Cuando el admirado y beato papa Juan Pablo II habló de una nueva primavera para la Iglesia, pocos se preguntaron si se refería a la primavera occidental, o la primavera que se vive allá por Palestina.
Lo que para nosotros es tiempo de florecer, a la vez que de empezar a sembrar lo que se recogerá terminado el estío, para la cultura mediterránea del oriente próximo es más bien tiempo de recoger lo sembrado en el otoño.
Y es que, por motivos climáticos, por aquí vamos al revés de lo que se va en aquellas tierras, aunque claro está que dependerá del fruto del que estemos hablando.
Lo interesante es que donde unos ven momento de siembra, otros ven momento de recoger, y mucho me temo que eso sea lo que pasa con el tema de la Nueva Evangelización.
Mi sensación permanente es que en la Iglesia somos muy amigos de los atajos, y si ahora toca Nueva Evangelización, pues hagamos cuatro actos, organicemos congresos, conferencias y mesas redondas, y titulemos como Nueva Evangelización todo lo que se mueve y ya está. Eso es querer recoger en primavera, y aunque suene muy judío y muy bíblico, si ahora mismo nos ponemos a cosechar lo que no se ha sembrado, mucho me temo que saldremos con los capazos vacíos.
En cambio, son pocos los que empiezan por preguntarse acerca de las raíces que hace falta echar para que el árbol pueda crecer. Son gente de sembrar ahora para recoger después, y no les preocupa tanto lo inmediato como el hecho de que las cosas se hagan bien.
Traducida esta actitud en términos de Nueva Evangelización, no basta con lanzarse a la acción, ni con usar nuevos métodos; hay que crear las condiciones para que esta acción y estos métodos den frutos.
Esto significa que si lanzamos a todo el mundo a hacer el primer anuncio sin primero haberse hecho discípulos, estamos empezando la casa por el tejado. Ya lo dicen los lineamenta: para ser evangelizadores primero hace falta ser discípulos.
En una iglesia en la que el primer anuncio brilla por su ausencia, en la que son tantísimos los bautizados que no están convertidos, poner a trabajar a todo el mundo sin pensar en que primero hace falta evangelizar a nuestros propios fieles, catequistas, agentes de pastoral e incluso sacerdotes y religiosos, es para mi gusto la receta perfecta para el fracaso.
Y es que de convertirse todos los días no está exento nadie, y como nadie da lo que no tiene, lanzarse a predicar a Jesucristo a los alejados requiere de mucha conversión propia para empezar.
Eso es sembrar en primavera, para que luego en otoño se pueda recoger…
Pero otro problema es que si se quiere recoger hay que tener los instrumentos para recolectar, pero también hace falta donde guardar y cuidar lo que se ha recogido para que no se pierda.
Y aquí es donde entramos en el segundo problema, primo hermano del primero.
¿Está preparada la Iglesia para acoger a los nuevos conversos de la nueva evangelización? ¿Tenemos la cultura y la estructura necesarias para acompañarlos?
Porque la Nueva Evangelización no es sólo hacer un acto aquí u otro allá, y luego que la gente se integre a lo que hay. La NE pasa por entrar en caminos de discipulado, redescubrir el catecumenado, reestructurar la Iglesia y las parroquias en torno a una pastoral de evangelización, y no entorno a una pastoral de mantenimiento.
Supone un cambio de estructura pastoral, un abandonar el anónimo individualismo en el que transcurre nuestra práctica cristiana para descubrir otras maneras más comunitarias de ser cristianos. Supone nada más y nada menos que trabajar con la gente de una manera diferente, desarrollando el laicado y todo lo que es expresión de una fe más comunitaria y menos anónima.
Se podría hablar largo y tendido de la forma en la que conceptualizamos la parroquia y la comunidad cristiana en general hoy en día, aunque es materia para otros post. La pregunta del millón es si podemos atender de la manera adecuada a los nuevos gentiles, alejados y enfriados, respondiendo a su realidad en vez de intentando que se adecúen a la nuestra. Esto abre la discusión sobre hacer parroquias y comunidades misioneras, en las que el catecumenado de adultos tenga un lugar importante y donde el objetivo no sea simplemente mantener la fe de la gente, alimentándolos sin enviarlos a evangelizar.
No sé a cuál de las dos primaveras se refería proféticamente Juan Pablo II, pero como quiera que sea, estoy convencido de que ahora toca arar mucho y preparar la tierra si verdaderamente queremos llegar a algún lado…