Con alguna frecuencia me lamento, al menos internamente, del destino (que sin duda es providencia) que me ha alejado de mi labor pastoral en aquella dichosa tierra llamada “tierra de gracia”, Venezuela, donde me sentía misionero al ciento por ciento. Quizás no de los que anuncian la fe a los paganos, los verdaderos misioneros ad gentes, pero sí al menos de aquellos que deben atender muchedumbres inmensas de cristianos que andan como ovejas sin pastor. Siempre rodeado de multitud de niños, de jóvenes, de familias, de enfermos y ancianos; sin tiempo para uno mismo, con los brazos casi “cansados de bautizar” como los de San Francisco Javier.
Pero después, sobre todo en estas primeras semanas del 2012, pienso en la llamada apremiante del Papa Benedicto XVI que nos urge a retomar con fuerza “la nueva evangelización” de Occidente, en su insistencia en poner sobre la mesa la cuestión de Dios, en la invitación a crear un “atrio de los gentiles” donde dialogar con los que no creen todavía pero están buscando, en el año de la fe que tenemos que preparar y vivir con intensidad, en todos los medios que la era de la comunicación pone en nuestras manos para anunciar el evangelio, y que están todavía infrautilizados en la Iglesia, en la cantidad de jóvenes de todas las nacionalidades y credos con los que me cruzo cada día en el ambiente universitario en el que ahora trabajo… Entonces me pregunto: “¿Se puede saber qué estás haciendo? ¿Por qué sigues perdiendo el tiempo? ¿Pero es que no te das cuenta?
Un maremágnum de pensamientos me inunda la mente, me ahoga, hasta que al fin una corriente de aire fresco (¿Será el Espíritu Santo?) me recorre de arriba abajo y me revuelvo contra mí mismo enojado: “¡Estúpido, todo el que habla de Dios es misionero!”. Me refiero al que lo hace en nombre de Jesús y como la Iglesia quiere. No importa el medio que utilice o el lugar del globo terráqueo, lo que hay que hacer es hablar de Dios sin miedo y sin pausa, con ardor, con tesón, con perseverancia, hasta la extenuación. Luego viene la parte más teórica, sin duda muy importante. Eso de “los nuevos métodos y la nueva expresión”. Conviene afinar bien para no hablar en el vacío, para no espantar a la gente, para no ser humo que se lleva el viento sin dejar rastro. Porque hay que dejar huella, es preciso poner el dedo en la llaga, desafiar las conciencias, romper prejuicios, crear lazos, actuar con profundidad, desde el amor, desde la oración y después dejar hacer a Dios.
Y por eso estoy aquí, quiero decir “aquí” en “Religión en Libertad”, gracias a Dios y a Alex Rosal. Aquí y dónde sea, para hablar de Dios con quién sea, para suscitar inquietudes, para dialogar con todos. Desde hoy estoy aquí y me comprometo sobre todo a no ser indiferente a ninguna sugerencia, a no dejar sin respuesta ninguna duda (en la medida de mis posibilidades). La respuesta llegará de Roma porque, dichoso yo, vivo en Roma, la Ciudad Eterna, y también porque soy católico romano (español y venezolano) y además sacerdote, que no es poco.