Sin pretender hacer de Jobs un santo de los tiempos modernos, como muchos han hecho en estos meses, lo que si puedo decir es que me está dando mucho que pensar acerca de lo importante que es ser fiel a lo que se quiere hacer, ya sea en una empresa, una familia o la Iglesia que es el tema que nos ocupa en este blog.
Para mi Jobs entra en la categoría de visionarios que son capaces de anticipar cómo serán las cosas e inspirar a toda una serie de gente valiosísima a hacer realidad lo que ellos ven.
En términos de Iglesia, un visionario tiene mucho de profeta, inconformista e incomprendido, porque ve lo que los demás no quieren ver, y sólo se reconoce su trabajo cuando la lenta y sabia maquinaria de la Iglesia llega donde él se anticipó muchos años.
Un ejemplo es San Jose Maria Escrivá que “redescubrió” el valor santificador del trabajo en el mundo y potenció el laicado de una manera pionera para su época, adelantando la que luego se llamaría hora de los laicos.
La Iglesia necesita de santos así, de visionarios que abran camino y sean fieles a una visión de las cosas que han recibido de Dios, aunque no se corresponda a lo que hay en su tiempo.
Pero no siempre los visionarios son gente que puede llevar a cabo lo que ven, por la simple razón de que uno no puede tener todos los dones, y muchas veces hace falta que venga un segundo y desarrolle lo que otro empezó de una manera práctica y sostenible en el tiempo.
Frente a santos estilo Pedro de Alcántara de quien se decía que era admirable pero no imitable, surgen genios organizadores como los del Císter, que siguen lo empezado por Roberto de Molesmes en la persona de sucesivos abades como Alberico y Esteban Harding, que posibilitan que luego un Bernardo de Claraval lleve a su máxima expresión aquello que un día Roberto vio, llegando a tener una influencia en la Iglesia universal.
Como se recuerda en un hermoso techo del Monasterio de Oseira en Orense, «San Roberto, plantó, San Alberico regó, mas Dios dio el desarrollo en tiempo de San Esteban por medio de San Bernardo»
De alguna manera es parecido a lo que traumáticamente le pasó a San Francisco de Asís, que de puro visionario era el menos adecuado para gestionar la enorme ola que levantó la familia franciscana formada siguiendo su ejemplo de imitación de Cristo.
Lo interesante es ver el proceso por el que Dios da una idea, una inspiración, o un carisma a una persona, y se sirve luego de toda una serie de hombres para hacer de ella algo de beneficio para el conjunto de su Iglesia.
¿Y que tiene que ver Jobs con todo esto?
Pues muchas veces sus amigos y trabajadores hablaban del “campo de distorsión de la realidad” de Jobs, que le hacía intentar forzar la realidad a ser cómo él la veía. En ocasiones esto tuvo unos frutos enormes, pues donde los ingenieros decían no se puede él entendía que sí se podía, y así se lo hacía saber forzándoles a crear más allá de sus paradigmas.
¿Se han fijado en los redondeados bordes de los iconos de su Iphone o su Ipad? Si no son de Apple también pueden verlos en cada una de las ventanas de su sistema operativo Windows. Y todo porque un día Jobs entendió que las ventanas que surgen en el escritorio del ordenador debían ser así, pese a que el ingeniero le decía que no era posible redondearlas.
¿La cuadratura del círculo? Tampoco hay que pasarse, pero un buen ejemplo de cómo se las gastaba el fundador de Apple.
Aunque la dichosa distorsión de la realidad fuera a veces su peor aliada, como cuando se negó a recibir tratamiento de su enfermedad queriendo combatirla con dietas, en otras resultó no ser tal, sino simplemente un reflejo de su capacidad de ver más allá.
Para mi la lección es clara y en la Iglesia necesitamos desesperadamente de gente con la visión suficiente como para atreverse a cambiar la manera en la que vemos las cosas.
Necesitamos hacer la cuadratura del círculo. Ver formas redondeadas donde otros sólo ven aristas. Encontrar esperanza donde la mayoría sólo ve desolación y envejecimiento. Descubrir la manera de aplicar el Evangelio como solución profunda y definitiva a las necesidades de un mundo que no sabe que lo necesita.
Y seguir fijos en esa idea, sin distracciones, contemporizaciones o descafeinamientos del mensaje que no llevan a nada. Aunque nos tachen de locos, o de distorsionar la realidad de las cosas, o la tradición de las cosas, o la manera reinante de hacer las cosas.
Por supuesto todos aspiramos a ver con los ojos de Dios, a respirar por su Voluntad, a no hacer más que lo que Él nos mande. Y para eso tenemos la Iglesia, y sus legítimos pastores. Y de esa mezcla o tensión fecunda entre carisma e institución, ha de salir toda renovación.
Así lo decía el Concilio Vaticano II:
“El mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia. Los dones extraordinarios no deben pedirse temerariamente ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos del trabajo apostólico. Y, además, el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1 Ts 5,12 y 19-21).”(Lumen Gentium 12)
Y por eso mismo necesitamos profetas, santos que marquen el camino…y que los de arriba, igual que los de abajo “no sofoquen el Espíritu”.
Eso sí, sólo de santos no podemos vivir, necesitamos gente capaz de hacer realidad lo que otros ven e intuyen. Como Jobs lo hizo, en su campo, que era muy diferente del que nos ocupa aquí.
Sólo así podremos ver un mundo diferente y llegar a todos, siguiendo el mandato del maestro de ir por todo el mundo y predicar el Evangelio.