Dios es Amor, Dios es Comunión.
Tan Amor y tan Comunión, como que Dios es Trinidad de Personas: El que ama, el Amado y el Amor mismo. Es insondable, ciertamente. Y la misma estructura trinitaria revela la estructura del mundo, del hombre y de la Iglesia tendentes siempre a la Comunión entre los distintos, al Amor entre las personas.
"Toda la revelación se resume en estas palabras: "Dios es amor" (1Jn 4, 8.16); y el amor es siempre un misterio, una realidad que supera la razón, sin contradecirla, sino más bien extendiendo sus posibilidades. Jesús nos ha revelado el misterio de Dios: él, el Hijo, nos ha dado a conocer al Padre que está en los cielos, y nos ha donado el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo. La teología cristiana sintetiza la verdad sobre Dios con esta expresión: única sustancia en tres personas. Dios no es soledad, sino comunión perfecta. Por eso la persona humana, imagen de Dios, se realiza en el amor, que es don sincero de sí" (Benedicto XVI, Ángelus, 22-mayo-2005).
1) La realidad entonces del Misterio de Dios-Trinidad configura y ofrece una visión: el centro de todo es la caridad-ágape. El cristianismo es amor. Su lenguaje es del amor; la oferta de la Verdad, es una oferta de amor; el anuncio del Evangelio se hace por un gran amor que busca que todos conozcan a Cristo, se encuentren con Él. No hablamos, desde luego, del amor como mero sentimiento y el lenguaje emotivo de hoy. Hablamos de un Amor que brota de Dios mismo. Pero a veces este Amor, esta Caritas, no brilla resplandeciente con nuestros lenguajes, condenatorios, ácidos, de un fervor por la ortodoxia que no es "amable" ni "razonable". Pero a veces este Amor, esta Caritas, tampoco brilla resplandeciente cuando le cedemos la primacía al sentimiento, al emotivismo, que pensamos que es lo que llena al hombre, cuando lo deja encerrado en sus límites afectivos y subjetivistas.
El cristianismo es amor, la efusión de un Amor mayor. Y todo debe expresarlo.
2) La estructura y la vida de la Iglesia es Amor y Comunión. La mirada sobre la Iglesia debe llegar a esta contemplación, superando una mirada frívola o superficial que vea en la Iglesia una organización humana, con modelos secularizados, democráticos, o con una actividad asistencial y transformadora de la sociedad. La mirada sobre la Iglesia debe superar la miopía de ver lo concreto, lo mío (mi parroquia, mi movimiento, mi cofradía, mi...) como lo único válido y verdadero, en lucha por crecer aunque sea pisando a los demás. El Amor que brota de la Trinidad edifica la Iglesia como Comunión, sin lucha de poder, sin miras humanas, sin establecer divisiones (cristianos de primera categoría y de segunda categoría, según pertenezcan o no tal cosa, tal grupo...), sin ir otorgando carnets de "católicos" de forma altanera a los demás (¡cuánto de esto hay hoy, cuántos hablan y escriben así en blogs, foros, etc.).
La realidad más verdadera de la Iglesia es la de ser Misterio de Comunión, a imagen de la Comunión trinitaria, tal como recogía el Concilio Vaticano II, citando a san Cipriano:
Así se manifiesta toda la Iglesia como "una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4).
3) El hombre creado "a imagen y semejanza" de Dios, alcanza su plenitud en el Amor porque esa es su misma estructura interna. La soledad es destructora, la Comunión vivifica. A imagen y semejanza de Dios, el Amor es lo que plenifica y lo que todo hombre busca, pero un Amor (repitamos una vez más, no confundamos con el sentimentalismo) verdadero. Lo recibe de Dios, lo vive en sus relaciones humanas y especialmente en dos formas: el matrimonio y la amistad. El hombre ha sido creado para amar y sólo en el Amor encuentra respuesta a sus interrogantes más profundos y a la sed que le mueve constantemente.