El dato de abortos realizados en 2010, en el que durante algo menos de seis meses estuvo vigente la nueva Ley Aído, 113.031 abortos, ofrece pocas dudas: el número de abortos continúa estable. No baja como nos había dicho el Gobierno que ocurriría gracias a esta nueva genialidad de sus geniales componentes, pero tampoco sube. La Ley a los efectos ha sido indiferente. Quiere decirse que en España la industria exterminadora de niños está engrasada y funcionando a toda máquina, a pleno rendimiento, desde hace varios años, y ya da poco más de sí. ¿Significa esto que esta Ley Aído no es más mala que aquélla a la que vino a reemplazar?
Desde ese punto de vista, desde luego, no. Y para los que creemos que la vida es sagrada, cualquier ley es mala, más aún si como cualquiera de las dos, la vigente y la derogada, es capaz de segar la vida de más de un centenar de miles de niños al año.
Pero las cifras, siendo importantes, no lo son todo. Y dar el paso del aborto despenalizado, en el que el Estado simplemente se inhibe en su obligación de perseguir el delito, al aborto-derecho, en el que el Estado reconoce que un ser humano tiene el derecho de disponer de la vida de otro, no es algo con lo que se pueda bromear: sus consecuencias son muchas y, no les quepa duda, gravísimas. Por lo menos cuatro que me vengan a la cabeza a bote pronto.
Primera. Si matar a un feto no es un delito despenalizado sino un derecho de la mujer, es que la vida no es un bien protegible por el ordenamiento jurídico, o lo es en las condiciones que éste estime pertinentes. Y si la vida no es un bien protegible por el ordenamiento jurídico, mañana los criterios para prescindir de otras vidas pueden seguir extendiéndose. Primero los enfermos. Luego, los viejos (incluso sin necesidad de estar enfermos). Luego los pobres. Luego los torpes. Luego los tullidos. Luego los bajitos... De delincuentes, asociales, vagos y otros maleantes ni hablamos…
Segunda. Si matar a un feto no es un delito despenalizado sino un derecho de la mujer, entonces realizar cualquier declaración en defensa de esa vida en detrimento del derecho de la mujer nos puede convertir en delincuentes, en cuanto atentamos contra un derecho humano. Llevado al límite el argumento, -y les aseguro que existe quien no vacilaría en hacerlo-, se podría acusar de un delito de omisión de socorro a todo aquél que de la manera que sea, entorpezca el derecho de una mujer a disponer de su vientre (un padre que se lo impide a su hija; un médico que intenta disuadirla de hacerlo; un manifestante pro-vida a las puertas de un abortorio...). Muy posiblemente, esa era la vía que se aprestaba a explorar el gobierno cesante de no haberse producido efectivamente su oportuno “cesamiento”, y en esa dirección iban dirigidos los tiros de la que había de llamarse "Ley de igualdad" de la que, de momento, nos hemos librado los españoles. ¿Se dan cuenta? Ni criticar o combatir el aborto, ora desde un punto de vista general, ora desde una perspectiva privada y concreta, íbamos a poder, sin arriesgarnos a ser considerados seres asociales y nocivos para la sociedad, cuando no directamente delincuentes…
Tercera. Si matar a un feto no es un delito despenalizado sino un derecho de la mujer, en la educación infantil en lugar de obviar el tema, se formará a los niños en este derecho como parte del cuerpo innegociable de derechos humanos del que está dotada toda persona, formando a toda una generación en que el derecho a la vida no es sagrado, sino que tiene limitaciones, las que determine el legislador en cada momento.
Cuarta. Si matar a un feto no es un delito despenalizado sino un derecho de la mujer, entonces un médico que se niegue a realizar un aborto no estaría objetando, sino incurriendo en mala praxis, por negarse a auxiliar a una mujer de algo que aqueja directamente a su salud (llamada aquí sexual y reproductiva).
Piensen Vds. un poquito y seguro que todavía pueden aportar muchas consecuencias a esta breve lista de barbaridades a las que la nueva ley de aborto nos aboca inexorablemente... Aunque la cifra de abortos siga siendo la misma y no se haya elevado, los que creemos en una sociedad mejor no dejamos por ello de estar obligados a combatirla con todas nuestras fuerzas, sin sucumbir jamás al desaliento ni a la tentación de arrojar la toalla porque al fin y al cabo, los abortos no sean más.
Piensen Vds. un poquito y seguro que todavía pueden aportar muchas consecuencias a esta breve lista de barbaridades a las que la nueva ley de aborto nos aboca inexorablemente... Aunque la cifra de abortos siga siendo la misma y no se haya elevado, los que creemos en una sociedad mejor no dejamos por ello de estar obligados a combatirla con todas nuestras fuerzas, sin sucumbir jamás al desaliento ni a la tentación de arrojar la toalla porque al fin y al cabo, los abortos no sean más.
©L.A.
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