Tengo tres amigos que no hace mucho tiempo se aventaron en un paracaídas. Sin duda, un deporte extremo. Esto me ha hecho pensar sobre la aventura que supone seguir a Jesús en el aquí y el ahora. Jugársela por la causa del Evangelio es un proyecto cargado de una intensidad fuera de serie. No vale para los cómodos y aburridos. La fe es un viaje lleno de sorpresas, en el que Dios nos hace entrar en escena.
Vale la pena ser parte de lo que el Venerable P. Félix Rougier Olanier llamaba “las locuras santas de la cruz”. Sólo los valientes y enamorados se atreven a caminar con Cristo. Dios nos invita a trabajar por la extensión de su reino, empezando por nosotros mismos. La fe es como un deporte extremo y, con ello, una aventura que nadie debería perderse. Si ya estamos en esto, conviene que sigamos adelante con la sonrisa bien puesta y la firme convicción de que es posible generar un cambio a favor del presente con miras hacia un mejor futuro.
Jesús ya dio el primer paso. Ahora nos toca a nosotros caminar junto con él. Dejemos los prejuicios de siempre, para poder abrazar la fe y, desde ahí, ser capaces de construir nuestra felicidad con apertura a la palabra de Dios. ¡Manos a la obra!