Después de esta cautividad, ahora construimos el templo, y para que se edifique, anunciamos la buena nueva. Por eso el salmo comienza así: «Cantad al Señor un cántico nuevo». Y para que no pienses que se construye este templo en un rincón, tal como lo hacen los herejes que se separan de la Iglesia, fíjate en lo que sigue: «Cantad al Señor toda la tierra» (San Agustín, Sermón 163, 5)
La lectura del evangelio de este domingo es muy interesante: Jn 2,13-25. El episodio de la expulsión de los mercaderes del templo. El episodio es uno de los que más me han intrigado. Cristo actúa de manera directa sobre quienes hacen de los aledaños del templo un lugar de comercio. No tiene piedad de los vendedores que vendían animales, aunque es evidente que se ganaban la vida facilitando animales adecuados para las inmolaciones rituales. También había cambistas que ofrecían a los compradores la posibilidad de obtener la moneda con la que era necesario realizar las limosnas y ofrendas. El oficio de estos vendedores facilitaba el cumplimiento de los preceptos que los fieles judíos debían cumplir. ¿Qué hay de malo en ello? ¿Tampoco estaban formalmente dentro del templo?
Un primer análisis nos lleva a pensar que Cristo nos indicó que facilitar artificialmente el cumplimiento de las normas propicia que las personas se despreocupen de la conversión y preparación personal. Cualquiera podía ir directamente al patio del templo y hacerse con todo lo necesario. ¿Para qué preocuparse? El cumplimiento del precepto era una rutina llena de apariencias externas.
Es reseñable que Cristo ejerciera esta violenta acción en primera persona. Evidentemente quiso realizar un signo que fuese interpretado. "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar" (Jn 2, 1819). El signo se hace evidente. La acción del hombre puede ser importante, pero la Voluntad de Dios supera toda acción humana.
Por otra parte, utilizar un tiempo de reconstrucción tan simbólico (tres días) nos lleva pensar en Jonás dentro de la Ballena “Pero el Señor dispuso un gran pez que se tragase a Jonás. Y éste estuvo en el vientre del pez tres Días y tres noches.”(Jonás 2, 1) o en el libro del Éxodo: «El Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano hacia el cielo, y se extenderá sobre el territorio egipcio una oscuridad palpable”. Moisés extendió la mano hacia el cielo, y una densa oscuridad cubrió el territorio egipcio durante tres días.» (Éx 10,21s).
Tres días es un tiempo relacionado con Dios (Trinidad) que propicia la transformación o conversión del ser humano. Evidentemente, Cristo se refiere veladamente a la resurrección, pero también mucho más. San Agustín señala con este signo un paradigma muy interesante. La construcción del templo de la Fe, que es la Iglesia. La Fe aparente se convierte en Fe consciente y este proceso nos lleva consolidar la Iglesia y a difundir el evangelio por donde vayamos: “Acordaos de la cautividad en la que nos encontramos antaño, cuando el diablo tenía al mundo entero en su poder, como un rebaño de infieles”… “Después de esta cautividad, ahora construimos el templo, y para que se edifique, anunciamos la buena nueva”
El templo es la Iglesia que se edifica a partir de nuestra conversión personal y nuestra capacidad de difundir la Buena Noticia donde vayamos. Pero esta edificación requiere un proceso de conversión personal y colectiva. El proceso conlleva cierta violencia sobre las actitudes “fáciles y meramente cumplidoras en lo externo” ¿Para que cambistas y vendedores de ofrendas? Nosotros somos la ofrenda el precio fue pagado por Cristo. Desalojen la entrada del templo. Ya no es necesario nada de eso, aunque son imprescindibles esos tres días de oscuridad y transformación en los que Dios nos reedifica y a través nuestra, reconstruye el templo que es el Reino de Dios.
¿Qué mejor tiempo que la Cuaresma para adentrarse en el proceso de conversión?