No puedo resistirme a hacer un post de Cuaresma, ahora que estamos ya metidos de lleno en este tiempo tan especial del año.
Lo típico y normal sería hablar de cómo vivimos la Cuaresma, su significado, e incluso hacer alguna que otra anotación crítica sobre la manera en la que se propone la misma en la Iglesia (léase El cutre ayuno cuaresmal católico)
Pero ya que la Cuaresma se trata de adelgazarnos de todo aquello que se pega al casco de la nave durante el camino, de convertir nuestros corazones a Dios y de prepararnos en oración a la venida del Señor en su Pascua, no estaría de más plantearnos cuál es la Cuaresma que necesita la Iglesia con mayúsculas.
Obviamente lo fácil es fijarse en lo de fuera, en la institución, en sus pastores, en los resultados, la feligresía, las estadísticas, pretendiendo que cambie lo que no encaja con mi manera de ver las cosas… pero los lineamenta tiran a la línea de flotación de esta hermosa nave de Pedro cuando hablan de la crisis actual como un problema eclesiológico que viene de dentro más que de fuera.
Esto nos obliga a mirar el corazón de las cosas, a hacer autocrítica de actitudes, poses y servidumbres varias que como Iglesia, léase movimiento, orden religiosa, diócesis o parroquia, nos tienen atados, ya sea en la comodidad, la rutina, el triunfalismo, el hastío o el desánimo.
Es una autocrítica que por supuesto empieza por cada uno, y nos obliga a mirar adentro más que mirar afuera, a no culpar al mundo de nuestros males en la misma medida en que no podemos culpar a la Iglesia de nuestras propias cegueras.
Pero no consiste sólo en mirar adentro; tampoco está de más mirar al edificio que nos hemos montado como comunidad todos los de la Iglesia, sin miedo a encontrarnos con que mucho de aquello a lo que nos aferramos no es más que costumbres, ataduras o simples maneras de hacer que puede que hayan dejado de tener actualidad y sentido.
Algunos, resabiados por la edad, dirán que esto se dice desde la impertinencia de la juventud; otros más optimistas lo tildarán de crítica derrotista, y habrá algún piadosillo que diga que es falta de sentido sobrenatural y abandono en Dios…pero es lo contrario, algo que nace de la solicitud por la Iglesia y por la misión que Dios le ha encomendado, tan profundamente espiritual como la Cuaresma misma.
Decir que la Iglesia necesita de reforma, planificación y adelgazamiento cuaresmal es una obviedad -ecclesia semper reformanda est- y es recordar la tan poco aplicada parábola de Jesús sobre el liderazgo cristiano:
“Supongamos que alguno de vosotros quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el coste, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla? Si echa los cimientos y no puede terminarla, todos los que la vean comenzarán a burlarse de él, y dirán: "Este hombre no pudo terminar lo que comenzó a construir.
O supongamos que un rey está a punto de ir a la guerra contra otro rey. ¿Acaso no se sienta primero a calcular si con diez mil hombres puede enfrentarse al que viene contra él con veinte mil? Si no puede, enviará una delegación mientras el otro está todavía lejos, para pedir condiciones de paz.
De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14, 28-31)
¿Hasta dónde podemos hacer examen de conciencia como Iglesia? ¿Acaso no debemos dejar eso a los pastores? ¿Quién es responsable del rumbo de las cosas?
Algunos dirán que pensar y hablar de estas cosas es meterse en el terreno de los obispos…y es verdad que históricamente, en las convulsiones del postconcilio, muchos han jugado a reformadores de postín socavando conceptos tan católicos como el de la autoridad y el gobierno de los legítimos pastores.
Pero en buena clave conciliar la Christifideles Laici de Juan Pablo II dice:
“La Iglesia, en efecto, es dirigida y guiada por el Espíritu, que generosamente distribuye diversos dones jerárquicos y carismáticos entre todos los bautizados, llamándolos a ser —cada uno a su modo— activos y corresponsables.” (CL 21)
Más adelante dedica la encíclica un capítulo a la “La corresponsabilidad de los fieles laicos en la Iglesia-Misión” lo cual da toda una clave explicativa sobre el ámbito en el que se da esta responsabilidad común de los bautizados.
La realidad es que la Iglesia que tenemos es responsabilidad de todos, y por tanto es deber nuestro crecer tanto en lo individual como en lo comunitario, y para esto hace falta que la autocrítica pase a ser verdadera renuncia cuaresmal, para no quedarse en oposición palabrera o adolescente.
Y es que al final de lo que se trata de es de hallar la medida en que debemos renunciar a lo que no es de Dios, para hacer de esta Iglesia un reflejo fiel de Su voluntad que no esté apalancada en actitudes y modos de hacer meramente humanos.
Por eso la parábola de San Lucas citada no es una enseñanza de “marketing” o estrategia de mercado, pues bien se cuida Nuestro Señor de acabar diciendo que al final lo que importa es la renuncia PARA SER DISCIPULO.
La renuncia por la renuncia, el plan por el plan…no es nada. Pero… ¿qué habremos de dejar para poder ser verdaderos discípulos? O dicho de otra manera, ¿cuántas cosas se interponen entre Dios y nosotros como comunidad impidiéndonos ser discípulos?
Esa es una reflexión que como Iglesia debemos hacernos. Porque lo dicen los lineamenta (la crisis es de fe, no de métodos); porque lo dice la Iglesia invitándonos a la Cuaresma y porque lo dice el sentido común.
Personalmente me encanta la Cuaresma, porque me supone una auténtica liberación y una ocasión hermosa de encuentro con Dios. Me atrevería a decir que es más Cuaresma el resto del año, pues aunque ahora se ayune de pan, durante el año sin quererlo acabo ayunando de Dios, a base de llenar mi vida de tantas cosas que no son Dios (incluso trabajar para Él, por bueno que sea, a veces puede no ser Dios como descubrió Monseñor Van Tuang en la cárcel).
Pensar y decir que la Iglesia, como las personas, también está necesitada de Cuaresma, es decir que la Iglesia necesita purificación, liberación y adelgazamiento como comunidad…y que yo sepa la Cuaresma es el preámbulo del Triduo, de la Resurrección y de Pentecostés….así que hay razones para ser optimistas por que “si morimos con Él, viviremos con Él”.