La Iglesia Católica dará esta semana un importante paso adelante para enfrentar la tremenda plaga que durante décadas ha corroído varias de sus estructuras: El abuso sexual a menores de parte de algunos sacerdotes. La reunión tendrá lugar en el Vaticano del 21 al 24 de febrero y lleva como nombre “La protección de los menores en la Iglesia”. 190 clérigos reunidos para hablar de lo que más avergüenza a la institución que representan.
Puede que los abusadores dentro de la Iglesia sean una minoría (ojalá, yo lo creo). Puede que la mayoría de los casos hayan ocurrido hace varias décadas. Puede que en la Iglesia existan muchos sacerdotes generosos, abnegados, entregados a su ministerio, (también lo creo y conozco a varios). No obstante es cierto que esta debe dar ejemplo en la lucha contra el mal de la pedofilia, que afecta a muchos sectores de la sociedad, pero que en una institución como la Iglesia católica es mucho más grave por lo que representan sus agentes pastorales. Así lo dijo el mismo Jesús: “Ay de quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18, 6).
“Les invito a rezar por este evento, que he querido como un fuerte acto de responsabilidad pastoral ante un desafío urgente de nuestro tiempo”, dijo el Papa Francisco el pasado domingo durante el rezo del ángelus en la plaza de San Pedro.
Es un acto de sensatez que el Papa, junto con los presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo, tengan un espacio de diálogo y reflexión para enfrentar esta plaga. La cumbre busca determinar “los pasos que hay que dar para tutelar a las víctimas, en el respeto de la verdad y de las personas involucradas, para que ningún caso vuelva a ser encubierto”, según indicó el periodista Andrea Tornielli, director editorial de los medios vaticanos.
Sin embargo, y lo han dicho sus mismos participantes, de esta reunión no se pueden esperar resultados inmediatos. Crear una conciencia en cada uno de los más de 5 mil obispos y 400 mil sacerdotes que hay en el mundo tomará su tiempo. Ahora, por ejemplo, muchos seminarios son más estrictos en la admisión de sus candidatos. Las consecuencias de estas sanas medidas comenzarán pues a verse en décadas.
Esta cumbre es uno de los pasos que la Iglesia ya ha venido dando para dar voz al clamor de tantas víctimas que ha dejado este flagelo. La mayoría de ellas han cargado solas y avergonzadas con este dolor y ello les ha causado profundas heridas espirituales y psicológicas. Máxime porque el victimario era una referencia espiritual en casi todos los casos. Pero los sacerdotes abusadores han hecho un mal uso de esta condición para aprovecharse de niños y jóvenes, cuyo único pecado fue acercarse a la Iglesia para crecer en amor a Dios y en el servicio a los demás. Esto es aberrante.
Tomará su tiempo para que se vean los buenos frutos de estos tres días de reunión como también se han visto a muy largo plazo los daños que ha dejado la cultura del abuso y del encubrimiento. Una cumbre que reiterará que “el silencio ya no es aceptable”, como dijo el arzobispo de Malta monseñor Charles Scicluna en la conferencia de prensa de presentación de este evento. “Debemos alejarnos de cualquier complicidad o código de silencio”, aseguró el prelado.