Estoy muy lejos de España y voy viendo por las noticias, que hay un gran nerviosismo y que se toman decisiones que uno no sabe en qué pueden acabar.
He estado estos días pendiente de las manifestaciones que ha habido en Valencia y que han secundado otras ciudades, y que a mí me preocupan.
Y me preocupan porque creo que se pierde un poco el sentido común, lo mismo que se pierde una perspectiva histórica al mismo tiempo que moral.
Con una serie de rebeliones no se consigue nada positivo; hay que dejar bien sentado,
primero, que es la ley lo que debe mandar;
segundo, que hay que ser muy honrados, no aprovechándose de los cargos que uno tiene o de las misiones que se le han encomendado;
tercero, que por todas partes hay corrupción; en política, en la izquierda, en la derecha, arriba, abajo, en todas partes; también en algunas personas de Iglesia. Me duele decirlo, pero es verdad;
cuarto, que hay que eliminar la corrupción (que no es fácil), esté donde esté.
Para lograr vivir en justicia y en paz, cuando se legisla hay que hacerlo buscando siempre el bien común y teniendo en cuenta especialmente a los pobres. No soy quién para prometer nada, pero estoy seguro de que si lo hiciesen así, encontrarán siempre la ayuda de la Iglesia y de sus instituciones.
No creo que sea meterme en política si digo que el gobierno anterior ha llevado a España a la ruina no sólo material sino, lo que es más grave, a la moral. Ante este hecho, hay que depurar responsabilidades, y si el actual gobierno traza un programa de rehabilitación, hay que aceptarlo, rechazarlo o perfilarlo. Lo que no es de recibo es echarse a la calle con cualquier motivo y actuar fuera de la ley.
Las manifestaciones se pueden hacer, pero la violencia, nunca. Es en el parlamento donde radica la soberanía popular y son los parlamentarios quienes han de legislar. La oposición debe oponerse en el parlamento y en la concienciación de la sociedad; nunca desde el apoyo a actuaciones violentas y, menos, participar en ellas; de lo contrario, se desautorizan a sí mismos y socavan la justicia y la democracia, buscando la ley del más fuerte.
Apunto a algo que para mí es fundamental y de lo que se prescinde a la hora de actuar y, sobre todo, de pensar. Me da una pena enorme que en la mayoría de grupos no se cuente con la ayuda de quien realmente puede ayudarnos. Por muchas vueltas que le demos, no arreglamos las cosas, porque no podemos. El hombre puede poco. Sí podemos hacer ruido, alboroto, tener reuniones a altos niveles hasta la madrugada... Si no contamos con Dios, si lo excluimos, nada haremos. Nada ni nadie. Y se le está excluyendo de la vida social de manera positiva.
Y se le está excluyendo de nuestra vida personal, familiar, profesional, política… ¿Cuántos le hemos dicho a Dios que nos ayude, y cuántos le hemos preguntado cómo quiere Él que hagamos las cosas para encontrar la mejor solución?
Sé que para quienes no creen en el Evangelio la siguiente frase de Jesús, como otras muchas, no les dicen nada: Sin mí nada podéis hacer. Si, al menos, todos los que creemos en su Palabra la tomáramos en serio y acudiésemos más a Él, ¿creen que no se notaría? Ignorar a Dios, intentar echarlo de nuestra vida es necedad; es inútil querer hacer el bien sin contar con el Autor de todo bien.
Me duele España al verla desde la distancia; me duelen los casos de corrupción que hay por todas partes; me duele tanta gente que está sin trabajo; me duele la falta de moral que hay en tantos centros de enseñanza. Y pido por vosotros, queridos compatriotas, para que Dios os ayude a encontrar los caminos de justicia y de paz que todos deseamos, y para que la Iglesia sea para todos la fuerza espiritual que os ayude a forjar la España que Dios quiere. No rechacéis a la Iglesia; es la gran obra de Dios.
José Gea