Celebramos hoy, como bien saben todas las mujeres que portan el nombre y a las que quiero regalar este artículo, la festividad de la Virgen del Rosario, momento que se me antoja más que propicio para recordar algunos momentos estelares de tan singular advocación y devoción marianas.
En el origen de los tiempos, la costumbre del rosario está más que probablemente relacionada con los salterios y salmodias realizados en los monasterios medievales, donde los monjes dedicaban parte de su jornada a la oración, recitando continuadamente los 150 salmos bíblicos.
Sobre el salto de la tradición del ámbito monacal al vulgo, existen varias teorías. Desde los que sitúan el hecho en Irlanda, donde a imitación de esos monjes, los feligreses habrían adoptado la costumbre de rezar de manera igualmente cadencial, pero en lugar de recitar unos salmos que no conocían, habrían optado por la más cotidiana de las oraciones, el Avemaría, para cuya contabilización, podrían haber utilizado cuerdas anudadas. Hasta los que la sitúan en Inglaterra, donde aún hoy existe una calle llamada Pater Noster Row (hilera de padrenuestros), en la que se establecerían los artesanos especializados en la realización de rosarios.
Como quiera que sea, sostiene la tradición –una tradición afianzada por las visiones que de la Virgen tuviera un sacerdote dominico, Alanus de Rupe en 1460- que en el año 1208, se le habría aparecido la Virgen al santo español fundador de los dominicos, Santo Domingo de Guzmán, con un rosario en las manos, que le enseñó a rezar. Lo primero que habría hecho Santo Domingo, a su vez, habría sido enseñarle el rezo del rosario al francés Simón IV de Monfort y a sus tropas, las cuales se aprestaban a combatir a los herejes albigenses, más conocidos como cátaros, en la batalla de Muret, y que atribuyeron a dicho rezo el triunfo alcanzado en ella, de manera similar a como Constantino el Grande atribuyera en su día a la cruz pintada en los escudos de sus soldados la victoria del Puente Milvio ante su rival al trono Majencio. Razón por la cual, el rosario y la Virgen del Rosario quedarán, en adelante, estrechamente vinculados a las batallas militares, y notablemente a las relacionadas con la defensa de la fe.
“La revelación de San Pío V de la victoria de la Santa Liga en Lepanto’. Juan de Toledo. Museo Naval. Momento en el que el Papa San Pío V, inspirado por un ángel, tiene la visión de la Victoria de Lepanto, en el momento en que está rezando el rosario.
Tanto que, precisamente a la intercesión de la Virgen del Rosario, se atribuye la importantísima victoria de Lepanto, en la que españoles, romanos y venecianos ponen fin, en 1571, a la expansión del turco por el Mediterráneo, una victoria cuya comunicación al Papa San Pío V, “pilló” al Santo Padre, justamente, rezando el rosario. Es este Papa el que instituye la fiesta del rosario y de la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de las Victorias, por esa relación con las victorias cristianas en la defensa de la fe, para la cual elige la fecha más apropiada, a saber, la de la victoria de Lepanto, acaecida el 7 de octubre, tal día como hoy. Posteriormente, la Virgen del Rosario aún quedará vinculada a otra importante victoria militar, la de Temesvar (Rumanía), en la que el Príncipe Eugenio con las tropas imperiales, una vez más como en Lepanto aunque muchos años más tarde, en 1716, vuelve a poner coto al expansionismo turco, esta vez por tierra. Gregorio XIII cambia el nombre de la fiesta, dejándola en Nuestra Señora del Rosario, con el que llega a nuestros días.
Ni que decir tiene que el nombre del rosario deriva de su relación con la flor más estrechamente vinculada al culto mariano, la rosa, de la que están elaborados tantos rosarios además, ya que de una guirnalda de rosas estaría hecho el rosario con el que la Virgen María habría enseñado a Santo Domingo a rezar el rosario.
La normalización del rezo del rosario tal como lo conocemos hoy habría sido obra, también, de un dominico, Alberto de Castello en este caso, quien confeccionó los quince misterios tradicionales. Importantes papas como León XIII, Pablo VI o Juan Pablo II, han exhibido orgullosamente su devoción por la Virgen del Rosario y por el rosario. Este último, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de su elección a la Sede de Pedro, expresó “El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad”, y posteriormente, reformó su rezo, añadiendo a los ya tradicionales misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, los que él llamo luminosos.
Felicidades, pues, en tal día como hoy a todas las rosarios y a todas las charos, como se las conoce en España. Felicidades también a la Armada española, de la que la Virgen del Rosario fue patrona desde 1571, año de la victoria de Lepanto, hasta principios del s. XX, y cuyo patronazgo sólo cedió ante “su hermana” la Virgen del Carmen. Una armada que, como bien nacida que es, sigue profesando gran devoción a la que fuera su patrona (un colegio de la Armada y su hospital llevan por nombre la advocación mariana).
Felicidades, por último, a tantas ciudades, en España y en otros lugares del mundo, que celebran hoy a la Virgen del Rosario como su patrona –algunas de las cuales como la argentina Rosario incluso llevan su nombre-, entre las cuales, quiero reservar una mención especial para una muy concreta, Torrejón de Ardoz, en cuyas fiestas con el bello nombre de fiestas de la Virgen del Rosario, tuve ocasión de participar en una Misa de acción de gracias y por la pronta beatificación de la Reina Isabel la Católica, en la preciosa iglesia de San Juan Evangelista, y que, presidida por Mons. Reig Pla, fue acompañada con la interpretación de una maravillosa Misa de la Coronación de Wolfgang Gottlieb Mozart (pinche aquí si desea escuchar el Gloria), realizada por el coro Reyna Ysabel, el coro de la Hermandad de Nuestra Señora del Rosario Coronada, y la orquesta de la Capilla Musical El Exilio, bajo la magistral batuta del Maestro Julio Maroto.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©Luis Antequera
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