HACER REFLEXIONAR

La vida solo puede ser entendida vista hacia atrás,
pero debe ser vivida mirando hacia adelante.
 -Soren Kierkegaard-

 El frenético ritmo de vida que nos hemos creado nos arrastra y aturde, incapacitándonos para el silencio y la reflexión. Esto produce personalidades inseguras y dubitativas, reflectantes a las enseñanzas sólidas que proponen linealmente las verdades imperecederas.

 Hay una cierta inclinación al alago, a palabras suaves y persuasivas que propongan, más que impongan. Algo así como si molestara el sólido sonido de la campana porque se prefiere la suavidad de la campanilla casera. Hay que conjugar las dos cosas: solidez y suavidad.

 Palabras suaves y campanillas era lo que usaba, por ejemplo, el hermano lego Manuel. Franciscano él y con un gran celo apostólico. Sin grandes cualidades ni cultura enciclopédica, pero rebosando sentido común.  Aunque la anécdota ya tiene unos años (del siglo pasado), su enseñanza es actualísima.

 Iba Manuel viajando en un tren y tenía abierta una guía de ferrocarriles. Un joven, sentado a su lado, miraba a hurtadillas la guía.

 —¿Conoces este libro? —preguntó Manuel al joven.

—Pues, no.

 Manuel explica al joven los horarios, recorridos… El joven se entusiasma y se muestra agradecido. Y cuando ya hay una cierta empatía, Manuel pregunta al muchacho:

   —¿Quieres que te enseñe también a viajar por el ferrocarril del paraíso?

   —¿Y eso qué es?

  Manuel saca un folleto ilustrado y dice:

 —Este es el ferrocarril del paraíso: estación de partida, cualquier punto del globo terrestre; tiempo de partida, cualquier momento; tiempo de llegada, no puede preverse la hora para el viajero; billete, estar en gracia de Dios; revisor, el examen de conciencia. Avisos: 1) tener siempre dispuesto el equipaje de las buenas obras; 2) hay una forma de recuperar el equipaje perdido: por medio de la confesión.

 Terminada la explicación, amable y sonrientemente, Manuel regaló al joven la curiosa guía.

 De película, ¿no? Sí, pero la aplicación es totalmente vigente. Hay que saber hacer atractiva la virtud; hay que aprovechar, creativamente, las ocasiones que se presenten. Se trata de enseñar a quien no sabe, no poner cara de vinagre por el desencanto de la ignorancia.

 Hasta no hace mucho, el ambiente, las tradiciones piadosas y el tiempo disponible favorecía la reflexión. Pero la época actual religiosamente débil, muy débil, requiere nuevos métodos apropiados.

  Hay que ser flexibles en los medios, para conseguir lo realmente importante: ¡hacer reflexionar!