Tras el Congreso de Nueva Evangelización de Manresa y una visita al Vaticano donde he podido tenido el privilegio de compartir un fin de semana con las gentes de la Fundación para la Evangelización de los Medios encabezada por Jesús Colina, salgo con la convicción de que el Espíritu Santo está agitando las cosas en la Iglesia.
Durante años hemos estado hablando del tema de una Nueva Evangelización que lanzó el beato Juan Pablo II, sin apenas comprenderlo y mucho menos llevarlo a la práctica.
Venimos de una Iglesia que ha descansado en los grandes movimientos y en muchos ámbitos aún se mantiene un discurso acerca de los mismos que los califica como el último grito en temas de Iglesia.
Pero no lo son, manque nos pese. Los grandes movimientos que han surgido como consecuencia del Concilio empiezan a ser realidades que superan la veintena, la trentena y casi la cuarentena de años y en algunos casos muestran preocupantes síntomas de agotamiento.
El último grito, la última ola, la nouvelle vague, es la que el Papa ha lanzado con toda la creación del dicasterio para la Nueva Evangelización y es una ola muy diferente a la de los anteriores movimientos, y voy a explicar por qué.
Hasta ahora hemos hablado del florecer de los carismas tras el Concilio Vaticano, en un momento de gran presencia del Espíritu Santo. La tradicional pujanza de las órdenes religiosas que se organizaban en torno a un carisma de un fundador, ha ido decreciendo para dejar paso a nuevos carismas y expresiones comunitarias articuladas en torno a movimientos, asociaciones o grandes comunidades como las francesas.
Pero cuarenta años después de esa ola formada por el Concilio nos encontramos con una Iglesia envejecida, con síntomas de cansancio, agotamiento y desánimo (lineamenta dixit).
De alguna manera el fruto de estos movimientos, que ha sido grande en personas y obras, no ha repercutido de una manera general en la Iglesia empapando la manera de hacer y de ser del conjunto de la Iglesia, sino que se ha mantenido en un esquema parecido al de las antiguas órdenes: un carisma y una familia de gente dentro de la Iglesia trabajando dentro de su lógica de hacer las cosas contribuyendo así al conjunto.
Pues bien, parece que llega una nueva hora, en la que la llamada es a trabajar como Iglesia en pos de la Nueva Evangelización, no ya desde órdenes, parroquias y movimientos cada uno por su cuenta, sino de una manera transversal que pueda alinear a todos en torno a la Misión que no es otra que la del Primer Anuncio a los que no creen y la Nueva Evangelización de los que alguna vez creyeron y fueron evangelizados.
En esta ola, este revolotear del Espíritu Santo, ya no hay lugar a carismas individuales, a trabajar cada uno por su “chiringuito”, sino que se están articulando maneras de hacer que concitan lo mejor de la Iglesia, lo mejor de los movimientos, lo mejor del carisma de cada cual.
Estas maneras son los métodos (“una Nueva Evangelización, nueva en su ardor y en sus métodos”) que pueden ser lugar de encuentro para todos los miembros de la Iglesia, y ayudarles a animarse mutuamente y ser capaces de hacer una evangelización fecunda hoy en día.
Esto es toda una revolución del hacer de la Iglesia, que por fuerza también tiene que afectar profundamente el ser de sus miembros, pues nos abre a nuevas realidades y expresiones que tienen la virtualidad de reavivar nuestra fe y nuestra necesidad de los demás carismas.
Nos va en ello la superviviencia, como decía aquel “renovarse o morir”. Quedarse en el esquema de como han sido las cosas hasta ahora, o subirse a esta nueva ola que está suscitando el Espíritu Santo para bien de su Iglesia y de la humanidad.
Porque no nos engañemos, por muy bien que nos haya ido en nuestra capillita en el pasado, corremos el riesgo de hacer un anuncio del evangelio infecundo (esta es una advertencia de los lineamenta también) si no comprendemos las claves del mover de Dios para este tiempo concreto y no asimilamos nuevas maneras y actitudes eclesiales.
Desde luego todo esto no quita para que cada cual tenga su comunidad de donde beba, pues sería un grave error confundir lo que es misión con lo que nos constituye como cristianos, pues allá donde vemos un evangelizador, por fuerza tiene que haber un discípulo.
Y a ser discípulo se aprende a los pies del maestro, en la intimidad del hogar, de la familia espiritual de la que proviene cada uno que nos enseña a ser hijos de Dios y de la Iglesia. Esto conlleva una llamada común a todos a vivir en comunidad nuestra fe, ya sea en parroquias, movimientos, asociaciones, órdenes, seminarios o cualquier otra forma de vivir la propia vocación.
Concluyendo, algo está pasando en la Iglesia, algo se está suscitando y tiene todo el aroma de ser viento fresco, algo nuevo y a la vez eterno como todo lo que hacemos. En todas partes en la Iglesia se puede encontrar gente que ha sentido este rumor del viento, que se pone en camino, que empieza proféticamente a predicar en las calles y sueñan con algo diferente aunque no sepan aún que es.
Es difícil vislumbrar ese algo desde la propia historia, desde el peso de lo que se ha hecho siempre…pero si miramos arriba, la Iglesia está llamando a ello, y en la base comienzan a florecer formas, caminos, y concreciones de este impulso de Dios.