Me encuentro en Internet un sitio precioso en donde tiene lugar un diálogo epistolar sobre cuestiones trascendentes, aunque muy pegadasvida. Este es el enlace para entrar en la página: http://cartasaunespirituinquieto.wordpress.com/ ..
. Se plantean preguntas vitales, y se intenta dar una respuesta desde la Verdad cristiana.
En una de ella un alumno plantea a su profesor la cuestión de la libertad y Dios. La respuesta es larga y sosegada. Yo traigo aquí parte de ella, remitiendo al lector interesado que busque en esa página el resto, y que lo lea despacio. Hay que recuperar al usar Internet el sosiego para pensar sin prisas, profundizando en las ideas. Dice así:
Sin embargo, el telar de nuestra vida tiene muchos hilos, y no todos van ordenados en la lanzadera. A veces, el hilo de la libertad viene a complicar el dibujo final, aunque es cierto que, sin él, nada tendría color. Todos los telares estarían determinados por la misma mano. Esta libertad hace que cada uno pueda situarse como quiera ante esta búsqueda, ante las respuestas que vayan apareciendo. Puedes escuchar, o taparte los oídos, o hacer como si no pasara nada, pasar de todo...
Desde la tarima en clase se aprecia bien esto que te digo: esos ojos que nada preguntan porque sólo esperan el silbato de salida... esos ojos han huido, ese alumno ya está rendido ante la vida. Aunque no lo sepa, ese alumno ya ha descubierto que la existencia, su existencia, es insondable y ha decidido rendirse ante ella. Nunca te lo he dicho, pero gracias. Gracias, porque tu frente siempre se ha levantado hacia mí como una profunda interrogación a la espera de que suene la palabra del maestro... Sólo confío en no haber dimitido arrastrado por el vértigo, ese vértigo que acomete cuando se está solo, en un plano más alto, del silencio del aula. [4]
Lo paradójico es que hemos nacido con una sed que no hemos elegido, si bien es cierto que somos libres para hacer lo que queramos con ella, afrontarla o ignorarla, saciarla definitivamente o a ratos. Por tanto, podemos no buscar el sentido, aunque es una opción difícil puesto que el corazón nos grita otra cosa.
En todo caso, Ignacio, no siempre somos tan evidentes. Podemos ser sofisticados a la hora de huir, y mirar de reojo la realidad. Hay distracciones, que en verdad son huidas sutiles, y hay también tímidas preguntas que son máscaras de la auténtica búsqueda de sentido. Especialmente hoy, cuando lo urgente parece ganar siempre la partida a lo importante, y si alguien intenta cambiar de rumbo, es considerado como un sibarita. Muchas veces la hiperactividad es una «honrosa» forma de eludir el encuentro con uno mismo y con la vida. Te lo dice alguien que lleva años enfrascado en lo que, según me parecía, era «lo urgente» del mundo.
El impulso profundo que nos empuja a buscar el porqué de lo que nos pasa es algo que está ahí, un deseo, un anhelo de algo más. Reprimirlo, ignorarlo, «distraerse» y dejarlo sin resolver no puede ser sino huir de él, o más bien, de nosotros mismos. Hacía años luchábamos contra la censura que imponía el poder, pero nunca nos paramos a ver que la censura que más daño nos hacía era la que nos provocábamos nosotros, la de nuestra propia humanidad, aquella que arrancaba de cuajo nuestras inquietudes. Espero, yo también, que este viaje que acabo de emprender me quite los paracaídas que he ido abriendo ante el vértigo sin darme cuenta.
El instinto de mirar hacia arriba
Tu juventud me obliga a recordar la mía. Y «a recordar cosas que olvidar quisiera», como diría un poeta... pero fue en ese momento que te mencioné antes cuando intuí que estamos hechos para algo más grande que nosotros mismos y tenemos plena libertad para buscarlo. Me di cuenta de que para preguntarse acerca del sentido de la existencia había que empezar por mirar al cielo. Sin importar la idea que se tenga de lo que puede haber allí. ¿Dónde podría, si no, volver a abrazar a mi hermano?
Ahora estoy en una ciudad a miles de kilómetros de casa. Y experimento lo estudiado: cada uno, cada ser humano, con las palabras de su época, con su formación, desde su cultura y coordenada en el mapa, cada hombre a lo largo de la historia ha expresado, de una forma u otra, su sentido religioso. Tiene que haber un bloqueo hondo para no reconocer esta tendencia, algún prejuicio ideológico o una herida en el alma.
Una simple mirada a la historia antigua me mostró con claridad cómo en distintas partes de la Tierra, marcadas por culturas diferentes, han brotado al mismo tiempo las preguntas religiosas que caracterizan la existencia humana: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo y adónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida? Estas preguntas se encuentran en los escritos sagrados de Israel, pero están también en los escritos de Confucio y Lao-Tsé y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimismo se hallan en los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles, así como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. De la respuesta que cada uno dio a tales preguntas, en efecto, dependió la orientación que le dieron a su existencia.
No todos tienen de Dios una idea exacta pero prácticamente todos afirman que existe. Yo también tuve esta certeza en un momento de mi vida. Y desde ella te hablo.
La pregunta que tú me lanzabas (desnuda de ironía) en nuestra última conversación me ha dado que pensar: «Y si Dios existe, ¿qué?». ¡Fantástica tu agudeza! Efectivamente, o su divinidad hace por acercarse al hombre, o este puñado de inquietudes e intuiciones que es el ser humano no llegará a Él ni por asomo... Podríamos pensar: «¿No debería ese Dios ser capaz de intervenir en la historia humana a nuestro favor y darnos esas respuestas últimas? Si no pudiese, ¿qué Dios sería?». No parece lógico pensar en un Dios que ignore las respuestas que necesita el hombre. Nada tendría sentido. Si somos una creación suya, ¿nos creó para nada y con el hambre de algo que no existe? Si lo piensas, la pregunta que mejor se corresponde con las cuestiones que piden nuestra cabeza y nuestro corazón es: ¿existe el Dios que interviene en las cosas de los hombres?
Te tengo que dejar. Te escribo desde la calle, hace mucho frío y la luz del sol se ha ido. Siento dejarte con la pregunta, pero ésa es la vida: una pregunta, y el tiempo que se nos regale para responderla... Creo que tu nombre ya te indica el camino. «Ignacio» significa ardiente, aquel que se apasiona por la meta, por la verdad... Tienes todo el impulso por descubrirla.
Prepara muy bien los exámenes.
Un abrazo,
Tu viejo profesor
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No tengo más que añadir. Solo la invitación a pensar con la mirada alta. Hay que preguntarse muchas cosas, y esperar que la respuesta nos llegue desde la Verdad.