Como la pregunta del joven rico, la nuestra sobre quién puede entrar en el tabernáculo recibe respuesta en varios pasos. En un primer momento, continuando con el Salmo, se nos dice: «Quien anda sin mancha y practica la justicia; quien dice la verdad en su corazón, quien no ha engañado con su lengua; quien no ha hecho el mal a su prójimo, quien no ha acogido la injuria contra su prójimo» (Sal, 15,2-3).
San Benito nos presenta tres expresiones polares. El número apunta a algo completo y con este tipo de expresiones, algo de estilo muy semítico, se indica una totalidad. En la primera de ellas, los polos que intentan abarcar el todo de la acción son el no hacer lo malo y el hacer lo bueno, la abstención y la acción. En la segunda, el protagonismo lo tiene la palabra y el juego se establece entre interior y exterior, corazón y lengua. En último lugar, el foco se centra en el prójimo y el balanceo lo tenemos duplicado, pues se da entre obras y palabras, pero también entre producir y recibir.
La acción moral no solamente aparece como imprescindible para el camino que se emprende, sino que también se presenta como una totalidad. No solamente la acción y la palabra tienen importancia, sino que también está implicada la totalidad de lo que somos. En la obediencia a la voluntad de Dios no hay tierra de nadie.
Sin embargo, pese a la apariencia de totalidad que presentan estas líneas, el autor de la regla no queda satisfecho. Como en la escena evangélica mencionada aún hay más. Habrá que dar todavía dos pasos para poder entrar en el tabernáculo.
[Foto gentileza de una contertulia del blog]