En el pasaje evangélico que antes se ha proclamado, Jesús se presenta como siervo, ofreciéndose como modelo a imitar y seguir. Del trasfondo del tercer anuncio de la pasión, muerte y resurrección del Hijo del hombre, se aparta con llamativo contraste la escena de los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, que persiguen todavía sueños de gloria junto a Jesús. Le pidieron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc 10,37). La respuesta de Jesús fue fulminante, y su interpelación inesperada: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? (v. 38). La alusión es muy clara: el cáliz es el de la pasión, que Jesús acepta para cumplir la voluntad del Padre. El servicio a Dios y a los hermanos, el don de sí: esta es la lógica que la fe auténtica imprime y desarrolla en nuestra vida cotidiana y que no es en cambio el estilo mundano del poder y la gloria.
Con su petición, Santiago y Juan ponen de manifiesto que no comprenden la lógica de vida de la que Jesús da testimonio, la lógica que, según el Maestro, ha de caracterizar al discípulo, en su espíritu y en sus acciones. La lógica errónea no se encuentra sólo en los dos hijos de Zebedeo ya que, según el evangelista, contagia también «a los otros diez» apóstoles que «se indignaron contra Santiago y Juan» (v. 41). Se indignaron porque no es fácil entrar en la lógica del Evangelio y abandonar la del poder y la gloria. San Juan Crisóstomo dice que todos los apóstoles eran todavía imperfectos, tanto los dos que quieren ponerse por encima de los diez, como los otros que tienen envidia de ellos (cf. Comentario a Mateo, 65, 4: PG 58, 622). San Cirilo de Alejandría, comentando los textos paralelos del Evangelio de san Lucas, añade: «Los discípulos habían caído en la debilidad humana y estaban discutiendo entre sí sobre quién era el jefe y superior a los demás… Esto sucedió y ha sido narrado para nuestro provecho… Lo que les pasó a los santos apóstoles se puede revelar para nosotros un incentivo para la humildad» (Comentario a Lucas, 12,5,15: PG 72,912). Este episodio ofrece a Jesús la ocasión de dirigirse a todos los discípulos y «llamarlos hacia sí», casi para estrecharlos consigo, para formar como un cuerpo único e indivisible con él y señalar cuál es el camino para llegar a la gloria verdadera, la de Dios: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,42-44).
Aunque el discurso estaba dirigido a los Cardenales, los demás bautizados podemos apoyarnos en el para recordar que el cristianismo es también compromiso. Compromiso con Cristo, con los hermanos y con el prójimo que nos necesita. Que fácil es olvidarnos de que ser cristiano cuesta y duele. ¿Cómo podremos soportar el dolor de negarnos a nosotros mismos? Esa es una buena pregunta. ¿Somos capaces de beber el cáliz del plan que Dios ha trazado para nosotros? El cáliz no siempre es dulce y reconfortante. Muchas veces es amargo e insoportable al paladar. Pero en el dolor de negarnos, el caliz nos dona las fuerzas necesarias para seguir adelante.
La mayoría de nosotros hemos recibido el sacramento de la confirmación, mediante el cual nos comprometemos voluntariamente a beber el cáliz que Dios nos pone en nuestras manos. Este sacramento es una marca que nos señala y nos compromete.
Este próximo miércoles, recibiremos una marca adicional realizada con ceniza. Yo diría que esta marca complmenta la marca de la confirmación. Con la ceniza recordarda de que nada somos sin Cristo y que el compromiso que tenemos sólo puede ser llevado a cabo con la Gracia de Dios.
Cuando recibamos la ceniza, reflexionemos sobre lo efímera que es la vida y lo insustancial que resulta cuando despreciamos el cáliz que nos corresponde beber. Si rechazamos la voluntad de Dios ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Qué sentido tiene huir del compromiso adquirido?
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? «Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. (Mt 16, 21-27)
En el discurso, el Santo Padre nos hace una petición especial:
«Y pedid también por mí, para que pueda ofrecer siempre al Pueblo de Dios el testimonio de la doctrina segura y regir con humilde firmeza el timón de la santa Iglesia»
Esta sencilla y profunda petición debería de movernos a orar con regularidad por el Papa. Cuanta necesidad tenemos de tenerlo como guía de doctrina y que su mano no dude en el timón de la Iglesia.