Los que siguen esta columna saben bien que me gusta escribir a diario y que no me gusta repetir un artículo. Hoy la actualidad me obliga a hacerlo, al haber alcanzado un artículo que escribí el pasado 2 de julio un grado de actualidad tal que, mutatis mutandis, es incluso superior al del mismísimo día en que lo escribí. Helo aquí pues con una única apostilla nueva que hago al final del mismo.
Por admirar, admiro hasta su chauvinismo, no tanto por parecerme positivo o ensalzable, que no lo es ni me lo parece, sino como espejo en el que podíamos mirarnos los cainitas habitantes de este país llamado España, donde lo que se practica es, precisamente, una suerte de a-chovinismo recalcitrante y autodestructivo insoportable, y donde ser español es, curiosamente, la mejor manera de ganarse la antipatía y el desprecio de los españoles.
Precisamente, a lo que parece presentarse como una de las manifestaciones más desafinadas e impresentables de ese chauvinismo francés del que hablo es al que quiero referirme en estas breves líneas hoy.
Abuchear así a los grandes campeones de los torneos de los que los franceses tienen buenas razones para enorgullecerse, el Tour de Francia, Roland Garros, no habla bien de los franceses. Habla mal, muy mal. Espectáculo tan bochornoso no sería posible, pongo por caso, en Wimbledon, donde sus campeones son honrados como merecen, donde los británicos dan una lección de fair-play y de buenas maneras a los franceses, y donde parecen considerar que una buena manera de ganarse la simpatía y el respeto del no siempre respetable (en el caso francés, desde luego, no) no es sólo la de compartir nacionalidad, sino también la de honrar con su presencia, su trabajo, su calidad y sus triunfos, los eventos que organizan.
Pero habla también de un indiscutible complejo de inferioridad, algo que no esperaba yo encontrar en la personalidad colectiva de los franceses, el consecuente a no ser capaz de producir los deportistas adecuados a los eventos organizados, o cuando la calidad de éstos queda muy por encima de la de aquéllos.
A los franceses les diría yo que trabajen duro si quieren tener los campeones que les gustaría tener y que sus torneos merecen. Pero entretanto esos campeones no llegan, honren como corresponde a los que tienen, aunque no sean franceses. Al día de hoy, con seis rolands en el zurrón Rafa, y con tres grandes boucles en el suyo Alberto (y con siete Lance), son Rafa y Alberto (y Lance) los que honran Roland Garros y el Tour con su presencia. Y no al revés. Lo siento mucho, pero así es. Y no al revés, insisto”.
Nota adicional. Ayer, la prensa nacional ha resaltado la unanimidad entre nuestros políticos a la hora de dar la cara por los deportistas españoles agredidos por estas campañas francesas. “¡Hasta los nacionalistas!” se felicitaban nuestros periodistas. Pues bien, no. El ejercicio dialéctico de nuestros políticos nacionalistas a la hora de expresarse por los deportistas españoles agraviados sin mencionar la palabra España ni ninguna otra que pueda delatar algún tipo de simpatía hacia el proyecto común, amén de producir resultados gramaticalmente pobrísimos que hablan a las claras de su escasísimo talento, es cualquier cosa menos un ejercicio de solidaridad, ni para con el resto de los que somos sus compatriotas (aunque les pese), ni para con los propios deportistas afectados.
Sí quiero por el contrario dejar constancia del tuit de un gran español de Cataluña, Pau Gasol sobre el tema, al que no cabe añadir ni quitar una palabra:
“Los españoles no ganamos por casualidad, eso es cierto. Apuntad las claves de nuestro éxito: talento, esfuerzo, perseverancia y humildad”.
Exactamente lo que yo pido para nuestros políticos. Y para mis compatriotas. Y para mí, naturalmente. Con esas cuatro cosas, nada se resiste.
©L.A.
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