Coincidiendo con el día de la “Candelaria”, el 2 de febrero de cada año, se celebra en la Iglesia el día de la vida consagrada. Ese día, 40 días después de la Navidad, Jesús fue presentado en el templo en las manos de María, su Madre y de José, el esposo de María. La carta a los Hebreos (cap. 10, 6 ss) pone en boca de Jesús estas palabras: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas… pero me formaste un cuerpo… Entonces yo dije: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Aquel acontecimiento de la “presentación” de Jesús en el templo era el cumplimiento de las normas judías para todo hijo primogénito del pueblo judío; pero  al mismo tiempo  se esconde en aquel acontecimiento un sentido más hondo y profundo: es el Cristo salvador y redentor; que precisamente cumple su papel de salvador con esa disponibilidad: ‘vengo a hacer tu voluntad’.

En realidad -desde entonces- esa es la llamada y vocación de cualquier cristiano, de cualquier bautizado. Pero ya desde los orígenes de la Iglesia han existido personas que han hecho de su vida una “consagración”, que han seguido una “vocación” radical de pobreza, castidad y obediencia. Esto es lo que se celebra en esta jornada de cada año, el día 2 de febrero: la vida consagrada; quienes han tomado como vocación propia ese seguimiento radical de Jesús, en pobreza, castidad y obediencia.

Ya han pasado muchos años (fue en 1963) cuando Manuel Lozano, el Beato LOLO, escribió este artículo que sigue; y fueron muchos más los que escribió con ese tema de la vida consagrada (es toda una colección de cartas suyas); releyendo este que se reproduce más abajo, se aprecia la misma jugosidad de entonces, la misma alabanza que hoy es necesario hacer de ese estilo de vida que, todavía hoy y por siempre, muchos hombres y mujeres se esfuerzan por recorrer.

La radicalidad del seguimiento de Cristo es una llamada universal; pero entre las varias vocaciones a esa radicalidad está este modo de vida “consagrada” tomando como signo y señal ese estilo de pobreza, castidad y obediencia. No es algo pasado de moda; es un precioso modo de consagración, de vivir aquel sentimiento de Jesús: “aquí estoy para cumplir tu voluntad”.

                                               Rafael Higueras Álamo

                                               Postulador de la Causa del Bto. Manuel Lozano

 

 

 

También Dios sopla en la frente

                        (Revista Orate nº 21, mayo 1963)

  Hermanas:

            Os invito a asistir con la imagina­ción a una conferencia que se celebra en de ciencias de Bilbao. La sala la llena un público enteramente profesio­nal, que va siguiendo la disertación con todo interés, hasta con apasionamiento. La voz que habla va asentando eficaces con­clusiones, sacadas de larga y profunda ex­periencia. El tema gravita sobre la cirugía y se avala casi con cuatro mil interven­ciones del bisturí. La voz que sale del es­trado tiene un acento agudo, casi musical. Porque quien habla es una mujer. Incluso si os acercáis, os daréis cuenta que ella no viste al modo habitual de la calle, por­que también es religiosa.

            Rivas es médi­co y ejercita su profesión en la erizada y desconcertante zona misionera del Congo. Doctor único, el título y la competencia profesional los viene derramando sobre una población que oscila al rededor de las 200.000 almas. Por su centro de asisten­cia pasan anualmente unos 30.000 enfer­mos, y raro es el día que no asiste a una docena de alumbramientos. Los colegas de Bilbao la van a proveer, por suscripción, de un aparato de Rayos X valorado en 250.000 pesetas, pero hasta ahora Madre Carmen ha tenido que venir extremando heroicamente su conciencia para que no se quiebre el hilo de la vida de tantas cria­turas de piel morena y labios prominen­tes.

            Os confieso que me gusta abordar el tema de la inteligencia dentro de la ge­nerosidad para con Dios. Para decirle que sí a Él nos hacemos, a veces, cristianos de rompecabezas, con el importante, pero no único, pedazo de nuestro ser que es el co­razón puesto a su servicio. Decía Pío XII que "una atmósfera divina envuelve todo, penetra todo", y también así la inteligen­cia esta nimbada por esa impalpable llu­via de gloria. Cuando Dios sopló sobre la figura modelada por sus manos, lo hizo con un aliento de fuego. Desde entonces, las brasas tienen su sitio en el corazón, pero por donde entra y sale la luz es por la inteligencia. La puerta del amor está en la frente. Por eso decía Séneca: "Elige pri­mero; después, ama". El amor de Dios es como el rayo de luz que pasa por la venta­na. Todas las partículas del aire se caldean en su tibieza, pero también se ilumi­nan con su claridad.

            Ahora, en las relaciones sociales, se recrimina mucho y con razón, ese escán­dalo de un cristianismo de Iglesia que no se lleva también al trabajo, la casa y las gentes. En ocasiones, consagrarse a Dios se ha entendido un arrinconar todo libro que sea ajeno al Breviario. Y no: el dedo de Dios, señala, a todo el hombre o a toda la mujer. Vosotras, que le sentisteis bien seguro sobre vuestra vida, decid si cuando alzasteis la mirada no notabais a la vez chisporroteando en la propia fren­te, como una inmensa rueda de afilador. Los velos de novicia se prenden de la ca­beza, donde está Dios hecho sueño y re­cuerdo, luz y conocimiento, resolución y entrega, para luego bajar y cubrir la inmaculada coronación de los sentimien­tos y el cuerpo. Después viene ese cami­nar paso a paso por esa carretera que con­duce a Dios, que es el cumplimiento de los deberes, los ejercicios de mortificación y obediencia, ese ir pasando lentamente el corazón hasta la orilla de la felicidad que es la renuncia por amor; pero de Dios nos llenamos también trabajando su figura, profundizando en su conocimiento. Rami­lletes de criterios y sentimientos son el mejor homenaje a Dios cuando llega la noche.

            En el mundo hay muchas criaturas que visten un hábito religioso. Unas cuidan de ese cirio de oro que son las pala­bras que desde el corazón se izan al cielo; otras consumen la leve tiza de los párvu­los o la más complicada de los logaritmos universitarios; bastantes se visten de blan­co para secar lagrimas y cerrar cicatrices. Por las calles van también gentes que, con corbata o rebeca, viven el más alto senti­do de la fraternidad cristiana. Unos y otros tienen el lazo común del amor.

            Si; "a quien se da, Dios se da". Cada alma que vibra y se sale de sí hacia los demás vive una segunda Encarnación. La caridad actúa en nosotros como esos satélites que ahora se utilizan para la televisión. El amor nos lanza a la órbita de Dios, y ya en su círcu­lo, retransmitimos a todas las criaturas la imagen y el conocimiento de Dios que re­cibimos.

            Pero Dios, no es sólo cordialidad, sino también belleza. Nos duele confesar que, por desgracia, y con más frecuencia de la debida, hemos tenido un celo dañino de Dios. El Ser supremo que nos ha toca­do llevar en vilo por el mundo, lo hemos paseado en alcanfor, como una planta de vivero que pueda ser dañada por la luz del mediodía. Como a las reliquias de los san­tos, nos ha dado miedo pasear algo más que no sea el corazón. Al acercarse al mi­croscopio, la cátedra o el aparato científico, Dios se ha encontrado con esa aduana de los guardabarreras católicos, las vírge­nes necias de día que alardean de fe. Aba­jo el miedo; ¿no veis, amigos, como Dios alza la cara y aguanta sin parpadear la luz conjunta de todos los soles del univer­so?

            Cada penicilina o cada hormona que se descubre es una estrofa del gran "Te Deum" que canta toda la naturaleza. No hay ni un solo investigador que no haya temblado de emoción al asomarse a la obra creadora. Todos los sabios rezan sobre los pupitres. Y es que como decía Claudel, "por donde quiera que extienda mis manos, siempre nado en el esplendor de Dios".

            Pese a los católicos de reata, ­sia ha cumplido una labor civilizadora que no admite comparaciones. Un hombre de actualidad y tan poco sospechoso como Nkumah, el presidente de Ghana, ha con­fesado: "Se ha dicho que yo era responsa­ble del despertar de este continente. No es verdad: los verdaderos responsables son los misioneros". Ese egoísmo que cierra los bolsillos con cremallera y el temor a la civilización de los creyentes de reata, por panes iguales, se empeñan en que esa ca­ridad de la fe que es el apostolado lleve un sambenito de panecillos, sellos y ropas usadas. Hablamos, aunque poco, de ­sia del Silencio, pero no caemos en esos grilletes que abrochamos nosotros mismos a las muñecas de los evangelizadores con la cicatería y la imagen dulzona del após­tol.

            de la amistad brin­da sus becas en Moscú a los estudiantes de los países en evolución y nosotros nos contentamos con las quince pesetas de un bautizo. Cada día entran cientos de televi­sores en hogares y centros católicos y muy pocas veces llega un pulmón de acero a una aldea o unos Rayos X a un hospital de misiones. ¿,En qué Evangelio se ha es­crito que el "Id y enseñad" solo se debe entender por la cartilla de párvulos?

            El Dios que dais y a quien os dais, transmitidlo, Hermanas, en toda su rique­za. Que el pan que deis a repartir cada día, se cueza con el fermento de vuestra mente y la llama de vuestro corazón. La campana que repica cada mañana os lla­ma también al trabajo del conocimiento. Dad gloria a Dios cultivando el jardín de vuestras ideas; que el sudor florezca so­bre los libros de estudio. No mutiléis la obra del Espíritu Santo haciéndole ascos al don de sabiduría. Empapaos de luces; llenaos de verdades; caminad con sed de curiosidad por la senda de los años, inclu­so llegad al borde de la muerte con el an­sia de aprender por amor; dejad que la bola de luz divina rebote en vuestra alma para que, a la caída, el mundo se haga un semillero de antorchas.

            Atinad a conocer la luz que hay más allá de la venda o el pinchazo de la inyec­ción. Una herida que se cura es también un corazón que se cicatriza, pero una bom­ba de cobalto que se maneja con agilidad puede ser también el principio de un tu­mor de incredulidad que se quema por la caridad de las manos que manipulan. Rivas podría dar un buen testimonio.

            Vuestro siempre

                        Manuel Lozano Garrido