vosotros de parte de «Aquel que es, que era y que va a venir», de parte de los siete Espíritus que están ante su trono” (Ap 1, 4)
Y con éstas:
“Vi entonces a los siete ángeles que están en pie delante de Dios” (Ap. 8, 2).
Sin embargo, lo cierto es que de los siete más-que-ángeles en cuestión, sólo tres son citados por su nombre en los textos bíblicos, a saber, Gabriel, que además de citarse en Daniel, está presente en el Evangelio de Lucas; Miguel, que además de citarse en el mismo Daniel está presente también en el Apocalipsis y en la Carta de Judas; y Rafael, que aunque se cita en Tobías, como hemos visto, no registra presencia alguna en el Nuevo Testamento.
La Iglesia celebra a estos tres arcángeles el día 29 de septiembre, y no celebra los otros cuatro que mencionan los libros por no aparecer sus nombres en la Biblia. Lo que no quiere decir que no exista tradición alguna sobre esos nombres. Y alguno de ellos, concretamente el primero, Uriel, con gran tradición entre los cristianos.
©L.A.
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