La mala noticia de que venía Rajoy se ha cumplido. Sabíamos que el programa electoral del PP no atacaba la raíz del problema económico actual y por lo tanto no podría resolverlo. Lo que tan sólo podíamos presumir, que no asegurar, es que además parte de lo que contaron en la campaña electoral era mentira, ahora es una certeza: Rajoy ha mentido a su electorado, con lo cual y a partir de ahora le llamaré Pinocho –no es un insulto sino la descripción breve que deriva de un hecho probado. Aseguré que España no tenía un problema de “confianza” y que se trataba de un problema grave de falta de productividad, que poco a poco está derivando en un problema de insolvencia. Sin embargo, ahora sí tenemos un problema de confianza –el que Pinocho ha creado. ¿Qué inversor va a querer invertir sus ahorros en un país donde los políticos hacen justo lo contrario de lo que dicen que van a hacer?
Y no, no valen sus ridículas excusas. Sabían de sobra que España no estaba cumpliendo con el objetivo de déficit estipulado por la UE para este año. Para empezar porque una gran parte de la desviación del déficit está en las deudas desorbitadas de las comunidades autónomas que ellos mismos gobiernan desde hace tiempo. Así que, si su intención era subir los impuestos –la mayor subida impositiva de la democracia hasta llevar a España a uno de los países con más impuestos de toda la UE-, lo correcto era haberlo dicho en la campaña electoral y cuando estaban en la oposición. ¿Hubiesen recibido el mismo apoyo electoral si su mensaje hubiese sido un “las subidas de impuestos dependerán del déficit real”? O si el electorado hubiese decidido elegir mayoritariamente un programa electoral radical –más radical que el de Izquierda Unida con subidas del IRPF al 52 % de la renta e impuestos sobre el ahorro del 27 %-, ahora podríamos asegurar que la decisión habría sido legítima. Sin embargo no es el caso. La decisión de Pinocho es completamente ilegítima –tan ilegítima como si estuviese gobernando IU con un millón y medio de los votos. El discurso electoral es el contrato de un político con su electorado y lo han incumplido. Claro, dicen que sólo será por dos años… “palabra de Pinocho”. Evidentemente, quienes tienen que generar el empleo en España actuarán en consonancia con las circunstancias –la compra de bonos de deuda española y la bajada de la prima de riesgo no tiene nada que ver con el PP y sí con la inyección de medio billón de euros a la banca europea por parte del BCE. Por cierto, esta emisión de papel también tendrá otras consecuencias desagradables sobre lo que queda de economía productiva.
Pero el mayor problema de hacer algo que es impopular y una clarísima traición electoral es que, además, no va a funcionar porque es justo lo contrario de lo exigen las circunstancias. Cualquier medida que tuviese un efecto positivo a dos años vista, aún siendo inicialmente desagradable, se aceptaría una vez verificada su efectividad. Pero es que subir los impuestos no puede y no va a mejorar la economía. ¿Quién va a defender a Pinocho cuando esa izquierda a la ellos dicen que han dejado “desconcertada” decida apuñalarles de la misma manera que ellos han apuñalado a su electorado? ¿Con qué autoridad moral podrán luego aplicar ninguna otra medida?
Lamentablemente, de todas las posibles, la subida de impuestos es la peor decisión que se podía haber tomado, por mucho que la defienda Alberto Recarte con un “sí, pero no tan exageradas y además tendrán que, por otro lado, subir todavía más”. Para empezar, de lo que dicen que pretenden recaudar a lo que, tras la subida, vayan a conseguir confiscar hay un trecho. Y para seguir, ahora dicen que van a dedicar 10.000 millones procedentes de la UE en “políticas de empleo”. ¿Pero de qué políticas de empleo estamos hablando? ¿Desde cuándo es el Estado el que sabe en qué invertir y cómo invertir? ¿El empleo lo genera el Estado? ¿Políticas de empleo como las que ha aplicado Griñán en Andalucía? En fin, todo lo que hacen es reconocer sus verdaderos principios: no creen en el mercado libre, ni en la libertad de las personas y piensan que es el Estado el que debe regir la economía –socialismo de derechas, keynesianismo, falangismo o llámenlo como quieran, pero es socialismo. Es decir, más de lo que ya ha fracasado y seguirá fracasando. Insisto, no es una cuestión de gestión que pueda hacer un político u otro sino del tipo de estructura económica que genera el intervencionismo estatal –no funciona al margen de quién lo gestione.
Estos hechos demuestran que el bipartidismo es un espejismo. Los partidos se rigen por una ideología única, dogmática e indiscutible: la intervención omnipotente y omnipresente del Estado sobre los medios de producción. Por ello, es lógico que Occidente esté sucumbiendo ante países como China, regidos por un sistema de partido único. Y no es que la libertad económica y política esté fracasando; simplemente, en Occidente ya no hay más libertad económica ni política de la que hay en China.
Así que no se hagan falsas ilusiones con el pretexto de que es demasiado pronto para juzgar. Si una persona salta de un avión sin paracaídas, ¿necesitan ustedes esperar a que se estampe contra el suelo para saber el resultado de su decisión? No esperen demasiado de las reformas “que dice que” va a realizar. Más mentiras o serán como las que ya hizo en su día Aznar –agua de borrajas. Si hubiesen sido reformas de verdad, España no hubiese sufrido una burbuja financiera y en su lugar tendríamos un sistema productivo competitivo y diverso.
Vamos a esperar porque, pase lo que pase, aquí seguirá este artículo para darme la razón o dejarme en evidencia. No desperdiciaré mucho más tiempo con este personaje. No lo merece y, por una sola vez, en algo sí dice la verdad: “nada es para siempre” –sus promesas, por ejemplo, que apenas duran once días. Por suerte, él tampoco.