Va de un hombre bueno, llamado Bosco, que vivía solo en medio de los montes, lejos de la ciudad. Un día un ángel se le apareció y le dijo:
Bosco, ¿ves esa gran roca que hay en medio de la ladera?...
Dios nuestro Señor quiere que la empujes.
El ángel desapareció y enseguida Bosco obedeció y comenzó a empujar la enorme roca. Era descomunal pero no le importaba. Se lo había mandado Dios y eso bastaba. Día tras día empujaba y no se desanimaba. Cada mañana intentaba de sol a sol moverla empujando para cumplir el mandato de Dios.
Así que un día, desanimado y con tono triste, alzó la voz al cielo y dijo:
Dios mío, yo te he querido obedecer. He empujado día tras día esta piedra pero no he conseguido nada. ¡No la he podido mover…!
Y Dios, que todo lo ve y lo conoce, le dijo:
Bosco ¿por qué estás triste por no mover la roca? Yo no te pedí que la movieras. Yo sólo te mandé que la empujaras. Bosco tus brazos eran débiles, pero por haberme obedecido ¡míralos! ahora están fuertes y robustecidos, ahora pueden soportar el peso de la leña, cultivar la tierra y trabajarla.
Bosco estaba muy emocionado ¡ahora lo comprendía todo!
Todo seguía igual, pero él se sentía feliz porque ahora veía los frutos de todo su esfuerzo.
Como les decía lo leí hace días, y desde entonces cuando hago algo que sé que debo hacer y sobre todo si me cuesta o me supone esfuerzo me acuerdo de esta historia y pienso qué querrá Dios de mi con ello.
Y es que yo puedo pensar que se trata de mover la piedra, pero Su plan consiste sólo en empujarla.
Porthos
(*) Revista “El Benjamin” nº 696, noviembre de 2011.
Edita: TESTIMONIO de Autores Católicos Escogidos. www.testimonio.net