CORÍJASE, CORRÍJASE....
Nunca discutas con un estúpido,
te hará descender a su nivel
y ahí te vencerá por experiencia.
-Mark Twain-
Se cuenta que una noche estaba cenando el papa Juan Pablo II con un monseñor mayor y un poco cascarrabias. El obispo, mientras le contaba anécdotas y problemas, soltaba improperios de vez en cuando. La primera vez, al darse cuenta de su reacción, se disculpó:
—Santidad, perdone, pero…, es que yo soy así, me puede mi carácter.
A la tercera vez que reaccionó desproporcionadamente el monseñor, Juan Pablo II le contestó:
—Pues…, corríjase, corríjase…
Es la manera más cómoda de justificarnos, nos etiquetamos y así tenemos la excusa para no cambiar: «Lo siento, pero es que yo soy así». Que es la forma educada de decir: «Lo siento, pero no me interesa cambiar».
El yo soy así no es una excusa, sino un agravante; si uno sabe lo que es, está mejor situado que otros para corregirse. Si uno sabe cómo es, razón de más para que no se lo perdone y se corrija.
Todos estamos condicionados por diversos factores: hereditarios, sociales, personales, educativos...; todo conlleva un ramillete de virtudes y defectos. Educar es potenciar las virtudes y eliminar —al menos reducir— los defectos. Cuando renunciamos a la lucha con el manido yo soy así, estamos estorbando el pleno desarrollo de la personalidad y de la dicha de vivir.
Hay en todas las almas —en todas— grandes poderes dormidos, cualidades estimables que podemos abortar con el yo soy así. Pero estos dones se atrofian con defectos que pudieron y debieron corregirse fácilmente con un ligero control sobre nosotros mismos.
Es una pena observar cuánto bien queda muerto antes incluso de haber nacido, bajo la losa de la disculpa estúpida y comodona: «Yo soy así y no lo puedo remediar».
Yo soy así no es inmutable. Solo los animales están regidos por una ley de fatal instinto. Para la persona humana no debe existir el estancamiento en nada. Ni en lo físico, ni en lo sentimental, ni en lo moral, ni en el conjunto de las cualidades humanas, porque en todo momento el hombre puede liberarse de ataduras molestas, de costumbres esclavizantes, de pensamientos erróneos.
Por eso, cuando alguien nos pretenda justificar sus malos modos con el manido: «¡Es que yo soy así!», imitemos a san Juan Pablo II y digamos sonriendo, pero firmemente:
—Pues... corríjase, corríjase.