Esta semana viene cargada de noticias que, necesariamente, hay que comentar y que, además, tienen un hilo conductor entre ellas: los abusos sexuales por parte del clero. Unas noticias que confirman que estamos atravesando un periodo de gran tribulación y que debemos suplicar al Señor que termine cuanto antes.
Yendo por orden cronológico de aparición de las noticias, la primera sería la renuncia del obispo auxiliar de Tegucigalpa, monseñor Pineda, mano derecha en esa archidiócesis del cardenal Maradiaga, que es, a su vez, el que coordina el G9, el principal grupo asesor del Papa Francisco. La renuncia de Pineda se hizo pública acompañada de una nota en la que el prelado decía que los motivos de su renuncia los sabían Dios y sus superiores. Por su parte, el Arzobispado de Tegucigalpa emitió un comunicado en el que daba gracias al obispo dimitido por los servicios prestados. Meses atrás, el nombre de Pineda había aparecido unido a escándalos financieros y sexuales, aunque según la Fiscalía hondureña no hay ningún cargo contra él. Hasta esta semana, la dimisión del auxiliar de Maradiaga podía parecer una “medida preventiva”, un “cortafuegos” que evitara que las denuncias, falsas según los afectados, salpicaran a su superior e incluso el mismo Pontífice. Pero se acaba de saber que 48 seminaristas de la Archidiócesis hondureña escribieron en junio una carta denunciando la “epidemia” de homosexualidad dentro del Seminario. La carta fue debatida en la asamblea del Episcopado hondureño antes de hacerse pública, y las acusaciones fueron calificadas de calumniosas por parte del cardenal Maradiaga y del presidente del episcopado, monseñor Garrachana. Después de eso, vino la dimisión de Pineda. No tengo ningún dato para dar la razón a los seminaristas que denuncian y tampoco puedo asegurar que la dimisión del obispo auxiliar sea consecuencia de ello o consecuencia de alguna mala acción en el pasado. Más aún, creo que hay que dar a todo el mundo la presunción de inocencia hasta que no haya pruebas que demuestren lo contrario. Sólo constato unos hechos conocidos esta semana.
Mientras, en Chile, el cardenal Ezzati, arzobispo de Santiago, ha sido acusado formalmente de encubrir a sacerdotes pederastas. Una acusación no significa una condena, no hay que olvidarlo, y el cardenal ha proclamado su inocencia. Pero ahí interviene otro hecho significativo. Hace unas semanas, por orden judicial, fueron incautados los archivos secretos concernientes al clero de las diócesis de Rancagua y Santiago. El juez que lleva uno de los casos de abusos pensaba que podía haber datos que la Iglesia no hubiera puesto en conocimiento de la policía. Esta semana ha aparecido en el principal periódico chileno una carta procedente de esos archivos, de monseñor Goic al cardenal Ezzati, en la que delicadamente le criticaba su pasividad ante lo que estaba ocurriendo; después se supo que la carta era un borrador y que Goic habló personalmente con Ezzati y no la llegó a mandar. Lo grave y, por desgracia inevitable, es que un documento privado acabe publicado en un periódico. Las filtraciones a la prensa, para hacer daño a una persona o por dinero, son continuas cada vez que hay un juicio que interesa a la opinión pública, sea del tema que sea, y hay que tenerlo en cuenta a la hora de preservar el derecho a la intimidad de los implicados. Por eso, esta misma semana, el presidente de la Comisión Episcopal chilena para los casos de pederastia, Juan Ignacio González, se declaró contrario a que el Vaticano entregara a la Justicia chilena el informe de 2.300 página que el enviado especial del Papa para investigar esos casos, monseñor Scicluna, había elaborado y que había solicitado la Fiscalía de Chile. González dijo que muchas de las declaraciones contenidas en ese abultado informe eran privadas y que los que las habían hecho no querían que salieran a la luz, pero que si la Justicia chilena se hacía con ese informe se corría el riesgo de las filtraciones a la prensa, como de hecho ha ocurrido.
Para terminar la semana, el cardenal O’Malley, que está al frente de la comisión antipederastia del Vaticano, ha publicado una nota en la que pide igualdad de trato para curas y obispos en el juicio por abusos sexuales, porque según él los obispos estarían recibiendo un trato favorable. Hay que recordar que fue una nota de este mismo cardenal, criticando al Papa por su actitud ante los escándalos de Chile, lo que desencadenó el envío a ese país de monseñor Scicluna, la posterior dimisión de todo el Episcopado chileno e incluso la petición de perdón por el Pontífice. Por lo tanto, esta carta de O’Malley tiene una importancia que aún no podemos calibrar del todo. Sí hay en ella una alusión directa a un caso sucedido en Estados Unidos, el que afecta al cardenal Mc Carrick, anterior arzobispo de Washington y que ahora se encuentra suspendido de llevar a cabo actos religiosos públicos. McCarrick, de 88 años, ha sido acusado de abusos a menores cuando era sacerdote y luego de abusos a seminaristas cuando ya era arzobispo en Newark, New Jersey. Estos últimos eran conocidos por los responsables de la Archidiócesis de Newark, pues, según declaró el actual arzobispo, el cardenal Tobin, tuvieron que pagar a los afectados para que retiraran las denuncias. Tobin dijo que no se había hecho público nada porque no eran menores los afectados. Por si fuera poco, sabiendo al menos lo de Newark, McCarrick recibió hace dos años el “Premio Espíritu de Francisco” -que se da a los que están más en sintonía con el Papa Francisco- de manos nada menos que del cardenal Cupich de Chicago. Así se entiende mejor la denuncia de O’Malley que pide igualdad de trato para unos y otros. Mientras a los curas los sancionan, a algunos obispos, sobre todo si son de determinada línea ideológica, los protegen o incluso los premian, hasta que ya la cosa revienta.
Estos son los hechos. No soy quien para rasgarme las vestiduras ni para juzgar a nadie, pues esa tarea les corresponde a otros, en la tierra y en el cielo. Pienso en el pueblo de Dios fiel, que con todo esto está sorprendido y escandalizado. Creo que todos debemos fijarnos en la viga que llevamos en el propio ojo y rezar mucho por la Iglesia. Que sea fiel a la enseñanza de Jesús, transmitida con grandes esfuerzos durante dos mil años, y que no ceda a las presiones del mundo. Porque lo peor sería que, para justificar nuestros pecados, dijéramos que éstos no lo son. Entonces los católicos se quedarían totalmente indefensos, pues Jesús nos enseñó a protegernos de los que obran mal cuando nos dijo: “Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen”, pero no hay forma de que la gente que no tiene una elevada formación teológica se pueda defender de aquellos que enseñan mal. Mantengamos la esperanza y que Dios nos ampare.