Ahora que estamos en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, no está de más que nos paremos a pensar sobre cómo se vive en la práctica eso de la unidad en nuestra querida Iglesia Católica.
Por mi trabajo en Alpha, un método de evangelización de primer anuncio nacido en una parroquia anglicana que ha sido adoptado por multitud de diócesis y parroquias católicas en el mundo entero, me siento en una posición privilegiada por toda la riqueza que he recibido de Dios y mis hermanos de otras confesiones en este trabajo.
No ha sido fácil; amar a otros cristianos es una labor ardua, pues todos llevamos en nuestros corazones el germen de la división y tendemos a excluir al otro poniendo en duda su voluntad de servir al Señor.
Pero el roce hace el cariño, y nada como encontrarse con personas que aman al Señor sirviéndolo con todo su ser, para romper las barreras, miedos y suspicacias que todos tenemos ante lo desconocido.
Personalmente lo que más me ha ayudado ha sido vivir esta unidad desde un claro entendimiento de lo que nos separa, que me ha ayudado a ser más católico y a la vez más hermano de quien no lo es, enriqueciéndome enormemente con este intercambio.
Pero obviamente, siendo este un trabajo de frontera, no está exento de la falta de comprensión de los propios, la cual se puede justificarse por el desconocimiento de lo que dice la propia Iglesia sobre el que ya hablé en un post, pero que muchas veces deja un amargo sabor de boca cuando constatas triste espectáculo de la falta de caridad y delicadeza que gastan algunos en estos temas.
Desde luego el problema no está en el Magisterio, ni en el esfuerzo doctrinal y personal que la Iglesia viene haciendo desde el Concilio Vaticano II, que se materializa en grandes documentos y declaraciones tan claras como las que Benedicto XVI ha prodigado recientemente en Alemania.
De todo esto nacen las Semanas de Oración para la Unidad de los Cristianos, en las que la Iglesia ora por la misma uniéndose con otros cristianos para pedirla, multiplicándose las celebraciones y actos litúrgicos en todas las diócesis.
Para mi esto es loable y hermoso, pero he de confesar que como a buen inconformista me sabe a muy poco, y no dejo de percibirlo como algo marginal en la vida de la Iglesia cuando debería ser la prioridad número uno si verdaderamente creemos con el Maestro que es el camino para que nuestro testimonio como cristianos provoque la fe del mundo en Dios (Juan 17,21)
Y ahí es donde quiero incidir, en el tema de la proclamación del Evangelio, pues mi sensación es que eso de reunirnos a rezar una vez al año con el pastor protestante, el pope ortodoxo o el vicario anglicano de la esquina no es ni la milésima parte de lo que se podría hacer por la unidad.
¿Por dónde vendrá la unidad de los cristianos?
Desde luego la oración común es un principio, pero más allá de ella, existe la posibilidad de plantearnos dar pasos concretos hacia la unidad que materialicen lo que está en los corazones de muchos.
Si no podemos creer lo mismo -aunque profesemos el mismo Credo- por lo que no podemos plantearnos una liturgia común aun cuando participemos del mismo bautismo, la única alternativa posible para unirnos es plantearnos la posibilidad de trabajar juntos en pos del Evangelio.
El entendimiento común de esta colaboración se refleja en el mensaje de la Comisión de la Conferencia Episcopal para la Semana de la Unidad recordaba cómo en la JMJ había hermanos de otras confesiones:
“La Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid participaron jóvenes de otras confesiones cristianas y católicos de otros ritos, colaborando también en la realización de algunos de los actos, como el Vía Crucis. Este es otro aspecto del compromiso ecuménico que debemos alentar: la organización de acciones conjuntas de oración y de servicio a la humanidad.”
Aunque la Iglesia insista en la unión en temas como la defensa de la vida, la familia y la caridad fomentando además la oración en común, existe un campo relativamente inexplorado que no es otro que el de la evangelización de primer anuncio.
El primer anuncio, o Kerigma, es algo anterior a todas las divisiones de los cristianos, y como es el paso previo a la fe y la práctica cristiana, la proclamación del mismo no tiene ninguna diferencia doctrinal entre las diferentes iglesias.
Precisamente la Iglesia está llamando en estos momentos a una Nueva Evangelización, y Benedicto XVI en Alemania ha insistido en la necesidad de esa proclamación conjunta del evangelio frente a una sociedad descreída y alejada de Dios.
A mi entender la unidad de los cristianos sólo puede venir por ahí, por descubrir maneras de trabajar juntos que hagan que el mundo crea obligándonos a reconocernos como hermanos y trabajar por mantener el vínculo de la unidad siguiendo lo que decía San Pablo:
«Esforzaos por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios, padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ef 4, 3-6)
Desde luego yo he encontrado en ello una bendición muy especial de Dios, una fuerza que es la fuerza de la Iglesia unida, y una alegría inmensa que no es otra que la que se experimenta al reunirse con la propia familia.
Sonará arriesgado, y muchos lo tildarán de locura porque no lo comprenderán, pues requiere grandes dosis de pureza de intención y generosidad.
Soy consciente de que evangelizar en común sólo se puede hacer con una conciencia muy clara de la propia identidad de cada cual, y un entendimiento exquisito de las graves diferencias doctrinales que nos separan…
Pero sin relativismos, sincretismos ni irenismos algunos, se puede y se debe buscar una manera de crecer en este empeño por la unidad que viene nada menos que del mandato del Señor de que todos seamos uno.
Y en ello veo un camino, y me gustaría que muchos otros lo percibieran en su justa dimensión que no es otra que la de servir a Dios, a la Iglesia y a los hombres.
Acabo con una anécdota. En una ocasión coincidí con el delegado de ecumenismo de una diócesis importante. En realidad yo había quedado con un pastor amigo para hablar de otros temas, el cual también tenía que hablar con él de la semana de la unidad, por lo que me añadía a su reunión.
Los dos discutieron muy afanados qué harían, donde se reunirían, a quiénes convocarían…y ni por un momento el delegado se interesó por el trabajo que conjuntamente mi amigo evangélico y yo católico estábamos haciendo (pura expresión práctica de lo que con la oración iban a pedir en la semana).
Para mi el mensaje “subliminal” quedó muy claro…semana de oración anual por la unidad sí, pero unidad en el día a día... ¿a quién le interesa de verdad?