Este viernes he tenido la oportunidad de compartir un tiempo con un grupo de sacerdotes de la Diócesis de Orihuela-Alicante. Hemos hablado de temas de interés para la pastoral parroquial, y sobre cuestiones que a todos nos interesan y preocupan.
Vicente, Vicario Episcopal de la zona de Elche nos ha hablado de una experiencia que se sale un poco de lo normal. Ellos la llaman PASTORAL EN CALLE, y la desarrollan periódicamente en las calles de Alicante capital. Un grupo de jóvenes, acompañados de unas religiosas de la Comunidad del Arca, y del mismo párroco de El Salvador, y Vicario Episcopal, se lanzan a partir de la 10 de la noche, y hasta bien entrada la madrugada, en busca de los “inquilinos” de esa “hospedería” inhóspita que es la pura calle.
Vagabundos de todas la edades, aunque más bien mayores, se refugian en cualquier rincón, envueltos en cartones y mantas raídas para pasar la noche al raso. Junto a ellos sus exiguas pertenencias mugrientas celosamente guardadas entre plásticos sucios y desechados. Son pobres de solemnidad que renuncian al albergue y a la comida caliente por defender su libertad y sus escasas pertenencias. El día ha sido duro para ellos pidiendo en cualquier esquina ayuda para comer y tomarse algo caliente. Hay que combatir el frío de la noche. Algunos mueren en el intento. La mayoría tienen que recurrir al trago de alcohol para entrar en calor.
Y el grupo de PASTORAL EN LA CALLE les llevan café y leche caliente, bocadillos, mantas nuevas, ropas de recambio, amistad sincera, un rato de compañía, y a Dios, que es lo más valioso. Se sientan con ellos para hablar de cualquier cosa. Terminan la visita rezando una oración, y se marchan respetando su decisión de seguir atravesando la noche a la intemperie, a solas con sus sueños. Siempre me he preguntado qué soñará un vagabundo en la noche bajo las estrellas. ¿En la casa que dejó? ¿En la familia que le dio de lado? ¿En aquel pueblo en donde disfrutó su infancia? ¿En un mundo mejor, más justo? Nuca se lo he preguntado a ninguno, pero me lo imagino. Los vagabundos también tienen corazón, y saben amar y corresponder al cariño de los demás. Y sueñan con alguien que les sonría.
Yo me imagino que, a altas horas de la madrugada, cuando esos jóvenes con las religiosas y el sacerdote vuelvan a sus hogares felices de haber hecho el bien, los vagabundos soñarán con Dios que se les ha acercado, les ha sonreído, le ha dado un poco de calor, y la noche no parece ahora tan dura. Aunque con frío tal vez puedan cerrar los ojos pensando que también hay gente buena en el mundo.
Un detalle que me ha llamado la atención. Esas religiosas de la Comunidad del Arca, que residen en un piso de la parroquia de El Salvador han reusado a utilizar camas para dormir. Ellas, nacidas entre las favelas de Brasil, también duermen en el suelo todos los días sobre un cartón y con pobres mantas, en solidaridad permanente con los más pobres, los “huéspedes” de la calle. Su caridad nunca es fingida durante un rato. Todos los días ellas quieren ser pobres como los pobres. Y ya están recibiendo vocaciones de jóvenes españolas que quieren dar su vida por una causa netamente evangélica.
Esta tarea es un capítulo más de esa nueva evangelización a la que nos urge al Papa, y que ha de estar nutrida de una legión de voluntarios que den un tiempo de su vida en servicio de los demás. Y los pobres, al sentirse queridos, descubran, o recuperen, el valor de su existencia. Si alguien me ama es bueno que yo exista.
Inivito a los lectores a que dejen sus comentarios animando a esos chicos, a las religiosas y al sacerdote a que sigan viviendo la caridad de esa forma tan efectiva.
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Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com