“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10, 38)

Querida María:
He recibido tu cartita con todo el cariño del mundo y se que lo expuesto por ti en ella, está lleno de buenas intenciones para mi edificación y felicidad. Sé que somos hermanas no solo de sangre, sino que además, compartimos lo que más puede unir a dos almas... la sangre de nuestro redentor Jesucristo. El Salvador, una vez resucitado, nos unió por encima de lazos familiares y nos elevó, a tí, a mí y a nuestro hermano Lázaro a un nivel de espirtualidad jamás sospechado mientras vivía entre nosotros. Comprendo que es sumamente necesario la unión con él, su atención y su compañía para el bien de nuestras almas y para el de los que nos rodean y recuerdo aquel momento en el que sus discípulos más allegados le contemplaron en gloria en el Tabor y se oyó la voz del Padre que mandaba que le escucharan.
Te doy las gracias, como se las doy al Señor que me avisa por tu medio, del peligro que corro al preocuparme en exceso de las naderías terrenales de este mundo, ya que él está detrás de todo proveyendo y disponiendo todo y yo no soy más que sus manos y pies o lengua a su servicio. Te doy las gracias por avisarme del peligro que corre mi alma si dejo entrar la inquietud en mi corazón, incluso tratándose de las cosas santas. Es verdad que si confiamos en el señor y nos dejamos llevar por su prudencia y sabiduría, tarde o temprano veremos la luz de lo que tenemos que hacer y el modo de hacerlo. La inquietud, las prisas y las tensiones son el terreno preferido por nuestro enemigo que nunca descansa y no quiere que nosotros tampoco descansemos. Pero nada nace y crece sin esfuerzo y oposición.
Te doy las gracias por avisarme del peligro que corre mi alma cuando me ataca la vanidad y pretendo apropiarme de los dones que el señor derrama sobre mí, como si en algo me pertenecieran, lo que me lleva a juzgar a los demás por no ser tan diligentes, apasionados o esforzados como lo soy yo. Detrás no hay más que un ansia de perfección que el Señor combate dejándome experimentar debilidades, miedos y pecados continuamente, para favorecer mi crecimiento en la humildad. Virtud de la que carezco cuando se trata de corregir, animar o enseñar a los demás. Gracias te doy por recordarme que todos estamos hechos de barro y necesitamos de conversión.
Y gracias te doy, en definitiva, por avisarme del peligro que corre mi alma cuando clamo justicia, cuando deseo bajarme de la cruz y exijo mi paga correspondiente. No sé lo que digo, ni lo que pido, soy una temeraria.
Como ves, he reflexionado sobre tus advertencias con humildad y prudencia. No te juzgo tanto como crees, al revés, siempre he admirado y estimado la profundidad de tu alma. Yo, quizás nunca podré llegar a tener el don de contemplar a nuestro Señor con la claridad que tú lo divisas, por eso me debo esforzar en cada minuto de mi vida por tener obras en mis manos. Sin inquietudes gratuítas, ni exigencias escrupulosas. Las obras, las buenas obras, sin caer en vanidades, dan sosiego a mi conciencia y seguridad de que el buen espiritu trabaja dentro de mí a pesar de mis pecados.
No me quites esto.
Déjame poder vivir sabiendo que algunas veces lo hago bien y el Señor se complace en mí. Necesito las obras de misericordia, son como luz en mi sendero, como las marcas del camino, como la confirmación de mi fe.
Espero poder volver a verte antes de que partas de esta tierra hacia las moradas celestes, y poder tener un último diálogo entre nosotras. Quizás esto es lo más bonito que me dejas... nuestras íntimas y animadas charlas.
Yo también te quiero.

Marta de Betania.


“Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto" (Mc 4, 21)