Con motivo de una audiencia general del Papa en la Plaza de San Pedro durante el mes de mayo, entre los muchos asistentes se presentan a ella cuatro personas: dos de ellas son mujeres, no por casualidad asistentes del P. Amorth en sus exorcismos. Los otros dos son dos jóvenes muchachos, por nombre Giovanni y Marco.
Según Amorth “aquel miércoles, las chicas deciden llevarlos [a los dos jóvenes] a la audiencia del Papa pensando que podría hacerles bien [están poseídos]. Y añade: “No es un misterio que muchos gestos y palabras del Papa hacen enfurecer a Satanás. No es un misterio que la sola presencia del Papa preocupa y de alguna manera ayuda a los poseídos en su batalla contra aquél que los posee”.
Los cuatro se acercan al palco, aunque por no disponer de las entradas correspondientes, los agentes de la Guardia Suiza que proveen la seguridad del Papa, les detienen, impidiéndoles acercarse más. Las chicas imploran a los guardias que les dejen aproximarse, pero como es comprensible, éstos no acceden a sus ruegos. Entonces las dos muchachas ponen en práctica una estratagema probablemente acordada de antemano, y una de ellas finge sentirse mal, consiguiendo que los guardias las coloquen a ellas y a sus acompañantes en los sitios reservados a personas discapacitadas. Según Amorth, esto es lo que pasa entonces: “Ninguno de los dos [poseídos] habla. Están extrañamente silenciosos. Es como si los poseedores (se trata de dos demonios diferentes) estuvieran comenzando a entender lo que en poco tiempo habría de ocurrir en la plaza”.
Sobre las diez de la mañana, aparece el Papa de pie en un jeep con el conductor y con su asistente, Mons. Georg Gänswein. Los dos muchachos se muestran inquietos. A uno de ellos, Giovanni, comienza a temblarle los miembros y la boca. Mientras sus acompañantes femeninas intentan tranquilizarlos, de la boca de Giovanni salen estas palabras definidas como de ultratumba: “No soy Giovanni”. La chica no responde. “Sabe que con el diablo sólo un exorcista puede hablar”, afirma Amorth.
Mientras el jeep papal recorre la plaza, los dos poseídos se tiran estridentemente al suelo. Los guardias suizos lo ven pero no intervienen. El vehículo papal llega a pocos metros del portón de la Basílica. El Papa desciende del vehículo y saluda a las personas en primera fila. Los jóvenes poseídos comienzan a proferir aullidos. Una de las muchachas grita: “¡Santidad, Santidad, estamos aquí!”. El Papa se vuelve hacia ellas, pero no se acerca. Ve a las dos muchachas y a los pobres poseídos tirados por el suelo, temblando y vociferando. A pesar de la mirada de odio con la que le obsequian, el Papa no se turba. Mirándoles desde lo lejos les dirige una bendición. Los dos poseídos se sienten como golpeados hasta el punto de pegar un respingo que les lanza tres metros más lejos, dejando de pegar aullidos en ese momento. En su lugar, comienzan a llorar. Y al partir el Papa, ambos vuelven en sí, aunque no recuerdan nada de lo ocurrido.
Tal cual se lo cuento, lo relata en el libro que acaba de publicar el P. Amorth titulado “L’ultimo exorcista”, el cual saldrá a la luz el próximo día 7, en el que, según asegura, también Juan Pablo II practicó algún exorcismo similar.
©L.A.
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