Comenzamos esta Cuaresma el pasado miércoles con la imposición de la ceniza, reconociendo nuestra fragilidad y mortalidad que necesita ser redimida por la misericordia de Dios.
“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15b) se nos dijo entonces y se nos dice hoy.
¿Con la conversión se entra en el proceso dinámico de fe? ¿La fe ha de ser previa a la conversión? Parece que es ese cambio de mentalidad (metanoéin) el que prepara el terreno para que la fe en Jesucristo y el Evangelio puedan dar realmente fruto.
Muchos se creen ya salvados y no piensan que estén necesitados, que alguien les eche una mano. Es más, sospechan y tienen miedo o prevención de todo y de todos. ¿Por qué éste me ayuda? ¿qué le moverá a hacerlo? ¿qué esperará a cambio de mí?
O bien, lo mejor que nos puede pasar, es que muchas veces no lleguemos a tener conciencia de nuestro pecado, debilidad y necesidad de arrepentimiento y corrección, de cambio de conducta. Y así nos va. En un desierto de improductividad e indiferencia que no tiene nada que ver con el que pasó Nuestro Señor.
Pero, hoy, en este primer domingo, la breve narración, según Marcos, de las tentaciones de Jesús, acentúa que todos tenemos necesidad de cambiar de mentalidad, aceptar la lógica de la fe y la adhesión amorosa y activa a la voluntad salvífica de Dios.
“Convertíos y creed en el Evangelio” es la fórmula en la que se mueve nuestra vida cristiana una y otra vez, de caída en caída, de no darnos nunca por vencidos. Como vivencia, como trabajo, como compromiso,… porque “se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios” (Mc 1, 15a) y “porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu.” (1Pe 3, 18)
Mantengamos esta actitud penitente en el corazón en este itinerario cuaresmal y vayamos a donde el Espíritu nos envíe sabiendo que no estamos solos, porque Cristo va siempre por delante: Él es nuestro Camino.