He recibido un correo con esta imagen de un diamante, con su correspondiente leyenda muy atinada. Y me ha hecho pensar un poco. Y ahora comparto con los lectores de Blogs las conclusiones a las que he llegado.
No hace falta ser un genio para comprender la lección. Pero hay que pensarla, y además aplicarla. De lo contrario nos podemos quedar diciendo ¡qué bonito!, pero esto le viene muy bien a quien yo me sé. Somos muy dados a endosar al otro/a el mochuelo, porque nos consideramos ya maestro de sentencias, que venimos de vuelta y nos lo sabemos todo.
Hay una realidad innegable: somos unos diamantes imponentes, de muchos quilates. Nada menos que hijos de Dios, y adquiridos a un precio fabuloso: la muerte de Cristo. Pero el diamante necesita se tallado con maestría, con arte y buena técnica, para que no se quede en un pedrusco sin ninguna apariencia.
Y ya sabemos cómo es el proceso. He tenido la oportunidad de verlo en una factoría en Israel. Herramientas de precisión manipuladas con manos delicadas. Hay que romper aristas, hay que pulir, hay que darle la forma deseada para que capte la luz y la proyecte en mil colores. Un pedrusco informe quedará convertido en una joya ue alguien lucirá con orgullo.
Dios nos crea, pero ese ser humano ha de convertirse en una persona con toda la belleza espiritual que encierra dentro. Para ello hay que dejarse trabajar por las manos expertas de quien entiende de vida interior. La Iglesia Católica tiene un experiencia de siglos, de milenios, en esta especialidad. Los innumerables santos que pueblan el cielo fueron diamantes en bruto que se dejaron tallar por la mno experta de un maestro espiritual. Ellos mismos transmitieron su belleza a los que pasaron por sus manos. Y esta es la riqueza de la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI está insistiendo mucho en la necesidad que tenemos de la dirección, o acompañamiento espiritual. Son muchísimos los que podrían hacer de su vida algo valioso, pero no cuentan con alguien que les enseñe el camino. Y esto no es hipotecar la libertad, como tampoco lo es aprender música de un maestro, o jugar bien al futbol aleccionado por un entrenador.
En la vida cristiana todos estamos llamados a la santidad. Pero para ello hay que dejarse tallar. Cuando elogiaban al célebre escultor Miguel Ángel, el decía con toda humildad: Yo escojo el bloque de mármol, y lo único que hago es quitar lo que sobra para que salga la imagen que hay dentro.
Algo parecido ocurre en la vida espiritual. Hay que quitar lo que sobra para que salga a la luz la imagen que hay dentro, que no es ni más ni menos que la imagen de Dios. ¡No hay cosa más bella que un alma santa! Y esas almas santas, que también son pecadoras, desprenden un destello que se llama humildad. Y en el corazón de toda joya está la Gracia de Dios.
Dios no talla vídrios. Solo piedras preciosas
recientemente, decía: “Para avanzar en la vida espiritual necesitas a alguien que te ayude, que te ilumine a la hora de discernir las situaciones, que te ayude también e resolver tus propias contradicciones, tus ocultaciones implícitas y subconscientes, y quizá no demasiado culpables, y que ayude también en los momentos de desánimo y desilusión, por disgustos que a veces vienen, pues porque, en fin, nadie es perfecto en la Iglesia, ni siquiera los obispos, ni los cardenales, ni nadie, y a veces en el ejercicio de la obediencia se sufre
La Iglesia exige vivir la Cruz, y la dirección espiritual llega un momento en que se hace necesaria”.
Invito al lector a meditar la leyenda de esta imagen, y que piense que, por muy valioso que sea un diamante, más valemos nosotros. La semana que viene comienza la Cuaresma. Buen tiempo para ponernos manos a la obra.
juan.garciainza@gmail.com