En esta semana se ha producido una polémica que ha saltado a todos lo medios y que no ha pasado desapercibida por los expectantes enemigos de la Iglesia: las supuestas declaraciones de Monseñor Blázquez sobre la pregonera de la Semana Santa de Valladolid.

 

Seguramente usted conoce lo sucedido y la evidente ausencia de ética del periodista que colocó a Monseñor Blázquez en el disparadero nacional. No entraré en la fuente de la polémica ya que creo más interesante que nos fijemos en contexto. 

Lo primero sería reflexionar si la Semana Santa es una fiesta local o una celebración religiosa. La realidad es que es ambas cosas. Las dos realidades se entremezclan, a veces, en un todo inseparable. Pero ¿Es lógico que sea así? Yo creo que no, pero también es cierto que sacar la Fe a la calle conlleva un testimonio que no deberíamos de despreciar a la ligera. Incluso si este testimonio pueda parecer deshonesto en ocasiones.

Desde el punto de vista antropológico y social, está plenamente justificado que lo cristiano y lo pagano se entremezclen en un peculiar sincretismo. Dirán los sociólogos y antropólogos que todo es cultura y la mezcla de culturas se puede entender como una cultura ampliada. Es evidente que esta imbricación beneficia al “Cesar”, ya que le permite utilizar lo divino a su conveniencia. Esto es tan viejo como el mundo y no creo que pueda cambiarse sin un profundo proceso de conversión. 

Desde esta perspectiva, es lógico que Doña Soraya Saenz de Santamaría, vicepresidenta del gobierno, sea la elegida como pregonera. Es su ciudad y son sus fiestas. ¿Qué mejor para el poder menor que atraer al poder mayor a su tierra de nacimiento? ¿Qué mejor que dar gloria a quien tiene capacidad de inclinar el dedo a favor o en contra? 

Pero la Semana Santa también es una celebración religiosa que parte de la conmemoración de la pasión de Cristo y su resurrección. Los desfiles procesionales sirven para hacer presente al Señor dentro de la cotidianidad. El testimonio de nuestra Fe debería ser el que se inculturizara dentro de la sociedad laicista en que vivimos. La pena es que este testimonio ha sido convertido es espectáculo y atracción turística. Se vende estética y tipismo. Se olvida el significado y sentido de todo ello. 

Volviendo a la polémica, Monseñor Blázquez reconoce que el pregón no es más que un género literario. Pero ¿Qué se exalta en el pregón? ¿La estética y el tipismo de las costumbres? ¡Genial¡ Que se realice en medio de la plaza mayor y se reúnan allí quienes desean escuchar lo bonito que resulta todo y lo maravilloso que es haber nacido en ese lugar. 

Pero en Valladolid el pregón se realiza en la catedral. Vaya, esto es un problema.  La catedral es la Cátedra del Obispo y representa el lugar donde Mensaje, Misterio y Compromiso cristiano se difunden a través de la autoridad del Obispo. Un pregón dicho en una catedral debe ser cuidado y su pregonero ser alguien con autoridad para emitirlo. Doy la razón a Mons. Blazquez que indica que no es lo mismo hablar desde la Cátedra que en la plaza del pueblo. Aunque no se trata de una homilía ni de una catequesis, hablar en la catedral necesita de coherencia cristiana. 

Nos podemos imaginar la incómoda posición del Obispo. Sentado en la Sede mientras que se da cuenta de lo incoherente del mensaje que se transmite desde el ambón. Ante esto, el Obispo no puede dejar vacante su Sede para demostrar su disconformidad y al mismo tiempo, no puede dejar que se transmita un mensaje que no sea coherente con nuestra Fe. 

Doña Soraya tiene todo el derecho a realizar el pregón desde la plaza del pueblo o desde el balcón de ayuntamiento, pero la catedral no es el lugar. 

Recordemos que en los primeros siglos, neófitos y pecadores públicos no arrepentidos tenían prohibida la entrada al templo. ¿Por qué? Por el significado que tenía su ausencia. El templo era y es un lugar para el arrepentimiento y la adoración de Dios, no un lugar donde se pregone una vida no cristiana. El pecador público tenía que hacer penitencia pública para evidenciar que su arrepentimiento era real y que tenía el firme propósito de no volver a pecar. 

¿Se trata de impedir el acceso al templo a quienes pecan? En absoluto. Si fuera así fuera, ninguno podríamos pasar. Las puertas del templo deben estar siempre abiertas a quien desea arrodillarse y pedir perdón a Dios. Sí no entramos con ese ánimo, mejor esperar en Nartex hasta que nos sintamos predispuestos a decir con sinceridad en nuestro corazón “Señor, ten piedad de mí, pecador”, tal como hizo el publicano. 

La Iglesia debe buscar que el Mensaje de Cristo penetre en la sociedad, no que la sociedad propague su mensaje desde la Iglesia. 

Afortunadamente, el alcalde de Valladolid se replanteará el sistema de nombramiento del pregonero y la celebración de este acto en la Catedral, en una reunión con la Junta de Cofradías de la Semana Santa. Parece que al menos, el Cesar reconoce que ha metido el pié donde no está legitimado a ejercer su proclamar su mensaje. Si esta polémica trae un gramo más de coherencia, bendito sea Dios.