Soy un joven porteador persa. Me uní a esta caravana hace unas cuantas lunas, en busca de aventuras y conocimiento. Se decía que eran sabios de un país lejano que se dirigían a una pequeña aldea de Judea, siguiendo señales escritas en el cielo que solo ellos eran capaces de escrutar e interpretar. Me acogieron con respeto una vez que comprobaron mi buena disposición para el trabajo y mi honrada intención de servir y aprender. No parecen personas distinguidas ni diferentes a cualquier mercader en busca de negocio acarreando sus productos y mercancías, intentando ganarse la vida como todos nosotros en esta incierta vida. Pero yo sé que son algo más, poseen algo más. Conocen las estrellas, interpretan letras e idiomas extraños, reconocen plantas y animales y sus características y propiedades… tiene ciencia. Pero no es la ciencia natural la que más me llama la atención de ellos, sino la otra ciencia. Una sabiduría interior. Conocen la tensión de la vida, el sentido de los acontecimientos y la profundidad de la naturaleza humana. Los deseos y motivaciones más íntimos de las personas, que explican la gran mayoría de los movimientos vitales a lo largo y ancho del mundo.
De repente algo sucede en la cabeza del convoy. Polvo, gritos, golpes.
—¡Alto!
Han salido de la nada. Nos rodean con sus enérgicos caballos gritando y obligando a detener la caravana. Tienen aspecto violento y poco amistoso. Deben ser una patrulla de soldados de la región. Oigo a Balthessar comentar en voz baja a Melchior:
—Son soldados de Herodes.
El capitán de la patrulla agarra las riendas del caballo de Khaspar y logra detener la comitiva.
—¿Dónde vais y que lleváis ahí?
—Lo sabes bien. Tu rey, sin duda, ha debido informarte del motivo de nuestra expedición. Por eso estás aquí.
—¡Vaya! Directo y sin rodeos. Así me gusta, todo será más sencillo.
Con un ademán ordena a uno de los suyos que investigue nuestras mercancías. El obediente soldado comienza a enredar en las sacas que portan burras y camellos, mientras otros hacen desmontar a mis señores de forma poco delicada. A mí y a mis compañeros nos tiene amenazados con lanzas y espadas.
—¡Señor!
El soldado que rebuscaba ha encontrado algo que no sabe lo que es. Una especie de polvillo aromático cae de su mano abierta al suelo para mostrarlo a su jefe.
—¿Qué es eso?
—Incienso. Es un presente para la persona que estamos buscando. Es una forma de reconocer su divinidad.
—¿Entonces es verdad que estáis buscando un hombre poderoso? —El jefe de la tropa cambia el gesto serio y deja asomar una sonrisa socarrona— ¿Y qué aspecto tiene esa divinidad?
—Es un niño recién nacido.
Mientras la carcajada del jefecillo impregna el aire, su soldado descubre otra rara especia.
—Es mirra, signo de humanidad. Es Dios con nosotros—aclara Belthassar sin esperar preguntas.
—Un Dios que es hombre. Herodes está preocupado por el nacimiento de un rey, pero nada sabe de que además, es un Dios.
El jefecillo se encuentra incómodo ante estos personajes tan extraños y subversivos. Nada hay más alborotador y peligroso que adivinos y profetas. Sus negros pensamientos se aclaran a la vista de un nuevo hallazgo de su rastreador.
—¡Oro! Por fin algo interesante. Esto si que cuadra más y confirma las informaciones que poseemos. Los reyes deben poseer riquezas y si ese niño es rey.... ¡Requisad todo lo que encontréis!
Khaspar interviene con autoridad:
—Creo que a Herodes no le va a gustar que os llevéis este botín. Ni nada de lo que estáis haciendo. A vuestro rey le interesa que continuemos nuestro camino sin interrupciones para que encontremos al niño y pueda él venir a adorarlo también. Si se entera de ésta injerencia no creo que vaya a estar muy satisfecho con vuestros servicios.
El pequeño tiranillo pierde su altanería y seguridad de forma inmediata y ordena a sus secuaces que paren sus actividades. Reflexiona sobre su futuro en el ejército de Herodes y comprende que el incómodo extranjero tiene razón. Un miedo profundo por su vida le embarga y la comitiva de repente le parece embrujada y misteriosa. Con pavor y premura ordena a sus subalternos que devuelvan todo y dejen libres a los retenidos. Todos nos movemos con agilidad y nos reorganizamos antes de que se arrepientan y nos ponemos de nuevo en camino sin mirar atrás. La patrulla se queda mirando con sentimientos de rabia, miedo y codicia en sus ojos.
—Hemos salido de éste entuerto pero ya estamos avisados. —Khaspar inicia una conversación con sus compañeros— Nuestra embajada debe permanecer en secreto lo más posible y el paradero del niño debe ser oculto celosamente, hasta el momento previsto por el destino. Muchos son los peligros que acechan, sobre todo la codicia humana. El dinero los tiene locos a todos, es la motivación última de todo conflicto humano. Ricos y pobres, amos y criados… todos están heridos por la codicia. El pensamiento humano gira diariamente entorno al dinero, al poder, y a la soberbia de las riquezas.
—Poder, fama, riquezas, libertad, justicia. Todo se intrepreta desde el punto de vista monetario —Melchior interviene confirmando las teorías de su colega— Si escarbas en el alma humana tarde o temprano encontrarás afán de dinero.
—¿Y el amor? Los buenos sentimientos, la razón, la amistad…—Belthassar no se resigna ante el pesimismo de sus compañeros.
—Toda relación humana es débil ante el dinero, todo está ensuciado y amenazado por el luminoso objeto de deseo—sentencia finalmente Khaspar—. Solo la liberación ante el influjo del dinero prepara el camino de la sabiduría. Debemos proteger el paradero del niño para que cumpla con su destino de liberación de la humanidad.
En silencio escucho detenidamente caminando al lado de los caballos que transportan a mis amos. Y me pregunto: ¿Yo también estoy herido de esa pasión que llaman codicia? Y me doy cuenta de que quizás también estoy sujeto a las riendas del poderoso dinero. Yo soy un ignorante muchacho que solo quiero ganarme la vida y descubrir mundo y estoy experimentando que lo primero que debo comprender es mi propio mundo interior. Y en ese interior no se puede andar con mentiras y engaños. Es verdad, el encuentro con los soldados asaltantes y la conversación entre mis sabios señores, me ha hecho descubrir una verdad de mí que permanecía oculta… mi amor por el dinero. Mil veces justificado por mi pobre condición, por las preocupaciones de la vida, por mis buenas intenciones. Me doy cuenta que el verdadero rey al que rindo pleitesía se llama dinero. Su magia es venenosa e himnotizadora. He descubierto que el objetivo final de todos mis actos es… poseer.
Poseer: Dinero, fama, prestigio, comodidad, satisfacción, seguridad... amor.
Encaro esta última parte del viaje con un ánimo diferente. Estoy deseando ver a ese misterioso niño al que tanto protegen y veneran mis estimados amos. Intuyo que puede ser el comienzo de algo nuevo, algo diferente y grande para mi vida. Espero que así sea. Deseo tener sabiduría aunque me cueste encarar la verdad de mí mismo y me duela. Deseo cambiar y evolucionar. Deseo comprender mi vida y comprenderme a mí mismo... mis más ocultas intenciones y mis más inconfesables deseos.
Deseo… la verdad.
“Amad la justicia, los que juzgáis la tierra, pensad rectamente del Señor y con sencillez de corazón buscadle. Porque se deja hallar de los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfían de él.
Pues los pensamientos tortuosos apartan de Dios y el Poder, puesto a prueba, rechaza a los insensatos.
En efecto, en alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no habita en cuerpo sometido al pecado; pues el espíritu santo que nos educa huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la iniquidad” (Sb 1, 1)
De repente algo sucede en la cabeza del convoy. Polvo, gritos, golpes.
—¡Alto!
Han salido de la nada. Nos rodean con sus enérgicos caballos gritando y obligando a detener la caravana. Tienen aspecto violento y poco amistoso. Deben ser una patrulla de soldados de la región. Oigo a Balthessar comentar en voz baja a Melchior:
—Son soldados de Herodes.
El capitán de la patrulla agarra las riendas del caballo de Khaspar y logra detener la comitiva.
—¿Dónde vais y que lleváis ahí?
—Lo sabes bien. Tu rey, sin duda, ha debido informarte del motivo de nuestra expedición. Por eso estás aquí.
—¡Vaya! Directo y sin rodeos. Así me gusta, todo será más sencillo.
Con un ademán ordena a uno de los suyos que investigue nuestras mercancías. El obediente soldado comienza a enredar en las sacas que portan burras y camellos, mientras otros hacen desmontar a mis señores de forma poco delicada. A mí y a mis compañeros nos tiene amenazados con lanzas y espadas.
—¡Señor!
El soldado que rebuscaba ha encontrado algo que no sabe lo que es. Una especie de polvillo aromático cae de su mano abierta al suelo para mostrarlo a su jefe.
—¿Qué es eso?
—Incienso. Es un presente para la persona que estamos buscando. Es una forma de reconocer su divinidad.
—¿Entonces es verdad que estáis buscando un hombre poderoso? —El jefe de la tropa cambia el gesto serio y deja asomar una sonrisa socarrona— ¿Y qué aspecto tiene esa divinidad?
—Es un niño recién nacido.
Mientras la carcajada del jefecillo impregna el aire, su soldado descubre otra rara especia.
—Es mirra, signo de humanidad. Es Dios con nosotros—aclara Belthassar sin esperar preguntas.
—Un Dios que es hombre. Herodes está preocupado por el nacimiento de un rey, pero nada sabe de que además, es un Dios.
El jefecillo se encuentra incómodo ante estos personajes tan extraños y subversivos. Nada hay más alborotador y peligroso que adivinos y profetas. Sus negros pensamientos se aclaran a la vista de un nuevo hallazgo de su rastreador.
—¡Oro! Por fin algo interesante. Esto si que cuadra más y confirma las informaciones que poseemos. Los reyes deben poseer riquezas y si ese niño es rey.... ¡Requisad todo lo que encontréis!
Khaspar interviene con autoridad:
—Creo que a Herodes no le va a gustar que os llevéis este botín. Ni nada de lo que estáis haciendo. A vuestro rey le interesa que continuemos nuestro camino sin interrupciones para que encontremos al niño y pueda él venir a adorarlo también. Si se entera de ésta injerencia no creo que vaya a estar muy satisfecho con vuestros servicios.
El pequeño tiranillo pierde su altanería y seguridad de forma inmediata y ordena a sus secuaces que paren sus actividades. Reflexiona sobre su futuro en el ejército de Herodes y comprende que el incómodo extranjero tiene razón. Un miedo profundo por su vida le embarga y la comitiva de repente le parece embrujada y misteriosa. Con pavor y premura ordena a sus subalternos que devuelvan todo y dejen libres a los retenidos. Todos nos movemos con agilidad y nos reorganizamos antes de que se arrepientan y nos ponemos de nuevo en camino sin mirar atrás. La patrulla se queda mirando con sentimientos de rabia, miedo y codicia en sus ojos.
—Hemos salido de éste entuerto pero ya estamos avisados. —Khaspar inicia una conversación con sus compañeros— Nuestra embajada debe permanecer en secreto lo más posible y el paradero del niño debe ser oculto celosamente, hasta el momento previsto por el destino. Muchos son los peligros que acechan, sobre todo la codicia humana. El dinero los tiene locos a todos, es la motivación última de todo conflicto humano. Ricos y pobres, amos y criados… todos están heridos por la codicia. El pensamiento humano gira diariamente entorno al dinero, al poder, y a la soberbia de las riquezas.
—Poder, fama, riquezas, libertad, justicia. Todo se intrepreta desde el punto de vista monetario —Melchior interviene confirmando las teorías de su colega— Si escarbas en el alma humana tarde o temprano encontrarás afán de dinero.
—¿Y el amor? Los buenos sentimientos, la razón, la amistad…—Belthassar no se resigna ante el pesimismo de sus compañeros.
—Toda relación humana es débil ante el dinero, todo está ensuciado y amenazado por el luminoso objeto de deseo—sentencia finalmente Khaspar—. Solo la liberación ante el influjo del dinero prepara el camino de la sabiduría. Debemos proteger el paradero del niño para que cumpla con su destino de liberación de la humanidad.
En silencio escucho detenidamente caminando al lado de los caballos que transportan a mis amos. Y me pregunto: ¿Yo también estoy herido de esa pasión que llaman codicia? Y me doy cuenta de que quizás también estoy sujeto a las riendas del poderoso dinero. Yo soy un ignorante muchacho que solo quiero ganarme la vida y descubrir mundo y estoy experimentando que lo primero que debo comprender es mi propio mundo interior. Y en ese interior no se puede andar con mentiras y engaños. Es verdad, el encuentro con los soldados asaltantes y la conversación entre mis sabios señores, me ha hecho descubrir una verdad de mí que permanecía oculta… mi amor por el dinero. Mil veces justificado por mi pobre condición, por las preocupaciones de la vida, por mis buenas intenciones. Me doy cuenta que el verdadero rey al que rindo pleitesía se llama dinero. Su magia es venenosa e himnotizadora. He descubierto que el objetivo final de todos mis actos es… poseer.
Poseer: Dinero, fama, prestigio, comodidad, satisfacción, seguridad... amor.
Encaro esta última parte del viaje con un ánimo diferente. Estoy deseando ver a ese misterioso niño al que tanto protegen y veneran mis estimados amos. Intuyo que puede ser el comienzo de algo nuevo, algo diferente y grande para mi vida. Espero que así sea. Deseo tener sabiduría aunque me cueste encarar la verdad de mí mismo y me duela. Deseo cambiar y evolucionar. Deseo comprender mi vida y comprenderme a mí mismo... mis más ocultas intenciones y mis más inconfesables deseos.
Deseo… la verdad.
“Amad la justicia, los que juzgáis la tierra, pensad rectamente del Señor y con sencillez de corazón buscadle. Porque se deja hallar de los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfían de él.
Pues los pensamientos tortuosos apartan de Dios y el Poder, puesto a prueba, rechaza a los insensatos.
En efecto, en alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no habita en cuerpo sometido al pecado; pues el espíritu santo que nos educa huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la iniquidad” (Sb 1, 1)