Así como los abogados y los médicos tienen su propio lenguaje “coloquial”, es decir, una forma particular de hablar entre ellos, al interior de la Iglesia se da un fenómeno similar. El que en los documentos oficiales de las diferentes diócesis o de la Santa Sede, se utilicen ciertas fórmulas sacramentales, de gran valor tradicional, no tiene nada de extraño o de incorrecto, pues se trata de cuestiones que exigen un cierto grado de formalidad, sin embargo, a nivel pastoral, existen algunas expresiones, cuyo significado, al no ser comprendido por la mayoría de las personas, especialmente, de todas aquellas que se encuentran un tanto alejadas de la Iglesia, puede provocar confusión y, por lo mismo, reducir el radio de acción pastoral, pues no todos están familiarizados con el contexto que da lugar al lenguaje. Lo anterior, nos plantea un nuevo desafío al momento de relacionarnos con la realidad social del siglo XXI, pues implica renovar el lenguaje para poder ayudar a clarificar la imagen que las personas tienen acerca de la Iglesia y, desde luego, del mensaje que promueve a través de sus parroquias, templos, grupos, movimientos, asociaciones e instituciones.
Por ejemplo, si se trata de invitar a los jóvenes para que se animen a participar en las actividades que se van a llevar a cabo para clausurar el año pastoral, no es lo mismo anotar en la invitación: “Con gozo y gratitud, los esperamos en la tertulia por el cierre de actividades”, que apuntar: “Te invitamos a la fiesta de fin de curso”. Como podemos darnos cuenta, las dos frases, tienen el mismo significado, sin embargo, gracias al juego de palabras, la segunda resulta mucho más sencilla y actual que la primera. Lo mismo puede llegar a pasar con las homilías. Una cosa es respetar y mantener el lenguaje litúrgico, y otra es pronunciar un mensaje totalmente ajeno a la vida cotidiana de los creyentes, lleno de frases espiritualistas y abstractas.
Cuando el lenguaje es rebuscadamente piadoso, se genera un ambiente adverso y difícil al momento de comunicar la idea. Por esta razón, debemos trabajar mejor las expresiones, para acercar el significado de la fe al mundo de hoy. No se trata de convertirlo en algo vulgar o superficial, sino de hacerlo accesible a todos, especialmente, a las nuevas generaciones.