El Partido Popular mantendrá la coordenada “humanismo cristiano” entre las componentes de su definición ideológica, según se ha acordado este viernes durante el congreso que está celebrando en Sevilla. Previamente, y como con toda puntualidad recogió este medio, el vicesecretario de Comunicación del PP, Esteban González Pons, había asegurado en una entrevista en Antena 3, provocando el escándalo de algunos, que “el apelativo cristiano no tiene connotación religiosa”, y que “si tiene que debatirse, no hay problema en que se debata”.
No creo que a lo segundo pueda oponerse mayor objeción: los partidos son entes formados por sus dirigentes, sus militantes y sus votantes, cada uno de ellos en la medida y posición en la que decide y consigue situarse respecto de él. Entes que, en un sistema democrático como el nuestro, con sus logros y con sus faltas, van forjando y definiendo su ideología de una manera democrática: en la medida en la que en el debate se escuchen más voces y se dé posibilidad de expresarse a más personas y opiniones, se podrá decir que tanto el debate como el partido son más democráticos, algo en lo que, según creo, está de acuerdo un significativo porcentaje de la sociedad española. Luego uno decide si lo democráticamente elegido por el partido se corresponde o no con su posicionamiento ideológico, y le vota o no le vota, y milita en él o no milita.
Desde este punto de vista, mi posición al respecto siempre discurrirá por la senda de la democratización de los partidos, uno de los puntos débiles de nuestra aún joven democracia, y no por la imposición desde arriba ni de sus dirigentes ni de su ideología. Y si algo le reprocharía al Partido Popular no sería que debatiera sus señas de identidad ideológicas, sino que no lo hiciera, cosa que es extensible a la elección de las personas encargadas de llevar a cabo el programa de gobierno que descansa sobre esas bases ideológicas.
Desde este punto de vista, mi posición al respecto siempre discurrirá por la senda de la democratización de los partidos, uno de los puntos débiles de nuestra aún joven democracia, y no por la imposición desde arriba ni de sus dirigentes ni de su ideología. Y si algo le reprocharía al Partido Popular no sería que debatiera sus señas de identidad ideológicas, sino que no lo hiciera, cosa que es extensible a la elección de las personas encargadas de llevar a cabo el programa de gobierno que descansa sobre esas bases ideológicas.
La irrupción de Jesucristo en la historia de la Humanidad tiene implicaciones y consecuencias que exceden todo lo imaginable, partiendo literalmente la Historia en dos, por lo que no es casual que dicha irrupción dé lugar a toda una era, la que da fecha a la práctica totalidad de la Humanidad, cristiana o no cristiana: la llamada “era cristiana”(1).
La primera de esas consecuencias es la que el orbe cristiano percibe con los ojos de la fe, y por lo tanto, desde el campo religioso: la encarnación en ser humano ni más ni menos que de Dios mismo para la salvación de la Humanidad.
Pero no es la única, no podía serlo. En los campos social, político, cultural, el mensaje de Jesucristo, a través de los grandes pensadores cristianos de todos los siglos, tendrá consecuencias absolutamente insospechadas y de importancia casi tan grande como lo anterior: dignificación del ser humano; libertad del ser humano frente a Dios y lo que es tan importante, frente al gobernante; igualdad de los seres humanos ante Dios y ante los demás seres humanos; derecho natural; derechos individuales inviolables; democracia, etc., etc. etc.
El mundo cristiano, la propia Iglesia, se ha pasado siglos debatiendo si el primero de esos campos, el religioso, y los segundos, el social, el político, el económico, eran intercambiables, y si debía injerir el uno (el religioso) en los otros (el social, el político, el económico), o limitarse, simplemente, a inspirarlos. Hoy en el mundo cristiano existe un consenso algo más que generalizado en que religión y política son campos independientes y en que es deseable que ello sea así. Una situación en la que se siente cómodo el poder político… ¡pero no digamos la Iglesia! Porque lo contrario conduce a un sistema deplorable, la teocracia, con esporádicas realizaciones en nuestro propio ámbito civilizacional cristiano, ninguna de las cuales edificante, y otras menos esporádicas en civilizaciones diferentes de la cristiana, con consecuencias que, por cierto, no hacen presagiar nada bueno.
El propio Juan Pablo II ya intentó en su momento que en la Constitución europea figurara una referencia a las raíces cristianas de Europa. No creo errar si afirmo que por la mente de Juan Pablo II no pasó en ningún momento el constituir teocracias en Europa; ni tampoco dar un paso atrás en los logros realizados hasta la fecha en la separación iglesia-estado(2), y hasta del laicismo(3); ni siquiera imponer una fe común a todos los europeos y menos aún, una determinada practicancia religiosa. Se trataba, simple y llanamente, de reconocer el papel que en el logro del reconocimiento de los derechos individuales, de la dignidad de todos los hombres, de su libertad y su igualdad, y con ellos, de la democracia, ha jugado el cristianismo, es decir, el sistema de pensamiento basado en los principios fundamentados sobre el mensaje de Jesús de Nazaret. Para reconociéndolo, utilizarlo para seguir avanzando en la dignificación del ser humano y en el reconocimiento de los verdaderos derechos que le son inherentes.
(1) Por más que la cristiana conviva en muchos lugares del mundo con eras paralelas, así la hegiriana en el mundo islámico, la Anno Mundi en el judío, la china, etc..
(2) Una separación por cierto, por la que la que más ha luchado fue siempre la Iglesia y que a nadie beneficia como a la Iglesia, aunque en algunos momentos de su historia, equivocadamente, se haya dejado seducir por cantos de sirenas implicándose de lleno en preocupaciones que tenían menos que ver con las de Dios que con las de los hombres.
(3) No confundir con lo practicado en España por el pesoísmo, lo cual no es laicismo, ni radical ni no-radical, es anticlericalismo del rancio.
©L.A.
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