Hablábamos hace unos días del episodio de Sodoma como parte de las referencias que el Pentateuco contiene hacia la homosexualidad. Y destacaba en él un peresonaje por encima de los demás: Lot. Un personaje del que, curiosamente, sabemos no poco, ya que el libro del Génesis nos da todas las claves de su tortuosa existencia, que le lleva desde ser el único considerado justo como para sobrevivir a la hecatombe de Sodoma, hasta convertirse en padre de sus nietos, eufemística manera de explicar que yació con sus propias hijas.
Lot es ante todo, el sobrino de Abrahám:
“Téraj engendró a Abrán, a Najor y a Harán. Harán engendró a Lot” (Gn. 11, 27).
Lot se establece como Abraham en Jarán:
“Téraj tomó a su hijo Abrán, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Saray, la mujer de su hijo Abrán, y salieron juntos de Ur de los caldeos, para dirigirse a Canaán. Llegados a Jarán, se establecieron allí” (Gn. 11, 31).
“Marchó, pues, Abrán, como se lo había dicho Yahvé, y con él marchó Lot. Tenía Abrán setenta y cinco años cuando salió de Jarán. Tomó Abrán a Saray, su mujer, y a Lot, hijo de su hermano, con toda la hacienda que habían logrado y el personal que habían adquirido en Jarán, y salieron para dirigirse a Canaán” (Gn. 12, 4-5)
Allí, explica el Génesis, la hacienda de uno y otro crece tanto, que han de separarse:
“Solía haber riñas entre los pastores de Abrán y los de Lot. (Además los cananeos y los perizitas habitaban por entonces en el país.) Dijo, pues, Abrán a Lot: «No haya disputas entre nosotros ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No tienes todo el país por delante? Pues bien, apártate de mi lado. Si tomas por la izquierda, yo iré por la derecha; y si tú por la derecha, yo por la izquierda.». Lot levantó los ojos y vio toda la vega del Jordán, toda ella de regadío -era antes de destruir Yahvé Sodoma y Gomorra-, como el jardín de Yahvé, como Egipto, hasta llegar a Soar. Eligió, pues, Lot para sí toda la vega del Jordán, y se trasladó al oriente; así se apartaron el uno del otro. Abrán se estableció en Canaán y Lot en las ciudades de la vega, donde plantó sus tiendas hasta Sodoma”. (Gn. 13, 712).
Estando en su nueva casa, estalla la guerra “de los nueve reyes”, de resultas de la cual, Lot es apresado:
“Salieron entonces el rey de Sodoma, el rey de Gomorra, el rey de Admá, el rey de Seboín y el rey de Belá (esto es, de Soar) y en el valle de Sidín les presentaron batalla: a Quedorlaomer, rey de Elam, a Tidal, rey de Goin, a Anrafel, rey de Senaar, y a Arioc, rey de Elasar: cuatro reyes contra cinco. El valle de Sidín estaba lleno de pozos de betún y, cuando huían los reyes de Sodoma y Gomorra, cayeron allí. Los demás huyeron a la montaña. Los vencedores tomaron toda la hacienda de Sodoma y Gomorra con todos sus víveres y se fueron. Apresaron también a Lot, el sobrino de Abrán, y su hacienda, pues él habitaba en Sodoma, y se fueron” (Gn. 14, 812).
Curiosa la mención, ya en el Génesis, de los pozos de betún, uno más de los muchos pozos de petróleo de la zona de los que tantos siglos después (más de cuarenta) tantos quebraderos de cabeza producirán a la Humanidad, y que aconsejo al lector retener en la memoria hasta que finalicemos este artículo.
No volvemos de saber de Lot hasta que se aparece viviendo a las afueras de Sodoma y es visitado por los dos ángeles del Señor, ocurriendo el episodio que hemos tenido ocasión ya de referir en otro artículo en esta misma columna:
No bien se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, rodearon la casa […]. Llamaron a voces a Lot y le dijeron: «¿Dónde están los hombres que han venido adonde ti esta noche? Sácalos, para que abusemos de ellos.»” (Gn. 19, 1-5).
La cosa parece de tal escándalo a Lot, que ya conocen Vds. la solución “de compromiso” que llega a proponer a sus vecinos:
“Lot salió donde ellos a la entrada, cerró la puerta detrás de sí, y dijo: «Por favor, hermanos, no hagáis esta maldad. Mirad, aquí tengo dos hijas que aún no han conocido varón. Os las sacaré y haced con ellas como bien os parezca; pero a estos hombres no les hagáis nada, que para eso han venido al amparo de mi techo.»” (Gn. 19, 6-8).
No será el caso. Los ángeles alojados en casa de Lot deslumbran los ojos de los atacantes, capeando de momento la situación.
Y bien, ¿qué es de Lot a partir de ese momento?
El Génesis no le pierde la pista. Lot huye con su mujer y con sus hijas a Soar, ciudad que es perdonada de la destrucción sólo para que sea ocupada por la familia de tan afortunado personaje:
“Lot les dijo: «No, por favor, Señor mío. Ya que este servidor tuyo te ha caído en gracia, y me has hecho el gran favor de dejarme con vida, mira que no puedo escaparme al monte sin riesgo de que me alcance el daño y la muerte. Ahí cerquita está esa ciudad a donde huir. Es una pequeñez. ¡Mira, voy a escaparme allá -¿verdad que es una pequeñez?- y quedaré con vida!» Díjole: «Bien, te concedo también eso de no arrasar la ciudad que has dicho. Listo, escápate allá, porque no puedo hacer nada hasta que no entres allí.» Por eso se llamó aquella ciudad Soar” (Gn. 19, 18-23).
En el mismo momento en el que Lot entraba en Soar, esto es lo que ocurría:
“El sol asomaba sobre el horizonte cuando Lot entraba en Soar. Entonces Yahvé hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahvé” (Gn. 19, 24).
Por cierto, una lluvia que bien podría estar relacionada, y así lo han interpretado muchos exégetas bíblicos, con esos pozos de betún de los que hablábamos más arriba tan cercanos a Sodoma, de tan fácil combustión como sabe bien el menos avezado de los observadores de este tumultuoso siglo XXI.
“Pero sus yernos le tomaron a broma” (Gn. 19, 14)
Por lo que son víctimas de la destrucción de Sodoma.
En cuanto a su mujer, le ocurre lo que todos conocemos por desobedecer el mandato divino de huir sin mirar hacia atrás:
“Su mujer miró hacia atrás y se convirtió en poste de sal” (Gn. 19, 26).
Así que sin esposos las hijas, y sin esposa el padre, lo que ocurre no es ni más ni menos que lo que paso a relatar:
“Subió Lot desde Soar y se quedó a vivir en el monte con sus dos hijas, temeroso de vivir en Soar. Él y sus dos hijas se instalaron en una cueva.
La mayor dijo a la pequeña: «Nuestro padre es viejo y no hay ningún hombre en el país que se una a nosotras, como se hace en todo el mundo. Ven, vamos a darle vino a nuestro padre, nos acostaremos con él y así engendraremos descendencia.» En efecto, aquella misma noche dieron vino a su padre; entró la mayor y se acostó con su padre, sin que él se enterase de cuándo se acostó ni cuándo se levantó. Al día siguiente dijo la mayor a la pequeña: «Mira, yo me he acostado anoche con mi padre. Vamos a darle vino también esta noche, y entras tú a acostarte con él, y así engendraremos de nuestro padre descendencia.» Dieron, pues, también aquella noche vino a su padre, y la pequeña se acostó con él, sin que él se enterase de cuándo se acostó ni cuándo se levantó. Las dos hijas de Lot quedaron encintas de su padre. La mayor dio a luz un hijo, y lo llamó Moab: es el padre de los actuales moabitas. La pequeña también dio a luz un hijo, y lo llamó Ben Amí: es el padre de los actuales amonitas”. (Gn. 19-30-38).
Pecado que ni que decir tiene, está severamente condenado en la Torah. Por lo que hace al de las hijas, dice el Levítico:
“No descubrirás la desnudez de tu padre” (Lv. 18, 7).
Por lo que hace al propio Lot, el padre:
“Ninguno de vosotros se acerque a una consanguínea suya para descubrir su desnudez. Yo, Yahvé” (Lv. 18, 6).
“No profanarás a tu hija, prostituyéndola; así la tierra no se prostituirá ni se llenará de indecencias” (Lv. 19, 29).
Aunque curiosamente, ninguno de los dos esté explícitamente penado, a pesar de sí estarlo otros muy parecidos. Por analogía quizás quepa aplicar estas condenas:
"Si un hombre se acuesta con su nuera, ambos morirán; han cometido una infamia; su sangre sobre ellos” (Lv. 20, 12).
O ésta:
“Si uno toma por esposas a una mujer y a su madre, es un crimen. Serán quemados tanto él como ellas, para que no se dé tal crimen entre vosotros” (Lv. 20, 14)
Al fin y al cabo, yacer con la hija es yacer con una madre, la que la parió, y con su hija.
©L.A.
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