Siempre he vivido en regiones bilingües: Valencia de la que soy natural, Ibiza y Galicia. Mi historia en cuanto a la lengua, viene a ser la siguiente: en mi pueblo todos hablábamos valenciano; en la iglesia siempre se hablaba en castellano, y en la escuela también, y todos los textos estaban escritos en castellano. Nunca estudiamos el valenciano; sin embargo, en la calle, en familia y en el pueblo siempre hablábamos valenciano.
El no estudiar el valenciano tenía el inconvenientes de que, cuando hablábamos en castellano solíamos emplear algunas palabras que no eran correctas en ese idioma, y mezclábamos palabras castellanas con palabras valencianas. De ahí que cuando fui al seminario, hubiese una mezcla de ambas lenguas y con frecuencia, no hablásemos correctamente ni la una ni la otra.
A esto se añadía que desde el primer curso (niños de 12 años) teníamos dos clases diarias de latín, y desde el segundo, además, una clase diaria de griego. Con este panorama, ya me dirán.
Ante esta situación, los formadores, especialmente el rector, prohibieron hablar en valenciano ya que la lengua normal en las clases, los libros y las cartas era el castellano; ni siquiera sabíamos escribir el valenciano. Ya en la última etapa de mi estancia en el seminario, algún grupo empezaba ya a cultivar el valenciano.
En mis primeros años de sacerdote se inició el turismo y antes, la inmigración sobre todo, a ciudades y sectores más industrializados y necesitados de mano de obra. Tanto el turismo como la emigración siguieron aumentando, por lo que en la actualidad hay un número elevado de inmigrantes en las grandes ciudades, sobre todo en las más industrializadas y que no son turistas sino trabajadores; es la inmigración laboral. Éste fue un factor determinante en cuanto a plantear el problema de la duplicidad de lenguas.
¿Cuál es la mejor solución? No todos estamos de acuerdo. Es lógico que se deben evitar extremismos y enfrentamientos, y buscar un equilibrio compaginando las distintas posturas, es decir, ni eliminar el castellano, que se habla en medio mundo, ni prescindir de la lengua regional en la que se insertan nuestras raíces históricas y culturales.
En lograr este equilibrio debe estar presente la Iglesia en su culto, en su predicación, y en la catequesis. Veo lógico también que los primeros en fomentar las prudentes reformas que se necesitan, deben ser los obispos, los sacerdotes y los seglares que actúan en la pastoral de la Iglesia, porque la Iglesia no puede ser ajena a este problema. En sus intervenciones deben evitar alinearse con cualquier grupo político, sino mantenerse en lo pastoral, que es su propio campo.
Como decía al principio, siempre he vivido en regiones bilingües y he tenido que actuar en este campo. Tuve muy presente que era pastor y que debía buscar el bien pastoral del pueblo. Mi actuación en este caso, sin presentarme como modelo ni mucho menos, se ha basado siempre en estas dos líneas:
A) En los pueblos en los que todo el mundo hablaba la lengua regional era lógico que la liturgia se celebrase en esa lengua.
B) Pero en las ciudades, cuando asistían muchos inmigrantes o muchos turistas, siempre creí que la atención a los que no hablaban la lengua regional, la liturgia debía celebrarse en castellano.
Para mí era mucho más importante que todos los asistentes entendiesen la liturgia, especialmente las lecturas y la homilía, que promocionar la lengua regional. Creo que la misión principal de la Iglesia es anunciar el evangelio y que todos lo entiendan, y en función de este objetivo debe estar la lengua.
Concretamente en mi pueblo, la misa se celebra en castellano y cuando voy por allí, la celebro en castellano; pero a la hora de la homilía, si veo que todos los asistentes son del pueblo, la hago en valenciano; pero si veo que asisten algunas personas que no entienden el valenciano, ¿por qué he de hacer la homilía en valenciano, si hablando en castellano, todos me entienden? Lo hago así porque me parece que es lógico. Otros lo entenderán de otra manera, pero yo lo veo así y lo digo como lo veo.
Antes los pueblos estaban aislados, la industria y el turismo no estaban muy desarrollados. Apenas se salía de los pueblos; hoy cada día más nos estamos convirtiendo en ciudadanos del mundo. Y problemas que antes no se le planteaban a la Iglesia, hoy los tiene que solucionar con sentido común y con prudencia, buscando el mejor servicio a los hombres. Los políticos tienen sus criterios pero la iglesia debe tener los suyos.
José Gea